A LO largo de este período de ministerio en Perea, cuando se menciona
que Jesús y los apóstoles visitaron varias localidades donde se
encontraban trabajando los setenta, es bueno recordar que, como regla
general, sólo diez apóstoles lo acompañaban puesto que era costumbre
dejar por lo menos a dos de los apóstoles en Pella para que predicaran a
la multitud. Al prepararse Jesús para seguir viaje a Filadelfia, Simón
Pedro y su hermano Andrés regresaron al campamento de Pella para enseñar
a la gente allí reunida. Cuando el Maestro dejaba el campamento de
Pella para recorrer Perea, no era infrecuente que lo siguieran entre
trescientos y quinientos de los acampantes. Cuando llegó a Filadelfia,
iba acompañado por más de seiscientos seguidores.
Ningún milagro había ocurrido durante la
reciente gira de predicación a través de la Decápolis y, a excepción de
la cura de los diez leprosos, hasta ese momento no había habido milagro
alguno en esta misión en Perea. Éste era un período en el que el
evangelio se proclamaba con pleno poder, sin milagros, y la mayor parte
del tiempo sin la presencia personal de Jesús ni tampoco de sus
apóstoles.
Jesús y los diez apóstoles llegaron a
Filadelfia el miércoles 22 de febrero, y pasaron el jueves y el viernes
descansando de su recientes viajes y labores. Ese viernes por la noche
Santiago habló en la sinagoga, y se convocó un concilio general para el
atardecer del día siguiente. Mucho se regocijaban ellos por el progreso
del evangelio en Filadelfia y las aldeas cercanas. Los mensajeros de
David también trajeron la noticia del avance mayor del reino por toda
Palestina, así como también buenas nuevas de Alejandría y Damasco.
«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»
miércoles, 31 de julio de 2013
lunes, 29 de julio de 2013
La congregación en Filadelfia.
Jesús y los doce estaban yendo a visitar a Abner y a sus asociados,
quienes predicaban y enseñaban en Filadelfia. De todas las ciudades de
Perea, Filadelfia fue la que tuvo el grupo más grande de judíos y
gentiles, ricos y pobres, sabios e ignorantes, que aceptaron las
enseñanzas de los setenta, habiendo entrado así al reino del cielo. La
sinagoga de Filadelfia no se sometió nunca a la supervisión del sanedrín
de Jerusalén, por lo tanto no había cerrado nunca sus puertas a las
enseñanzas de Jesús y sus asociados. Por esta época, Abner enseñaba tres
veces por día en la sinagoga de Filadelfia.
Esta misma sinagoga se convirtió más tarde en una iglesia cristiana y fue el centro misionero para la promulgación del evangelio en las regiones orientales. Por mucho tiempo fue la ciudadela de las enseñanzas del Maestro y erigiéndose durante siglos en esta región como el único centro del conocimiento cristiano.
Los judíos de Jerusalén siempre habían tenido problemas con los judíos de Filadelfia. Y después de la muerte y resurrección de Jesús, la iglesia de Jerusalén, de la cual era jefe Santiago, el hermano del Señor, empezó a tener dificultades graves con la congregación de creyentes de Filadelfia. Abner se convirtió en jefe de la iglesia de Filadelfia, continuando en esa posición hasta su muerte. Esta alienación de Jerusalén explica por qué nada se menciona sobre Abner y su trabajo en las narraciones evangélicas del Nuevo Testamento. Esta disputa entre Jerusalén y Filadelfia duró a través de los tiempos de Santiago y Abner y continuó cierto tiempo después de la destrucción de Jerusalén. Filadelfia fue, en verdad, el centro de la iglesia primitiva en el sur y en el este, así como Antioquía lo fue en el norte y oeste.
Fue aparentemente desafortunado para Abner, estar en desacuerdo con todos los líderes de la iglesia cristiana primitiva. Tuvo desavenencias con Pedro y Santiago (el hermano de Jesús) sobre cuestiones de administración y de la jurisdicción de la iglesia de Jerusalén; estuvo en desacuerdo con Pablo sobre cuestiones de filosofía y teología. Abner era más babilónico que helenista en su filosofía, y se resistió tozudamente a todos los intentos de Pablo por rehacer las enseñanzas de Jesús para presentar, en primer término a los judíos y luego a los creyentes grecorromanos de los misterios, menos elementos ofensivos.
Así, estuvo Abner obligado a vivir una vida de aislamiento. Era jefe de una iglesia no reconocida por Jerusalén. Se había atrevido a desafiar a Santiago, el hermano del Señor, quien posteriormente tuvo el apoyo de Pedro. Esta conducta lo aisló efectivamente de todos sus asociados anteriores. Además, se atrevió a resistirse a Pablo. Aunque estaba totalmente de acuerdo con la misión de Pablo entre los gentiles, y aunque lo apoyaba en sus disputas con la iglesia de Jerusalén, estuvo amargamente opuesto a la versión de las enseñanzas de Jesús que Pablo eligió predicar. En sus últimos años, Abner denunció a Pablo como el «sagaz corruptor de las enseñanzas de la vida de Jesús de Nazaret, el Hijo del Dios viviente».
Durante los últimos años de Abner y por cierto tiempo después, los creyentes de Filadelfia se acogieron más estrictamente a la religión de Jesús, tal como la había vivido y enseñado, que cualquier otro grupo sobre la tierra.
Abner vivió hasta los 89 años de edad, habiendo muerto en Filadelfia el 21 de noviembre del año 74 d. de J.C. Hasta el fin, fue un creyente fiel del evangelio del reino celestial e instructor del mismo.
Esta misma sinagoga se convirtió más tarde en una iglesia cristiana y fue el centro misionero para la promulgación del evangelio en las regiones orientales. Por mucho tiempo fue la ciudadela de las enseñanzas del Maestro y erigiéndose durante siglos en esta región como el único centro del conocimiento cristiano.
Los judíos de Jerusalén siempre habían tenido problemas con los judíos de Filadelfia. Y después de la muerte y resurrección de Jesús, la iglesia de Jerusalén, de la cual era jefe Santiago, el hermano del Señor, empezó a tener dificultades graves con la congregación de creyentes de Filadelfia. Abner se convirtió en jefe de la iglesia de Filadelfia, continuando en esa posición hasta su muerte. Esta alienación de Jerusalén explica por qué nada se menciona sobre Abner y su trabajo en las narraciones evangélicas del Nuevo Testamento. Esta disputa entre Jerusalén y Filadelfia duró a través de los tiempos de Santiago y Abner y continuó cierto tiempo después de la destrucción de Jerusalén. Filadelfia fue, en verdad, el centro de la iglesia primitiva en el sur y en el este, así como Antioquía lo fue en el norte y oeste.
Fue aparentemente desafortunado para Abner, estar en desacuerdo con todos los líderes de la iglesia cristiana primitiva. Tuvo desavenencias con Pedro y Santiago (el hermano de Jesús) sobre cuestiones de administración y de la jurisdicción de la iglesia de Jerusalén; estuvo en desacuerdo con Pablo sobre cuestiones de filosofía y teología. Abner era más babilónico que helenista en su filosofía, y se resistió tozudamente a todos los intentos de Pablo por rehacer las enseñanzas de Jesús para presentar, en primer término a los judíos y luego a los creyentes grecorromanos de los misterios, menos elementos ofensivos.
Así, estuvo Abner obligado a vivir una vida de aislamiento. Era jefe de una iglesia no reconocida por Jerusalén. Se había atrevido a desafiar a Santiago, el hermano del Señor, quien posteriormente tuvo el apoyo de Pedro. Esta conducta lo aisló efectivamente de todos sus asociados anteriores. Además, se atrevió a resistirse a Pablo. Aunque estaba totalmente de acuerdo con la misión de Pablo entre los gentiles, y aunque lo apoyaba en sus disputas con la iglesia de Jerusalén, estuvo amargamente opuesto a la versión de las enseñanzas de Jesús que Pablo eligió predicar. En sus últimos años, Abner denunció a Pablo como el «sagaz corruptor de las enseñanzas de la vida de Jesús de Nazaret, el Hijo del Dios viviente».
Durante los últimos años de Abner y por cierto tiempo después, los creyentes de Filadelfia se acogieron más estrictamente a la religión de Jesús, tal como la había vivido y enseñado, que cualquier otro grupo sobre la tierra.
Abner vivió hasta los 89 años de edad, habiendo muerto en Filadelfia el 21 de noviembre del año 74 d. de J.C. Hasta el fin, fue un creyente fiel del evangelio del reino celestial e instructor del mismo.
La enseñanza sobre los accidentes.
Aunque la mayoría de los palestinos comían sólo
dos comidas al día, era costumbre de Jesús y los apóstoles, cuando
viajaban, pausar al mediodía para descansar y disfrutar de un
refrigerio. Así pues, en una de estas paradas del mediodía, camino a
Filadelfia, Tomás le preguntó a Jesús: «Maestro, después de haber
escuchado tus palabras mientras viajábamos esta mañana, me gustaría
preguntar si los seres espirituales tienen que ver con la producción de
acontecimientos extraños y extraordinarios en el mundo material y
además, si los ángeles y otros seres espirituales son capaces de
prevenir accidentes».
