«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

domingo, 14 de octubre de 2012

La recreación y el esparcimiento.

Por este tiempo se desarrolló entre los apóstoles y sus discípulos asociados inmediatos, un estado de gran tensión nerviosa y emocional. Aún no se habían acostumbrado a convivir y trabajar juntos. Les resultaba cada vez más difícil mantener relaciones armoniosas con los discípulos de Juan. El contacto con los gentiles y samaritanos era una dura tribulación para estos judíos. Más aún, las recientes declaraciones de Jesús habían contribuido a la perturbación de su mente. Andrés estaba casi fuera de sí; ya no sabía qué hacer, y por eso recurrió al Maestro con sus problemas y perplejidades. Cuando Jesús hubo escuchado a su jefe apostólico relatar sus problemas, dijo: «Andrés, no puedes disuadir a la gente de sus incertidumbres cuando han llegado a tal comportamiento y cuando tantas personas con sentimientos tan fuertes están inmiscuidas. No puedo hacer lo que tú me pides —no deseo participar en estas dificultades sociales personales— pero os acompañaré en disfrutar un período de tres días de descanso y esparcimiento. Ve a tus hermanos y anúnciales que iremos todos al Monte Sartaba, donde deseo descansar por uno o dos días.
«Pero debes dirigirte a cada uno de tus once hermanos en privado, diciéndoles: `el Maestro desea que nos apartemos con él por una temporada para descansar y calmarnos. Puesto que todos hemos pasado por un período de desazón espiritual y tensión mental, sugiero que no mencionemos estas tribulaciones y problemas durante estas vacaciones. ¿Puedo confiar en ti para que cooperes conmigo en este asunto?' Habla pues en privado y personalmente con cada uno de tus hermanos de esta manera». Y Andrés hizo tal como el Maestro le había ordenado.
      
Fue ésta una maravillosa ocasión en la experiencia de cada uno de ellos; jamás olvidaron el día que subieron a la montaña. Durante todo el viaje apenas si se mencionó una palabra de sus problemas. Al llegar a la cima de la montaña, Jesús les indicó que se sentaran a su alrededor mientras decía: «Hermanos míos, todos vosotros debéis aprender el valor del descanso y la eficacia del esparcimiento. Debéis daros cuenta de que la mejor manera de solucionar problemas enmarañados consiste en alejarse de ellos por un tiempo. Así, cuando volváis descansados después de un período de esparcimiento o de adoración, podréis atacar vuestros problemas con mente más clara y mano más firme, y desde luego, con el corazón más resuelto. Muchas veces veréis que el problema se ha achicado en tamaño y proporción durante vuestro reposo de la mente y el cuerpo».
      
Al día siguiente Jesús asignó un tema de discusión a cada uno de los doce. El día entero fue dedicado a las reminiscencias y a los asuntos no relacionados con su trabajo religioso. Se quedaron ellos anonadados por un momento cuando vieron que Jesús no dio las gracias —oralmente— al romper el pan para el almuerzo del mediodía. Era ésta la primera vez que lo habían observado no cumplir con tales formalidades.
     
Cuando subieron a la montaña la mente de Andrés se debatía en una maraña de problemas. Las perplejidades carcomían el corazón de Juan. El alma de Santiago estaba dolorosamente atribulada. Mateo no tenía suficientes fondos debido a la estadía de ellos entre los gentiles. Pedro estaba agitado y más temperamental que nunca. Judas sufría uno de sus ataques periódicos de susceptibilidad y egoísmo. Simón se preocupaba más que de costumbre por el esfuerzo de armonizar su patriotismo y la idea del amor de la hermandad de los hombres. Felipe estaba más y más confundido por el desarrollo de los acontecimientos. El sentido del humor de Nataniel había disminuido desde que habían comenzado su obra entre las poblaciones gentiles, y Tomás sufría una grave temporada de depresión. Sólo los gemelos se mostraban normales y sin perturbaciones. Todos ellos estaban dominados por la preocupación de encontrar una manera para convivir en paz con los discípulos de Juan.
      
Al tercer día, cuando comenzaron el descenso de la montaña para regresar al campamento, se había operado en ellos un gran cambio. Habían hecho el importante descubrimiento de que muchas perplejidades humanas son en realidad inexistentes, muchos problemas aparentemente graves son la creación del temor exagerado y el resultado del recelo magnificado. Habían aprendido que tales perplejidades se manejan mejor alejándose de ellas; al poner un poco de distancia, habían dejado que esos problemas se solucionaran por sí mismos.
      
Su retorno de este descanso, marcó el comienzo de un período caracterizado por relaciones altamente mejoradas con los seguidores de Juan. Muchos de los doce dieron rienda suelta a la hilaridad en cuanto observaron el cambio de su estado de ánimo y la liberación de esa irritabilidad nerviosa que venían sufriendo; y todo esto, gracias a los tres días de alejamiento de la rutina diaria. Siempre existe el peligro de que la monotonía de las relaciones humanas multiplique las perplejidades y magnifique las dificultades.
      
No muchos de los gentiles en las dos ciudades griegas de Arquelais y Fasaelis creyeron en el evangelio, pero este primer período de trabajo intenso entre poblaciones exclusivamente gentiles fue una experiencia valiosa para los doce. Un lunes por la mañana, alrededor de la mitad del mes, Jesús le dijo a Andrés: «Vamos a Samaria». Inmediatamente salieron hacia la ciudad de Sicar, cerca del pozo de Jacob.