«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 9 de octubre de 2012

Las predicaciones en Arquelais.

Durante la primera mitad del mes de agosto, el grupo apostólico estableció su cuartel general en las ciudades griegas de Arquelais y Fasaelis, donde por primera vez enseñaban casi exclusivamente a grupos de gentiles —griegos, romanos y sirios— ya que vivían pocos judíos en estas dos ciudades griegas. En sus encuentros con estos ciudadanos romanos, los apóstoles se enfrentaron con nuevas dificultades en la proclamación del mensaje del reino venidero y oyeron nuevas objeciones a las enseñanzas de Jesús. En una de las muchas conversaciones nocturnas con sus apóstoles, Jesús escuchó atentamente estas objeciones al evangelio del reino, mientras los doce relataban sus experiencias de labor personal.
      
Una pregunta de Felipe ilustró claramente sus dificultades. Dijo Felipe: «Maestro, estos griegos y romanos toman nuestro mensaje con cierta ligereza, pues dicen que estas enseñanzas son sólo adecuadas para los débiles y los esclavos. Afirman que la religión de los paganos es superior a nuestras enseñanzas, porque inspira a la formación de un carácter fuerte, robusto y agresivo. Afirman que queremos convertir a los hombres en seres debilitados, pasivos y sin resistencia que muy pronto desaparecerían de la superficie de la tierra. A ti te aprecian, Maestro, y admiten libremente que tus enseñanzas son celestiales e ideales, pero a nosotros no nos toman en serio. Afirman que tu religión no es para este mundo; que los hombres no pueden vivir según tus palabras. Ahora bien, Maestro, ¿qué hemos de decir a estos gentiles?»
     
Después de escuchar Jesús objeciones similares al evangelio del reino presentadas por Tomás, Nataniel, Simón el Zelote y Mateo, les dijo a los doce:

     «He venido a este mundo para hacer la voluntad de mi Padre y para revelar su carácter amante a toda la humanidad. Ésta es, hermanos míos, mi misión. Y ésta es la única cosa que haré, aunque los judíos o gentiles de esta época o de otras generaciones interpreten mal mis enseñanzas. Pero no debéis olvidar que aun el amor divino conlleva una disciplina severa. El amor de un padre por su hijo obliga muchas veces al padre a reprimir las acciones tontas de su hijo imprudente. El hijo no siempre comprende los motivos sabios y amantes de la disciplina restrictiva del padre. Pero yo os declaro que mi Padre en el Paraíso gobierna un universo de universos por la irresistible fuerza de su amor. El amor es la más grande de todas las realidades espirituales. La verdad es una revelación liberadora, pero el amor es la relación suprema. Sean cuales fueren los errores que puedan cometer vuestros semejantes en la organización del mundo de hoy, el evangelio que os declaro gobernará este mismo mundo en una era futura. El propósito final del progreso humano es el reconocimiento reverente de la paternidad de Dios y la materialización amante de la hermandad del hombre.
     
«Pero, ¿quién os dijo que mi evangelio sólo es para esclavos y débiles? ¿Acaso vosotros, mis apóstoles elegidos, sois débiles? ¿Parecía débil Juan? ¿Me veis acaso esclavizado por el temor? Es verdad que predicamos el evangelio a los pobres y a los oprimidos de esta generación. Las religiones de este mundo descuidan a los pobres, pero mi Padre no hace acepción de personas. Además, en esta época los pobres son los primeros en responder al llamado al arrepentimiento y aceptar la filiación de hijos de Dios. El evangelio del reino debe ser predicado a todos los hombres —judíos y gentiles, griegos y romanos, ricos y pobres, libres y esclavizados— y en igual medida a jóvenes y viejos, hombres y mujeres.
      
«Aunque mi Padre es un Dios de amor que se regocija en la práctica de la misericordia, no creáis que será cosa fácil y monótona servir al reino. La ascensión al Paraíso es la aventura suprema de todos los tiempos, el duro logro de la eternidad. El servicio del reino sobre la tierra requerirá toda la virilidad valerosa que podáis reunir vosotros y vuestros asociados. Muchos de vosotros seréis matados por vuestra lealtad al evangelio de este reino. Es fácil morir en el frente de batalla física, cuando la presencia de vuestros compañeros de lucha fortalece la valentía, pero se necesita una forma más elevada y profunda de valentía y devoción humanas para dar la vida a solas y con serenidad, por el amor de una verdad albergada en vuestro corazón mortal.
      
«Puede que hoy se burlen los incrédulos porque predicáis un evangelio de no resistencia y vivís una vida sin violencia, pero vosotros sois los primeros voluntarios de una larga línea de creyentes sinceros en este evangelio del reino, que sorprenderán a toda la humanidad por su devoción heroica a estas enseñanzas. Nunca ningún ejército en el mundo ha demostrado nunca más coraje y valor que el que manifestaréis vosotros y vuestros leales sucesores cuando salgáis al mundo para proclamar la buena nueva —la paternidad de Dios y la hermandad de los hombres. La valentía física es la forma más baja de coraje. La valentía de la mente es un tipo más alto de coraje humano, pero el más elevado y supremo consiste en la lealtad sin compromiso a las convicciones esclarecidas de las realidades profundas del espíritu. Este coraje constituye el heroísmo del hombre que conoce a Dios. Y todos vosotros conocéis a Dios; sois, en toda verdad, los asociados personales del Hijo del Hombre».
      
Esto no fue todo lo que dijo Jesús en esta ocasión pero sólo es la introducción de su disertación. Después amplió e ilustró exhaustivamente esta declaración. Fue éste uno de los discursos más apasionados que Jesús jamás pronunció ante los doce.
       
Pocas veces hablaba el Maestro a sus apóstoles con tanta pasión, pero ésta fue una de esas pocas ocasiones en las que se expresó con intensidad manifiesta y gran emoción.
      
El efecto sobre la predicación pública y el ministerio personal de los apóstoles fue inmediato; desde ese mismo día el mensaje de ellos denotó un nuevo matiz valeroso. Los doce continuaron adquiriendo el espíritu de agresión positiva en el nuevo evangelio del reino. De ahí en adelante ya no se preocuparon tanto por predicar las virtudes negativas y las exhortaciones pasivas de la muchas facetas del mensaje de su Maestro.