En respuesta a la pregunta de Tomás, Jesús dijo: «¡Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y sin embargo continuáis haciéndome estas preguntas! ¿Acaso no habéis observado que el Hijo del Hombre vive como uno de vosotros y repetidamente se niega a emplear las fuerzas del cielo para su satisfacción personal? ¿Acaso no vivimos todos de la misma manera en que existen los hombres? ¿Veis acaso el poder del mundo espiritual manifestado en la vida material de este mundo, excepto en la revelación del Padre y la curación esporádica de sus hijos afligidos?
«Demasiado tiempo creyeron vuestros antepasados que la prosperidad era un signo de aprobación divina; las adversidades, manifestaciones de la ira de Dios. Yo declaro que estas creencias son supersticiones. ¿Acaso no observáis que los pobres reciben con regocijo y en mucho mayor número el evangelio y entran inmediatamente al reino? Si la riqueza es prueba del poder divino ¿por qué se niegan los ricos tan frecuentemente a creer en esta buena nueva del cielo?
«El Padre hace caer su lluvia sobre el justo y el injusto; el sol del mismo modo brilla sobre el recto y el que no lo es. Vosotros sabéis de aquellos galileos cuya sangre Pilato mezcló con los sacrificios, pero yo os digo que esos galileos no eran de ninguna manera más pecadores que sus semejantes sólo porque les sucedió esto. También sabéis de los dieciocho hombres sobre los que cayó la torre de Siloé, matándolos a todos. No penséis que estos hombres así destruidos eran más pecadores que todos sus hermanos en Jerusalén. Estos seres fueron simplemente víctimas inocentes de uno de los accidentes temporales.
«Existen tres tipos de acontecimientos que pueden ocurrir en vuestras vidas:
« 1. Podéis compartir de aquellos acontecimientos normales que son parte de la vida que vivís vosotros y vuestros semejantes en la tierra.
« 2. Podéis por casualidad caer víctimas de uno de los accidentes de la naturaleza, o de uno de los infortunios de los hombres, sabiendo plenamente que estos sucesos no están de ninguna manera predeterminados ni son por otra parte producidos por fuerzas espirituales.
« 3. Podéis cosechar los frutos de vuestros esfuerzos directos por cumplir con las leyes naturales que gobiernan el mundo.»
«Hubo cierto hombre que plantó una higuera en su patio, y después de ir muchas veces a la higuera buscando frutos y al no haber encontrado ninguno, llamó a los viñateros ante su presencia y dijo: `He aquí que he venido por estas tres temporadas buscando frutos en esta higuera y no he encontrado ninguno. Derribad este árbol estéril; ¿por qué tiene que estar aquí ocupando lugar?' El jardinero en jefe respondió a su amo: `Déjalo tranquilo por un año más para que yo pueda cavar alrededor de él y darle fertilizante, y luego el año que viene, si no produce frutos, lo cortaremos'. Así pues, cuando cumplieron ellos con las leyes de la fecundidad, puesto que el árbol estaba vivo y en buen estado, fueron recompensados con una cosecha abundante.
«En el asunto de la enfermedad y de la salud, debéis saber que los dos estados corporales son resultado de causas materiales; la salud no es la sonrisa del cielo ni es la aflicción, la ira de Dios.
«Los hijos humanos del Padre tienen igual capacidad para recibir las bendiciones materiales; por lo tanto, él dona las cosas físicas a los hijos de los hombres sin discriminación. Cuando se trata de los dones espirituales, el Padre se limita a la capacidad que el hombre tiene para recibir estos dones divinos. Aunque el Padre no hace acepción de personas, en su entrega de los dones espirituales está limitado por la fe del hombre y por el deseo de éste de acatar siempre la voluntad del Padre».
Mientras viajaban a Filadelfia, Jesús continuó enseñándoles y respondiendo a sus preguntas sobre los accidentes, la enfermedad y los milagros, pero no podían comprender plenamente su instrucción. Una hora de enseñanza no podrá cambiar completamente las creencias de una vida entera, de manera que Jesús halló necesario reiterar su mensaje para decir una y otra vez lo que él deseaba que ellos comprendieran; y aun así, no llegaron a comprender el significado de su misión terrenal hasta después de su muerte y resurrección.
En respuesta a la pregunta de Tomás, Jesús dijo: «¡Hace tanto tiempo que estoy con vosotros y sin embargo continuáis haciéndome estas preguntas! ¿Acaso no habéis observado que el Hijo del Hombre vive como uno de vosotros y repetidamente se niega a emplear las fuerzas del cielo para su satisfacción personal? ¿Acaso no vivimos todos de la misma manera en que existen los hombres? ¿Veis acaso el poder del mundo espiritual manifestado en la vida material de este mundo, excepto en la revelación del Padre y la curación esporádica de sus hijos afligidos?
«Demasiado tiempo creyeron vuestros antepasados que la prosperidad era un signo de aprobación divina; las adversidades, manifestaciones de la ira de Dios. Yo declaro que estas creencias son supersticiones. ¿Acaso no observáis que los pobres reciben con regocijo y en mucho mayor número el evangelio y entran inmediatamente al reino? Si la riqueza es prueba del poder divino ¿por qué se niegan los ricos tan frecuentemente a creer en esta buena nueva del cielo?
«El Padre hace caer su lluvia sobre el justo y el injusto; el sol del mismo modo brilla sobre el recto y el que no lo es. Vosotros sabéis de aquellos galileos cuya sangre Pilato mezcló con los sacrificios, pero yo os digo que esos galileos no eran de ninguna manera más pecadores que sus semejantes sólo porque les sucedió esto. También sabéis de los dieciocho hombres sobre los que cayó la torre de Siloé, matándolos a todos. No penséis que estos hombres así destruidos eran más pecadores que todos sus hermanos en Jerusalén. Estos seres fueron simplemente víctimas inocentes de uno de los accidentes temporales.
«Existen tres tipos de acontecimientos que pueden ocurrir en vuestras vidas:
« 1. Podéis compartir de aquellos acontecimientos normales que son parte de la vida que vivís vosotros y vuestros semejantes en la tierra.
« 2. Podéis por casualidad caer víctimas de uno de los accidentes de la naturaleza, o de uno de los infortunios de los hombres, sabiendo plenamente que estos sucesos no están de ninguna manera predeterminados ni son por otra parte producidos por fuerzas espirituales.
« 3. Podéis cosechar los frutos de vuestros esfuerzos directos por cumplir con las leyes naturales que gobiernan el mundo.»
«Hubo cierto hombre que plantó una higuera en su patio, y después de ir muchas veces a la higuera buscando frutos y al no haber encontrado ninguno, llamó a los viñateros ante su presencia y dijo: `He aquí que he venido por estas tres temporadas buscando frutos en esta higuera y no he encontrado ninguno. Derribad este árbol estéril; ¿por qué tiene que estar aquí ocupando lugar?' El jardinero en jefe respondió a su amo: `Déjalo tranquilo por un año más para que yo pueda cavar alrededor de él y darle fertilizante, y luego el año que viene, si no produce frutos, lo cortaremos'. Así pues, cuando cumplieron ellos con las leyes de la fecundidad, puesto que el árbol estaba vivo y en buen estado, fueron recompensados con una cosecha abundante.
«En el asunto de la enfermedad y de la salud, debéis saber que los dos estados corporales son resultado de causas materiales; la salud no es la sonrisa del cielo ni es la aflicción, la ira de Dios.
«Los hijos humanos del Padre tienen igual capacidad para recibir las bendiciones materiales; por lo tanto, él dona las cosas físicas a los hijos de los hombres sin discriminación. Cuando se trata de los dones espirituales, el Padre se limita a la capacidad que el hombre tiene para recibir estos dones divinos. Aunque el Padre no hace acepción de personas, en su entrega de los dones espirituales está limitado por la fe del hombre y por el deseo de éste de acatar siempre la voluntad del Padre».
Mientras viajaban a Filadelfia, Jesús continuó enseñándoles y respondiendo a sus preguntas sobre los accidentes, la enfermedad y los milagros, pero no podían comprender plenamente su instrucción. Una hora de enseñanza no podrá cambiar completamente las creencias de una vida entera, de manera que Jesús halló necesario reiterar su mensaje para decir una y otra vez lo que él deseaba que ellos comprendieran; y aun así, no llegaron a comprender el significado de su misión terrenal hasta después de su muerte y resurrección.
sábado, 27 de julio de 2013
El sermón en Gérasa.
Cuando Jesús y los doce se reunieron con los
mensajeros del reino en Gérasa, uno de los fariseos creyentes hizo esta
pregunta: «Señor, ¿habrá pocos o muchos que se salvarán?» Jesús dijo en
respuesta:
«Se os ha enseñando que sólo los hijos de Abraham serán salvados, que sólo los gentiles adoptados pueden esperar la salvación. Algunos entre vosotros habéis razonado que, puesto que las Escrituras dicen que sólo Caleb y Josué entre todas las huestes que salieron de Egipto vivieron para entrar a la tierra prometida, tan sólo comparativamente pocos entre los que buscan el reino del cielo podrán entrar a él.
«También existe entre vosotros otro proverbio, que contiene mucha verdad: que el camino que conduce a la vida eterna es recto y angosto, que la puerta de entrada es asimismo angosta, de manera que, de todos los que buscan la salvación, pocos pueden conseguir entrar por esta puerta. También conocéis una enseñanza de que el camino que conduce a la destrucción es amplio, que la entrada a la misma es ancha, y que muchos eligen seguir este camino. Este proverbio indudablemente tiene significado. Pero yo declaro que la salvación es en primer término un asunto de selección personal. Aunque la puerta que conduce al camino de la vida sea angosta, es lo suficientemente ancha como para admitir a todos los que buscan sinceramente entrar, porque yo soy esa puerta. Y el Hijo jamás le negará ingreso a un hijo del universo que, por la fe, busca encontrar al Padre a través del Hijo.
«Pero he aquí el peligro para todos los que quieren posponer su entrada al reino mientras siguen buscando los placeres de la inmadurez y permitiéndose las satisfacciones del egoísmo: habiéndose negado a entrar al reino como experiencia espiritual, puede que más tarde ellos busquen entrar allí cuando la gloria del mejor camino se revele en las edades venideras. Por lo tanto, para los que despreciaron el reino cuando yo vine en semejanza de humanidad, buscan la entrada cuando se la revela en semejanza de divinidad, yo les diré a todos esos seres egoístas: no sé de dónde venís. Tuvisteis vuestra oportunidad para prepararos para esta ciudadanía celestial, pero rechazasteis estas ofertas de misericordia; rechazasteis toda invitación a entrar, mientras la puerta estaba abierta. Ahora pues, para vosotros que habéis rechazado la salvación, la puerta está cerrada. Esta puerta no está abierta para los que quieren entrar al reino por gloria egoísta. No es la salvación para los que no están dispuestos a pagar el precio de la dedicación total a hacer la voluntad de mi Padre. Cuando en espíritu y alma habéis vuelto la espalda al reino del Padre, es inútil pararse en mente y cuerpo ante esta puerta y golpear diciendo, `Señor, ábrenos; nosotros también queremos ser grandes en el reino'. Entonces yo declararé que vosotros no sois de mi redil. No os recibiré para que estéis entre los que lucharon la buena lucha de la fe y ganaron la recompensa del servicio altruista en el reino sobre la tierra. Y cuando vosotros digáis: `¿acaso no comimos y bebimos contigo, acaso no enseñaste en nuestras calles?' entonces yo nuevamente os declararé que vosotros sois extranjeros espirituales; que no servimos juntos en el ministerio de misericordia del Padre en la tierra; que yo no os conozco; y entonces el Juez de toda la tierra os dirá: `idos de nosotros, todos vosotros que os habéis deleitado en las obras de la iniquidad'.
«Pero, no temáis, todo el que desee sinceramente encontrar la vida eterna entrando al reino de Dios, con toda seguridad hallará esa salvación eterna. Pero vosotros que rechazáis esta salvación, veréis algún día a los profetas de la semilla de Abraham sentados con los creyentes de las naciones gentiles en este reino glorificado, compartiendo el pan de la vida y refrescándose con el agua viva. Y los que así tomarán el reino en poder espiritual y por los asaltos persistentes de la fe viviente, vendrán del norte y del sur y del este y del oeste. He aquí que muchos de los que son los primeros, serán los últimos y aquellos que son los últimos, muchas veces serán los primeros».
Era ésta realmente una versión nueva y extraña del viejo proverbio familiar sobre el camino recto y angosto.
Lentamente los apóstoles y muchos de los discípulos aprendían el significado de la declaración inicial de Jesús: «A menos que renazcáis, que nazcáis del espíritu, vosotros no podéis entrar en el reino de Dios». Sin embargo, para todos los de corazón honesto y fe sincera, es eternamente verdad que: «He aquí que yo estoy ante la puerta del corazón de los hombres y golpeo, y si un hombre me abre, yo entraré y compartiré con él la cena y lo alimentaré con el pan de la vida; seremos uno solo, en espíritu y propósito, y así por siempre seremos hermanos en el largo y fructífero servicio de la búsqueda del Padre del Paraíso». Así pues, si muchos o pocos serán salvados, completamente depende de si serán muchos o pocos los que acepten la invitación: «Yo soy la puerta, yo soy el nuevo camino viviente, y aquel que así lo quiera podrá entrar para embarcarse en la búsqueda sin fin de la verdad de la vida eterna».
Aun los apóstoles eran incapaces de comprender plenamente su enseñanza sobre la necesidad de utilizar la fuerza espiritual para el propósito de romper toda resistencia material y para sobreponerse a todo obstáculo terrenal que pudiera dificultar el alcance de los valores espirituales fundamentales de la nueva vida en el espíritu como hijos liberados de Dios.
«Se os ha enseñando que sólo los hijos de Abraham serán salvados, que sólo los gentiles adoptados pueden esperar la salvación. Algunos entre vosotros habéis razonado que, puesto que las Escrituras dicen que sólo Caleb y Josué entre todas las huestes que salieron de Egipto vivieron para entrar a la tierra prometida, tan sólo comparativamente pocos entre los que buscan el reino del cielo podrán entrar a él.
«También existe entre vosotros otro proverbio, que contiene mucha verdad: que el camino que conduce a la vida eterna es recto y angosto, que la puerta de entrada es asimismo angosta, de manera que, de todos los que buscan la salvación, pocos pueden conseguir entrar por esta puerta. También conocéis una enseñanza de que el camino que conduce a la destrucción es amplio, que la entrada a la misma es ancha, y que muchos eligen seguir este camino. Este proverbio indudablemente tiene significado. Pero yo declaro que la salvación es en primer término un asunto de selección personal. Aunque la puerta que conduce al camino de la vida sea angosta, es lo suficientemente ancha como para admitir a todos los que buscan sinceramente entrar, porque yo soy esa puerta. Y el Hijo jamás le negará ingreso a un hijo del universo que, por la fe, busca encontrar al Padre a través del Hijo.
«Pero he aquí el peligro para todos los que quieren posponer su entrada al reino mientras siguen buscando los placeres de la inmadurez y permitiéndose las satisfacciones del egoísmo: habiéndose negado a entrar al reino como experiencia espiritual, puede que más tarde ellos busquen entrar allí cuando la gloria del mejor camino se revele en las edades venideras. Por lo tanto, para los que despreciaron el reino cuando yo vine en semejanza de humanidad, buscan la entrada cuando se la revela en semejanza de divinidad, yo les diré a todos esos seres egoístas: no sé de dónde venís. Tuvisteis vuestra oportunidad para prepararos para esta ciudadanía celestial, pero rechazasteis estas ofertas de misericordia; rechazasteis toda invitación a entrar, mientras la puerta estaba abierta. Ahora pues, para vosotros que habéis rechazado la salvación, la puerta está cerrada. Esta puerta no está abierta para los que quieren entrar al reino por gloria egoísta. No es la salvación para los que no están dispuestos a pagar el precio de la dedicación total a hacer la voluntad de mi Padre. Cuando en espíritu y alma habéis vuelto la espalda al reino del Padre, es inútil pararse en mente y cuerpo ante esta puerta y golpear diciendo, `Señor, ábrenos; nosotros también queremos ser grandes en el reino'. Entonces yo declararé que vosotros no sois de mi redil. No os recibiré para que estéis entre los que lucharon la buena lucha de la fe y ganaron la recompensa del servicio altruista en el reino sobre la tierra. Y cuando vosotros digáis: `¿acaso no comimos y bebimos contigo, acaso no enseñaste en nuestras calles?' entonces yo nuevamente os declararé que vosotros sois extranjeros espirituales; que no servimos juntos en el ministerio de misericordia del Padre en la tierra; que yo no os conozco; y entonces el Juez de toda la tierra os dirá: `idos de nosotros, todos vosotros que os habéis deleitado en las obras de la iniquidad'.
«Pero, no temáis, todo el que desee sinceramente encontrar la vida eterna entrando al reino de Dios, con toda seguridad hallará esa salvación eterna. Pero vosotros que rechazáis esta salvación, veréis algún día a los profetas de la semilla de Abraham sentados con los creyentes de las naciones gentiles en este reino glorificado, compartiendo el pan de la vida y refrescándose con el agua viva. Y los que así tomarán el reino en poder espiritual y por los asaltos persistentes de la fe viviente, vendrán del norte y del sur y del este y del oeste. He aquí que muchos de los que son los primeros, serán los últimos y aquellos que son los últimos, muchas veces serán los primeros».
Era ésta realmente una versión nueva y extraña del viejo proverbio familiar sobre el camino recto y angosto.
Lentamente los apóstoles y muchos de los discípulos aprendían el significado de la declaración inicial de Jesús: «A menos que renazcáis, que nazcáis del espíritu, vosotros no podéis entrar en el reino de Dios». Sin embargo, para todos los de corazón honesto y fe sincera, es eternamente verdad que: «He aquí que yo estoy ante la puerta del corazón de los hombres y golpeo, y si un hombre me abre, yo entraré y compartiré con él la cena y lo alimentaré con el pan de la vida; seremos uno solo, en espíritu y propósito, y así por siempre seremos hermanos en el largo y fructífero servicio de la búsqueda del Padre del Paraíso». Así pues, si muchos o pocos serán salvados, completamente depende de si serán muchos o pocos los que acepten la invitación: «Yo soy la puerta, yo soy el nuevo camino viviente, y aquel que así lo quiera podrá entrar para embarcarse en la búsqueda sin fin de la verdad de la vida eterna».
Aun los apóstoles eran incapaces de comprender plenamente su enseñanza sobre la necesidad de utilizar la fuerza espiritual para el propósito de romper toda resistencia material y para sobreponerse a todo obstáculo terrenal que pudiera dificultar el alcance de los valores espirituales fundamentales de la nueva vida en el espíritu como hijos liberados de Dios.
viernes, 26 de julio de 2013
Los diez leprosos.
Al día siguiente Jesús fue con los doce a Amatus, cerca de la
frontera de Samaria, y al acercarse a la ciudad, se encontraron con un
grupo de diez leprosos que temporalmente vivían cerca de ese lugar.
Nueve de este grupo eran judíos y uno era samaritano. Ordinariamente,
estos judíos hubieran evitado toda asociación o contacto con este
samaritano, pero su enfermedad común era más que suficiente para
sobreponerse a todo prejuicio religioso. Mucho habían oído de Jesús y de
sus primeros milagros de curación, y puesto que los setenta tenían la
costumbre, cuando el Maestro estaba en gira con los doce, de anunciar la
hora en que se esperaba la llegada de Jesús, los diez leprosos se
habían enterado de que se le esperaba en esta zona por este tiempo; por
esto, estaban apostados en las afueras de la ciudad donde esperaban
atraer su atención y pedirle la curación. Cuando los leprosos vieron que
Jesús se les iba acercando, como no se atrevían a aproximarse a él
permanecieron a la distancia, implorándole en voz alta: «Maestro, ten
compasión de nosotros; límpianos de nuestra aflicción. Cúranos así como
has curado a otros».
Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea, juntamente con los judíos menos ortodoxos, estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. Les había llamado la atención sobre el hecho de que su mensaje fue recibido más rápidamente por los galileos y aun por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a albergar sentimientos tiernos hacia los samaritanos por tanto tiempo despreciados.
Por lo tanto, cuando Simón el Zelote
observó a un samaritano entre los leprosos, trató de inducir al Maestro a
que pasara de largo hacia la ciudad sin siquiera parar para saludarlos.
Dijo Jesús a Simón: «Pero, ¿qué pasa si el samaritano ama a Dios tanto
como los judíos? ¿Acaso debemos sentarnos en juicio de nuestros
semejantes? ¿Quién puede decirlo? Si curamos a estos diez hombres, tal
vez el samaritano resulte ser más agradecido aun que los judíos. ¿Es que
estás tan seguro de tus opiniones, Simón?» Simón replicó de inmediato:
«Si los curas, pronto te darás cuenta». Y Jesús contestó: «Así será
pues, Simón, y pronto conocerás la verdad sobre la gratitud de los
hombres y la misericordia amante de Dios».
Jesús, acercándose a los leprosos, dijo: «Si queréis ser curados, id y mostraos a los sacerdotes como lo requiere la ley de Moisés». Y en la ida fueron curados. Pero, cuando el samaritano vio que estaba curado, se volvió y, buscando a Jesús, comenzó a glorificar a Dios en voz alta. Y cuando hubo encontrado al Maestro, cayó de rodillas a sus pies y dio gracias por su curación. Los otros nueve, los judíos, también habían descubierto su curación, y aunque estaban agradecidos por ello, siguieron por su camino para mostrarse a los sacerdotes.
Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro, mirando a los doce y especialmente a Simón el Zelote, dijo: «¿Acaso no se curaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? Sólo uno, este extranjero, ha vuelto para glorificar a Dios». Luego dijo al samaritano: «Levántate y vete por tu camino; tu fe te ha curado».
Jesús nuevamente fijó la mirada en sus apóstoles mientras partía el extranjero. Todos los apóstoles lo miraron, menos Simón el Zelote, que había bajado la mirada. Los doce no dijeron ni una palabra. Tampoco habló Jesús; no era necesario.
Aunque estos diez hombres creían verdaderamente que eran leprosos, sólo cuatro tenían esta enfermedad. Los otros seis fueron curados de una enfermedad de la piel que se había confundido con la lepra. Pero el samaritano tenía realmente lepra.
Jesús ordenó a los doce que nada dijeran sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban a Amatus, observó: «Veis pues como los hijos de la casa, aunque desobedezcan la voluntad de su Padre, igual piensan que les corresponden sus bendiciones. Piensan que es de poca importancia dejar de agradecer al Padre cuando él les otorga una curación, pero los extranjeros, cuando reciben dones del amo de la casa, se desbordan en asombro y se sienten obligados a dar las gracias por las buenas cosas recibidas». Tampoco dijeron nada los apóstoles en respuesta a las palabras del Maestro.
Jesús acababa de explicar a los doce por qué los gentiles de Perea, juntamente con los judíos menos ortodoxos, estaban más dispuestos a creer en el evangelio predicado por los setenta que los judíos de Judea, más ortodoxos y más atados a la tradición. Les había llamado la atención sobre el hecho de que su mensaje fue recibido más rápidamente por los galileos y aun por los samaritanos, pero los doce apóstoles aún no estaban dispuestos a albergar sentimientos tiernos hacia los samaritanos por tanto tiempo despreciados.
Jesús, acercándose a los leprosos, dijo: «Si queréis ser curados, id y mostraos a los sacerdotes como lo requiere la ley de Moisés». Y en la ida fueron curados. Pero, cuando el samaritano vio que estaba curado, se volvió y, buscando a Jesús, comenzó a glorificar a Dios en voz alta. Y cuando hubo encontrado al Maestro, cayó de rodillas a sus pies y dio gracias por su curación. Los otros nueve, los judíos, también habían descubierto su curación, y aunque estaban agradecidos por ello, siguieron por su camino para mostrarse a los sacerdotes.
Mientras el samaritano permanecía arrodillado a los pies de Jesús, el Maestro, mirando a los doce y especialmente a Simón el Zelote, dijo: «¿Acaso no se curaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve, los judíos? Sólo uno, este extranjero, ha vuelto para glorificar a Dios». Luego dijo al samaritano: «Levántate y vete por tu camino; tu fe te ha curado».
Jesús nuevamente fijó la mirada en sus apóstoles mientras partía el extranjero. Todos los apóstoles lo miraron, menos Simón el Zelote, que había bajado la mirada. Los doce no dijeron ni una palabra. Tampoco habló Jesús; no era necesario.
Aunque estos diez hombres creían verdaderamente que eran leprosos, sólo cuatro tenían esta enfermedad. Los otros seis fueron curados de una enfermedad de la piel que se había confundido con la lepra. Pero el samaritano tenía realmente lepra.
Jesús ordenó a los doce que nada dijeran sobre la curación de los leprosos, y cuando entraban a Amatus, observó: «Veis pues como los hijos de la casa, aunque desobedezcan la voluntad de su Padre, igual piensan que les corresponden sus bendiciones. Piensan que es de poca importancia dejar de agradecer al Padre cuando él les otorga una curación, pero los extranjeros, cuando reciben dones del amo de la casa, se desbordan en asombro y se sienten obligados a dar las gracias por las buenas cosas recibidas». Tampoco dijeron nada los apóstoles en respuesta a las palabras del Maestro.
jueves, 25 de julio de 2013
Los fariseos en Ragaba.
El día sábado 18 de febrero, Jesús se
encontraba en Ragaba, donde vivía un rico fariseo llamado Natanael;
puesto que muchos fariseos seguían a Jesús y a los doce por todo el
país, este sábado por la mañana Natanael preparó un desayuno para todos
ellos, unos veinte, e invitó a Jesús como huésped de honor.
Cuando Jesús llegó al desayuno, la mayoría de los fariseos, con dos o tres abogados, ya se encontraban sentados a la mesa. El Maestro inmediatamente tomó su asiento a la izquierda de Natanael sin ir a la vasija de agua para lavarse las manos. Muchos de los fariseos, especialmente los que estaban a favor de las enseñanzas de Jesús, sabían que tan sólo se lavaba las manos para fines de higiene, que detestaba estas acciones puramente ceremoniales; por esto, no se sorprendieron de que viniera directamente a la mesa sin lavarse la manos dos veces. Pero Natanael se horrorizó de que el Maestro no cumpliera con los estrictos requisitos de las prácticas fariseas. Tampoco se lavó Jesús las manos, como lo hacían los fariseos, después de cada plato ni al final del desayuno.
Después de mucho susurro entre Natanael y un fariseo hostil sentado a su derecha y después de mucho levantar de cejas y expresiones de desagrado de los que estaban sentados frente al Maestro, Jesús finalmente dijo: «Creí que me habíais invitado a esta casa para compartir con vosotros el pan y tal vez para preguntarme sobre la proclamación del nuevo evangelio del reino de Dios; pero percibo que me habéis traído aquí para presenciar una exhibición de devoción ceremonial a vuestra propia mojigatería. Ese servicio ya me lo habéis hecho; ¿con qué más me honraréis como huésped en esta ocasión?»
Cuando el Maestro hubo así hablado, todos bajaron la vista y permanecieron callados. Como nadie hablaba, Jesús continuó: «Muchos de vosotros los fariseos estáis aquí conmigo como mis amigos, algunos, aun como mis discípulos, pero la mayoría de los fariseos persisten en negarse a ver la luz y reconocer la verdad, aun cuando la obra del evangelio se les presenta con gran poder. ¡Cuán cuidadosamente limpiáis lo de afuera de los vasos y de los platos mientras que las vasijas del alimento espiritual están sucias e impuras! Os aseguráis de presentar una apariencia piadosa y santa ante el pueblo, pero vuestra alma interior está llena de mojigatería, codicia, extorsión, y todo tipo de maldad espiritual. Aun vuestros líderes se atreven a confabular y planear el asesinato del Hijo del Hombre. ¿Acaso no comprendéis, hombres necios, que el Dios del cielo ve tanto los motivos íntimos del alma así como vuestras pretensiones exteriores y vuestras manifestaciones de devoción? No creáis que dar limosnas y pagar diezmos os limpia de injusticias y os permite aparecer puros en la presencia del Juez de todos los hombres. ¡Ay de vosotros fariseos que habéis persistido en rechazar la luz de la vida! Sois meticulosos en pagar el diezmo y ostentosos en dar limosna, pero a sabiendas rechazáis la visitación de Dios y negáis la revelación de su amor. Aunque esté bien para vosotros prestar atención a estos deberes menores, no deberíais haber dejado sin hacer esos requisitos más importantes. ¡Ay de los que ignoran la justicia, desdeñan la misericordia y rechazan la verdad! ¡Ay de todos los que desprecian la revelación del Padre mientras buscan los asientos principales en la sinagoga y anhelan el saludo halagador en el mercado!»
Cuando Jesús se levantó para partir, uno de los abogados sentados a la mesa, dirigiéndose a él, dijo: «Pero, Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos reprochas a nosotros. ¿Es que no hay nada bueno entre los escribas, los fariseos, los abogados?» Jesús, de pie, replicó al abogado: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis en los mejores lugares en los festines y en lucir largos hábitos mientras ponéis cargas pesadas, difíciles de llevar, sobre los hombros de la gente. Cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas, no levantáis ni siquiera un dedo. ¡Ay de aquellos cuyo mayor regocijo es el de construir tumbas para los profetas que vuestros padres mataron! Y vuestro beneplácito para con lo que hicieron vuestros padres se manifiesta en el hecho de que ahora pensáis en matar a los que vienen en este día para hacer lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, a esta generación perversa e hipócrita se le cobrará la sangre de los profetas y de los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros los abogados que habéis quitado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros mismos os negáis a entrar en el camino de la verdad, y al mismo tiempo queréis impedir la entrada a los que la buscan. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino del cielo; pues las hemos abierto a todos los que tienen la fe para entrar; y estos portales de misericordia no se cerrarán por el prejuicio y la arrogancia de los instructores mentirosos y de los falsos pastores que son como sepulcros blanqueados que, aunque por fuera aparecen hermosos, por dentro están llenos de los huesos de los muertos y de todo tipo de suciedad espiritual».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar en la mesa de Natanael, salió de la casa sin haber compartido la comida. Y de los fariseos que escucharon estas palabras, algunos se hicieron creyentes de sus enseñanzas y entraron al reino, pero la mayoría persistió en el camino de las tinieblas y cada vez estaban más resueltos a acecharlo hasta el momento en que pudieran usar algunas de sus propias palabras como anzuelo para enjuiciarlo y condenarlo ante el sanedrín de Jerusalén.
Sólo había tres cosas a las que los fariseos prestaban particular atención:
1. La práctica estricta del diezmo.
2. La práctica escrupulosa de las leyes de purificación.
3. El evitar la asociación con todos los que no fueran fariseos.
En este momento, Jesús trataba de desenmascarar la aridez espiritual de las primeras dos prácticas, mientras que reservaba sus comentarios concebidos para reprochar a los fariseos su rechazo de todo tipo de relación social con los que no fueran fariseos para otra ocasión subsiguiente en la que nuevamente estuviera él cenando con muchos de estos mismos fariseos.
Cuando Jesús llegó al desayuno, la mayoría de los fariseos, con dos o tres abogados, ya se encontraban sentados a la mesa. El Maestro inmediatamente tomó su asiento a la izquierda de Natanael sin ir a la vasija de agua para lavarse las manos. Muchos de los fariseos, especialmente los que estaban a favor de las enseñanzas de Jesús, sabían que tan sólo se lavaba las manos para fines de higiene, que detestaba estas acciones puramente ceremoniales; por esto, no se sorprendieron de que viniera directamente a la mesa sin lavarse la manos dos veces. Pero Natanael se horrorizó de que el Maestro no cumpliera con los estrictos requisitos de las prácticas fariseas. Tampoco se lavó Jesús las manos, como lo hacían los fariseos, después de cada plato ni al final del desayuno.
Después de mucho susurro entre Natanael y un fariseo hostil sentado a su derecha y después de mucho levantar de cejas y expresiones de desagrado de los que estaban sentados frente al Maestro, Jesús finalmente dijo: «Creí que me habíais invitado a esta casa para compartir con vosotros el pan y tal vez para preguntarme sobre la proclamación del nuevo evangelio del reino de Dios; pero percibo que me habéis traído aquí para presenciar una exhibición de devoción ceremonial a vuestra propia mojigatería. Ese servicio ya me lo habéis hecho; ¿con qué más me honraréis como huésped en esta ocasión?»
Cuando el Maestro hubo así hablado, todos bajaron la vista y permanecieron callados. Como nadie hablaba, Jesús continuó: «Muchos de vosotros los fariseos estáis aquí conmigo como mis amigos, algunos, aun como mis discípulos, pero la mayoría de los fariseos persisten en negarse a ver la luz y reconocer la verdad, aun cuando la obra del evangelio se les presenta con gran poder. ¡Cuán cuidadosamente limpiáis lo de afuera de los vasos y de los platos mientras que las vasijas del alimento espiritual están sucias e impuras! Os aseguráis de presentar una apariencia piadosa y santa ante el pueblo, pero vuestra alma interior está llena de mojigatería, codicia, extorsión, y todo tipo de maldad espiritual. Aun vuestros líderes se atreven a confabular y planear el asesinato del Hijo del Hombre. ¿Acaso no comprendéis, hombres necios, que el Dios del cielo ve tanto los motivos íntimos del alma así como vuestras pretensiones exteriores y vuestras manifestaciones de devoción? No creáis que dar limosnas y pagar diezmos os limpia de injusticias y os permite aparecer puros en la presencia del Juez de todos los hombres. ¡Ay de vosotros fariseos que habéis persistido en rechazar la luz de la vida! Sois meticulosos en pagar el diezmo y ostentosos en dar limosna, pero a sabiendas rechazáis la visitación de Dios y negáis la revelación de su amor. Aunque esté bien para vosotros prestar atención a estos deberes menores, no deberíais haber dejado sin hacer esos requisitos más importantes. ¡Ay de los que ignoran la justicia, desdeñan la misericordia y rechazan la verdad! ¡Ay de todos los que desprecian la revelación del Padre mientras buscan los asientos principales en la sinagoga y anhelan el saludo halagador en el mercado!»
Cuando Jesús se levantó para partir, uno de los abogados sentados a la mesa, dirigiéndose a él, dijo: «Pero, Maestro, en algunas de tus declaraciones también nos reprochas a nosotros. ¿Es que no hay nada bueno entre los escribas, los fariseos, los abogados?» Jesús, de pie, replicó al abogado: «Vosotros, como los fariseos, os deleitáis en los mejores lugares en los festines y en lucir largos hábitos mientras ponéis cargas pesadas, difíciles de llevar, sobre los hombros de la gente. Cuando las almas de los hombres se tambalean bajo esas pesadas cargas, no levantáis ni siquiera un dedo. ¡Ay de aquellos cuyo mayor regocijo es el de construir tumbas para los profetas que vuestros padres mataron! Y vuestro beneplácito para con lo que hicieron vuestros padres se manifiesta en el hecho de que ahora pensáis en matar a los que vienen en este día para hacer lo que hicieron los profetas en su día: proclamar la justicia de Dios y revelar la misericordia del Padre celestial. Pero de todas las generaciones pasadas, a esta generación perversa e hipócrita se le cobrará la sangre de los profetas y de los apóstoles. ¡Ay de todos vosotros los abogados que habéis quitado la llave del conocimiento a la gente común! Vosotros mismos os negáis a entrar en el camino de la verdad, y al mismo tiempo queréis impedir la entrada a los que la buscan. Pero no podéis cerrar así las puertas del reino del cielo; pues las hemos abierto a todos los que tienen la fe para entrar; y estos portales de misericordia no se cerrarán por el prejuicio y la arrogancia de los instructores mentirosos y de los falsos pastores que son como sepulcros blanqueados que, aunque por fuera aparecen hermosos, por dentro están llenos de los huesos de los muertos y de todo tipo de suciedad espiritual».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar en la mesa de Natanael, salió de la casa sin haber compartido la comida. Y de los fariseos que escucharon estas palabras, algunos se hicieron creyentes de sus enseñanzas y entraron al reino, pero la mayoría persistió en el camino de las tinieblas y cada vez estaban más resueltos a acecharlo hasta el momento en que pudieran usar algunas de sus propias palabras como anzuelo para enjuiciarlo y condenarlo ante el sanedrín de Jerusalén.
Sólo había tres cosas a las que los fariseos prestaban particular atención:
1. La práctica estricta del diezmo.
2. La práctica escrupulosa de las leyes de purificación.
3. El evitar la asociación con todos los que no fueran fariseos.
En este momento, Jesús trataba de desenmascarar la aridez espiritual de las primeras dos prácticas, mientras que reservaba sus comentarios concebidos para reprochar a los fariseos su rechazo de todo tipo de relación social con los que no fueran fariseos para otra ocasión subsiguiente en la que nuevamente estuviera él cenando con muchos de estos mismos fariseos.
miércoles, 24 de julio de 2013
La última visita al norte de Perea.
DESDE el 11 hasta el 20 de febrero, Jesús y los doce hicieron una
gira de todas las ciudades y aldeas del norte de Perea donde trabajaban
los asociados de Abner y los miembros del cuerpo de mujeres. Encontraron
que estos mensajeros del evangelio tenían éxito en su misión, y Jesús
llamó repetidamente la atención de los apóstoles sobre el hecho de que
el evangelio del reino se podía difundir sin necesidad de milagros ni
portentos.
Toda esta misión de tres meses en Perea fue llevada a cabo con éxito con poca ayuda de los doce apóstoles, y el evangelio desde ese momento en adelante reflejó, más que la personalidad de Jesús, sus enseñanzas. Pero sus seguidores no se acogieron por mucho tiempo a sus instrucciones, pues poco después de la muerte y resurrección de Jesús, se alejaron de sus enseñanzas y comenzaron a construir la iglesia primitiva sobre la base de los conceptos milagrosos y los recuerdos glorificados de su personalidad divina-humana.
Toda esta misión de tres meses en Perea fue llevada a cabo con éxito con poca ayuda de los doce apóstoles, y el evangelio desde ese momento en adelante reflejó, más que la personalidad de Jesús, sus enseñanzas. Pero sus seguidores no se acogieron por mucho tiempo a sus instrucciones, pues poco después de la muerte y resurrección de Jesús, se alejaron de sus enseñanzas y comenzaron a construir la iglesia primitiva sobre la base de los conceptos milagrosos y los recuerdos glorificados de su personalidad divina-humana.
La respuesta a la pregunta de Pedro.
Mientras estaban allí sentados pensando, Simón
Pedro preguntó: «¿Es que dices esta parábola para nosotros, tus
apóstoles, o para todos los discípulos?» Y Jesús contestó:
«En los momentos de prueba se revela el alma del hombre; la prueba revela lo que verdaderamente alberga su corazón. Cuando el siervo haya pasado la prueba, el amo de la casa pondrá a este siervo al frente de la casa y le confiará su hogar, sabiendo con tranquilidad que sus hijos serán debidamente cuidados y alimentados. Asimismo, yo pronto sabré en quien podré confiar el bienestar de mis hijos, cuando regrese al Padre. Así como el amo de la casa pondrá los buenos y probados siervos a cargo de los asuntos de su familia, del mismo modo yo pondré a cargo de los asuntos de mi reino a los que resistan las pruebas de este período.
«Pero si el siervo es holgazán y piensa en su corazón, `mi amo tarda en llegar', y comienza a maltratar a los demás siervos y come y bebe con los borrachos, y entonces el amo regresará en el momento en que él no lo espera y, encontrándolo infiel, lo expulsará en deshonra. Por lo tanto hacéis bien en prepararos para ese día en que de pronto seréis visitados inesperadamente. Recordad, mucho se os ha dado; por lo tanto, mucho se esperará de vosotros. Duras pruebas se os avecinan. Yo tengo un bautismo que me bautizará, y vigilaré hasta que esto se haya llevado a cabo. Vosotros predicáis paz en la tierra, pero mi misión no traerá paz en los asuntos materiales de los hombres, por lo menos, no por un tiempo. La división es el único resultado posible cuando dos miembros de una familia creen en mí y tres de ellos rechazan este evangelio. Amigos, parientes y seres queridos están destinados a estar los unos contra los otros por causa del evangelio que vosotros predicáis. Es verdad que cada uno de estos creyentes tendrá una gran paz duradera en su corazón, pero la paz en la tierra no llegará hasta tanto no estén todos dispuestos a creer y a ingresar en la herencia gloriosa de la filiación de Dios. Sin embargo, salid a todo el mundo y proclamad este evangelio a todas las naciones, a todo hombre, mujer y niño».
Fue éste el fin de un día sábado pletórico y fructífero. Al día siguiente, Jesús y los doce fueron a las ciudades del norte de Perea para visitar a los setenta, quienes estaban trabajando en estas regiones bajo la supervisión de Abner.
«En los momentos de prueba se revela el alma del hombre; la prueba revela lo que verdaderamente alberga su corazón. Cuando el siervo haya pasado la prueba, el amo de la casa pondrá a este siervo al frente de la casa y le confiará su hogar, sabiendo con tranquilidad que sus hijos serán debidamente cuidados y alimentados. Asimismo, yo pronto sabré en quien podré confiar el bienestar de mis hijos, cuando regrese al Padre. Así como el amo de la casa pondrá los buenos y probados siervos a cargo de los asuntos de su familia, del mismo modo yo pondré a cargo de los asuntos de mi reino a los que resistan las pruebas de este período.
«Pero si el siervo es holgazán y piensa en su corazón, `mi amo tarda en llegar', y comienza a maltratar a los demás siervos y come y bebe con los borrachos, y entonces el amo regresará en el momento en que él no lo espera y, encontrándolo infiel, lo expulsará en deshonra. Por lo tanto hacéis bien en prepararos para ese día en que de pronto seréis visitados inesperadamente. Recordad, mucho se os ha dado; por lo tanto, mucho se esperará de vosotros. Duras pruebas se os avecinan. Yo tengo un bautismo que me bautizará, y vigilaré hasta que esto se haya llevado a cabo. Vosotros predicáis paz en la tierra, pero mi misión no traerá paz en los asuntos materiales de los hombres, por lo menos, no por un tiempo. La división es el único resultado posible cuando dos miembros de una familia creen en mí y tres de ellos rechazan este evangelio. Amigos, parientes y seres queridos están destinados a estar los unos contra los otros por causa del evangelio que vosotros predicáis. Es verdad que cada uno de estos creyentes tendrá una gran paz duradera en su corazón, pero la paz en la tierra no llegará hasta tanto no estén todos dispuestos a creer y a ingresar en la herencia gloriosa de la filiación de Dios. Sin embargo, salid a todo el mundo y proclamad este evangelio a todas las naciones, a todo hombre, mujer y niño».
Fue éste el fin de un día sábado pletórico y fructífero. Al día siguiente, Jesús y los doce fueron a las ciudades del norte de Perea para visitar a los setenta, quienes estaban trabajando en estas regiones bajo la supervisión de Abner.
Las conversaciones con los apóstoles sobre la riqueza.
Esa noche después de la cena, cuando Jesús y los doce se reunieron
para su conferencia diaria, Andrés dijo: «Maestro, mientras nosotros
bautizábamos a los creyentes, tú hablaste muchas palabras a la multitud
que allí permanecía, pero que nosotros no escuchamos. ¿Querrías repetir
esas palabras para nuestro beneficio?» En respuesta a la solicitud de
Andrés, Jesús dijo:
«Sí, Andrés, os hablaré de estos asuntos de la riqueza y de la autosuficiencia, pero mis palabras para vosotros, los apóstoles, deben ser un tanto diferentes de las que hablé a los discípulos y a la multitud, puesto que vosotros lo habéis abandonado todo, no sólo para seguirme a mí, sino para ser ordenados embajadores del reino. Ya habéis tenido varios años de experiencia, y sabéis que el Padre cuyo reino proclamáis no os abandonará. Habéis dedicado vuestra vida al ministerio del reino; por lo tanto, no os angustiéis ni os preocupéis por las cosas de la vida temporal, por lo que comeréis, ni que pondréis sobre vuestros cuerpos. El bienestar del alma es más que comida y bebida; el progreso en el espíritu está muy por encima de la necesidad del atavío. Cuando os tiente dudar de la seguridad de vuestro pan, pensad en los cuervos; ni siembran ni cosechan ni tienen almacenes ni graneros, y sin embargo el Padre provee comida para todo el que la busca. ¡Y cuánto más valiosos sois vosotros que muchos pájaros! Además, la angustia y la incertidumbre nada harán por proveeros vuestras necesidades materiales. ¿Quién entre vosotros podrá, sólo por angustiarse, agregar una palma a vuestra estatura o un día a vuestra vida? Puesto que estos asuntos no están en vuestras manos, ¿por qué preocuparos por ellos?
«Pensad en los lirios, y como crecen; no se afanan ni hilan; mas os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de estos. Si Dios así viste la hierba del campo, que está viva hoy y mañana se corta y se echa al fuego, cuanto más él os vestiré a vosotros, embajadores del reino celestial. O vosotros ¡cuán poca fe tenéis! Cuando os dedicáis de todo corazón a la proclamación del evangelio del reino, no deberíais albergar incertidumbre en vuestra mente por vuestro sostén ni por la familia que habéis dejado. Si realmente dedicáis vuestra vida al evangelio, viviréis por el evangelio. Si tan sólo sois discípulos creyentes, debéis ganaros vuestro pan y contribuir al mantenimiento de todos los que enseñan y predican y curan. Si os preocupáis por vuestro pan y agua, ¿de qué manera diferís de las naciones del mundo que tan diligentemente buscan dichas necesidades? Dedicaos a vuestra obra, creed que tanto el Padre como yo conocemos vuestras necesidades. Dejadme aseguraros de una vez por todas de que, si dedicáis vuestra vida a la obra del reino, todas vuestras necesidades reales serán suministradas. Buscad las cosas más grandes, y las menos importantes serán halladas; pedid cosas celestiales y las cosas materiales estarán incluidas. La sombra por seguro sigue a la sustancia.
«Tan sólo sois un grupo pequeño, pero si tenéis fe, si no tropezáis con el temor, yo os declaro que será satisfacción de mi Padre daros este reino. Habéis puesto vuestro tesoro allí donde la bolsa no envejece, donde el ladrón no puede saquear, y donde la polilla no puede destruir. Como dije a la multitud, allí donde está el tesoro, también estará vuestro corazón.
«Pero en la tarea que nos aguarda, y en lo que queda para vosotros después que yo vuelva al Padre, habréis de pasar duras pruebas. Guardaos todos contra el temor y las dudas. Cada uno de vosotros, preparad vuestra mente y dejad que vuestra lámpara siga encendida. Guardaos como hombres que están esperando el regreso de su amo de una fiesta nupcial, para que, cuando él vuelva y golpee en la puerta, podáis abrirle con rapidez. A estos siervos vigilantes los bendecirá, pues los encuentra fieles en momentos tan importantes. Entonces hará el amo que los siervos se sienten y él les servirá. De cierto, de cierto os digo, que una crisis se avecina a vuestras vidas, y os corresponde vigilar y estar listos.
«Bien comprendéis que ningún hombre permitirá que entren ladrones a su casa si sabe la hora en que llegarán esos ladrones. Cuidad también de vosotros mismos, porque en el momento en que menos lo penséis y en la forma que menos sospechéis, el Hijo del Hombre partirá».
Los doce permanecieron sentados en silencio por varios minutos. Algunas de estas advertencias las habían oído antes, pero no dentro del marco que se les presentaba en esta ocasión.
«Sí, Andrés, os hablaré de estos asuntos de la riqueza y de la autosuficiencia, pero mis palabras para vosotros, los apóstoles, deben ser un tanto diferentes de las que hablé a los discípulos y a la multitud, puesto que vosotros lo habéis abandonado todo, no sólo para seguirme a mí, sino para ser ordenados embajadores del reino. Ya habéis tenido varios años de experiencia, y sabéis que el Padre cuyo reino proclamáis no os abandonará. Habéis dedicado vuestra vida al ministerio del reino; por lo tanto, no os angustiéis ni os preocupéis por las cosas de la vida temporal, por lo que comeréis, ni que pondréis sobre vuestros cuerpos. El bienestar del alma es más que comida y bebida; el progreso en el espíritu está muy por encima de la necesidad del atavío. Cuando os tiente dudar de la seguridad de vuestro pan, pensad en los cuervos; ni siembran ni cosechan ni tienen almacenes ni graneros, y sin embargo el Padre provee comida para todo el que la busca. ¡Y cuánto más valiosos sois vosotros que muchos pájaros! Además, la angustia y la incertidumbre nada harán por proveeros vuestras necesidades materiales. ¿Quién entre vosotros podrá, sólo por angustiarse, agregar una palma a vuestra estatura o un día a vuestra vida? Puesto que estos asuntos no están en vuestras manos, ¿por qué preocuparos por ellos?
«Pensad en los lirios, y como crecen; no se afanan ni hilan; mas os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de estos. Si Dios así viste la hierba del campo, que está viva hoy y mañana se corta y se echa al fuego, cuanto más él os vestiré a vosotros, embajadores del reino celestial. O vosotros ¡cuán poca fe tenéis! Cuando os dedicáis de todo corazón a la proclamación del evangelio del reino, no deberíais albergar incertidumbre en vuestra mente por vuestro sostén ni por la familia que habéis dejado. Si realmente dedicáis vuestra vida al evangelio, viviréis por el evangelio. Si tan sólo sois discípulos creyentes, debéis ganaros vuestro pan y contribuir al mantenimiento de todos los que enseñan y predican y curan. Si os preocupáis por vuestro pan y agua, ¿de qué manera diferís de las naciones del mundo que tan diligentemente buscan dichas necesidades? Dedicaos a vuestra obra, creed que tanto el Padre como yo conocemos vuestras necesidades. Dejadme aseguraros de una vez por todas de que, si dedicáis vuestra vida a la obra del reino, todas vuestras necesidades reales serán suministradas. Buscad las cosas más grandes, y las menos importantes serán halladas; pedid cosas celestiales y las cosas materiales estarán incluidas. La sombra por seguro sigue a la sustancia.
«Tan sólo sois un grupo pequeño, pero si tenéis fe, si no tropezáis con el temor, yo os declaro que será satisfacción de mi Padre daros este reino. Habéis puesto vuestro tesoro allí donde la bolsa no envejece, donde el ladrón no puede saquear, y donde la polilla no puede destruir. Como dije a la multitud, allí donde está el tesoro, también estará vuestro corazón.
«Pero en la tarea que nos aguarda, y en lo que queda para vosotros después que yo vuelva al Padre, habréis de pasar duras pruebas. Guardaos todos contra el temor y las dudas. Cada uno de vosotros, preparad vuestra mente y dejad que vuestra lámpara siga encendida. Guardaos como hombres que están esperando el regreso de su amo de una fiesta nupcial, para que, cuando él vuelva y golpee en la puerta, podáis abrirle con rapidez. A estos siervos vigilantes los bendecirá, pues los encuentra fieles en momentos tan importantes. Entonces hará el amo que los siervos se sienten y él les servirá. De cierto, de cierto os digo, que una crisis se avecina a vuestras vidas, y os corresponde vigilar y estar listos.
«Bien comprendéis que ningún hombre permitirá que entren ladrones a su casa si sabe la hora en que llegarán esos ladrones. Cuidad también de vosotros mismos, porque en el momento en que menos lo penséis y en la forma que menos sospechéis, el Hijo del Hombre partirá».
Los doce permanecieron sentados en silencio por varios minutos. Algunas de estas advertencias las habían oído antes, pero no dentro del marco que se les presentaba en esta ocasión.
domingo, 21 de julio de 2013
La división de la herencia.
Mientras los apóstoles bautizaban a los
creyentes, el Maestro hablaba con los que se quedaban allí. Y cierto
joven le dijo: «Maestro, mi padre murió dejándonos muchas propiedades a
mí y a mi hermano, pero mi hermano se niega a darme lo que es mío.
¿Quieres tú pues ordenar a mi hermano que comparta esta herencia
conmigo?» Jesús se indignó ligeramente de que este joven de mentalidad
material trajera a colación tal cuestión de negocios; pero aprovechó la
ocasión para impartir una enseñanza ulterior. Dijo Jesús: «Hombre,
¿quién me ha puesto de divisor entre vosotros? ¿De dónde sacaste la idea
de que yo me ocupo de los asuntos materiales de este mundo?» Luego,
volviéndose a los que estaban a su alrededor, dijo: «Cuidaos, guardaos
de la codicia; la vida del hombre no consiste en la abundancia de los
bienes que posea. La felicidad no viene del poder de la riqueza, el gozo
no surge de la riqueza. La riqueza en sí no es una maldición, pero el
amor a la riqueza muchas veces conduce a una devoción tal por las cosas
de este mundo, que el alma se enceguece a las bellas atracciones de las
realidades espirituales del reino de Dios en la tierra y al regocijo de
la vida eterna en el cielo.
«Os contaré la historia de cierto rico cuya tierra había producido mucho; cuando se volvió muy rico, empezó a pensar dentro de sí, diciendo: `¿Qué haré con todas mis riquezas? Ahora tengo tanto que no tengo dónde almacenar mi riqueza'. Y después de meditar sobre este problema, se dijo: `Esto haré; derribaré mis graneros, y los edificaré más grandes, y así tendré lugar abundante para almacenar mis frutos y mis bienes. Diré luego a mi alma: alma, muchas riquezas tienes guardadas por muchos años; ahora pues reposa; come, bebe y regocíjate, porque eras rica y tienes muchos bienes'.
«Pero este hombre rico también era necio. Al preocuparse por los asuntos materiales de su mente y cuerpo, se había olvidado de almacenar tesoros en el cielo para satisfacción del espíritu y salvación del alma. Tampoco pudo gozar del placer de consumir su riqueza acumulada porque esa noche misma su alma fue llamada. Esa noche llegaron unos bandidos que asaltaron su casa y lo mataron, y después de robar las cosas de sus graneros, los incendiaron para que nada quedara. Y lo que los ladrones no se llevaron de la propiedad se disputaron sus herederos. Este hombre acumuló sus tesoros en la tierra, pero no fue rico para con Dios».
Así trató Jesús al joven y su herencia porque sabía que su problema era la codicia. Si este no hubiese sido el caso, el Maestro no habría interferido, porque él nunca se metía en los asuntos temporales ni siquiera de sus apóstoles, y mucho menos de sus discípulos.
Cuando Jesús hubo terminado su relato, otro se levantó y le preguntó: «Maestro, sé que tus apóstoles han vendido todas sus posesiones terrenales para seguirte y que tienen todas las cosas en común tal como lo hacen los esenios, pero ¿es que quieres que todos nosotros, tus discípulos, hagamos lo mismo? ¿Es acaso pecado poseer riqueza honesta?» Y Jesús respondió a esta pregunta: «Amigo mío, no es pecado poseer riquezas honorables; pero lo es si conviertes la riqueza de las posesiones materiales en tesoros que absorban tus intereses y desvíen tu afecto de la devoción a los asuntos espirituales del reino. No hay pecado ninguno en tener posesiones honestas en la tierra, siempre y cuando tu tesoro esté en el cielo, porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón. Hay una gran diferencia entre la riqueza que conduce a la avaricia y al egoísmo y la que tienen y dispensan en espíritu de fideicomiso los que tienen abundancia de bienes mundanos, y que tan generosamente contribuyen a mantener a los que dedican todas sus energías al trabajo del reino. Muchos de entre vosotros que estáis aquí sin dinero, recibís comida y albergue en la ciudad de tiendas, gracias a las contribuciones de hombres y mujeres generosos, de buena posición, que son dadas para estos fines a vuestro anfitrión, David Zebedeo.
«Pero, no olvidéis jamás que, después de todo, la riqueza no perdura. El amor por la riqueza ofusca demasiado a menudo, aun destruye, la visión espiritual. No dejéis de reconocer el peligro de que la riqueza se vuelva en vez de vuestro siervo vuestro amo».
Jesús no enseñó ni propició la negligencia, el ocio, ni la indiferencia en proveer las necesidades físicas para la familia; tampoco aconsejó depender de la limosna. Pero sí enseñó que las cosas materiales y temporales deben estar subordinadas al bienestar del alma y al progreso de la naturaleza espiritual en el reino del cielo.
Luego, mientras la gente bajó al río para presenciar el bautismo, el primer joven vino a ver en privado a Jesús para hablar de su herencia, porque le parecía que Jesús lo había tratado con cierta dureza; y cuando el Maestro le escuchó nuevamente, contestó: «Hijo mío, ¿por qué pierdes la oportunidad de comer el pan de la vida en un día como éste, cuando de veras podrías satisfacer tu avaricia? ¿Acaso no sabes que las leyes judías de la herencia serán administradas con justicia si compareces con tu queja ante el tribunal de la sinagoga? ¿Acaso no puedes ver que mi obra tiene que ver con asegurarme de que tú sepas sobre tu herencia celestial? No has leído en la Escritura: `Hay el que acumula riquezas con avaricia y sacrificio, y ésta es la porción de su recompensa: cuando dice, ya hallé reposo y ahora podré comerme mis bienes, pero no sabe lo que el tiempo le traerá, y que también deberá abandonar todas estas cosas a otros, cuando muera'. Acaso no has leído el mandamiento: `No codiciarás'. Y nuevamente: `Ellos comieron y se llenaron y engordaron, y luego se volvieron hacia otros dioses'. Has leído en los Salmos que `el Señor odia a los codiciosos' y que `mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos protervos'. `Si se aumentan las riquezas, no pongas el corazón en ellas'. Has leído lo que dice Jeremías: `Que no se alabe el rico en sus riquezas'; y Ezequiel habló la verdad cuando dijo: `sus labios hablan de amor, pero el corazón de ellos anda en pos de su avaricia».
Jesús despidió pues al joven, diciéndole: «Hijo mío, ¿de qué te valdrá ganar el mundo entero si pierdes tu propia alma?»
A otro que estaba cerca y que preguntó a Jesús cómo serían juzgados los ricos el día del juicio, él respondió: «Yo no he venido para juzgar ni a ricos ni a pobres, pero la vida que viven los hombres será el juez de todos. Aparte de cualquier otra cosa que concierna a los ricos en el juicio, los que adquieren grandes riquezas deben responder por lo menos tres preguntas, y estas preguntas son:
« 1. ¿Cuánta riqueza has acumulado?
« 2. ¿De qué manera conseguiste esta riqueza?
« 3. ¿Cómo usaste tu riqueza?»
Luego Jesús fue a su tienda para descansar un rato antes de la cena. Cuando los apóstoles terminaron de bautizar, también volvieron y querían hablar con él sobre la riqueza en la tierra y los tesoros en el cielo, pero él estaba dormido.
«Os contaré la historia de cierto rico cuya tierra había producido mucho; cuando se volvió muy rico, empezó a pensar dentro de sí, diciendo: `¿Qué haré con todas mis riquezas? Ahora tengo tanto que no tengo dónde almacenar mi riqueza'. Y después de meditar sobre este problema, se dijo: `Esto haré; derribaré mis graneros, y los edificaré más grandes, y así tendré lugar abundante para almacenar mis frutos y mis bienes. Diré luego a mi alma: alma, muchas riquezas tienes guardadas por muchos años; ahora pues reposa; come, bebe y regocíjate, porque eras rica y tienes muchos bienes'.
«Pero este hombre rico también era necio. Al preocuparse por los asuntos materiales de su mente y cuerpo, se había olvidado de almacenar tesoros en el cielo para satisfacción del espíritu y salvación del alma. Tampoco pudo gozar del placer de consumir su riqueza acumulada porque esa noche misma su alma fue llamada. Esa noche llegaron unos bandidos que asaltaron su casa y lo mataron, y después de robar las cosas de sus graneros, los incendiaron para que nada quedara. Y lo que los ladrones no se llevaron de la propiedad se disputaron sus herederos. Este hombre acumuló sus tesoros en la tierra, pero no fue rico para con Dios».
Así trató Jesús al joven y su herencia porque sabía que su problema era la codicia. Si este no hubiese sido el caso, el Maestro no habría interferido, porque él nunca se metía en los asuntos temporales ni siquiera de sus apóstoles, y mucho menos de sus discípulos.
Cuando Jesús hubo terminado su relato, otro se levantó y le preguntó: «Maestro, sé que tus apóstoles han vendido todas sus posesiones terrenales para seguirte y que tienen todas las cosas en común tal como lo hacen los esenios, pero ¿es que quieres que todos nosotros, tus discípulos, hagamos lo mismo? ¿Es acaso pecado poseer riqueza honesta?» Y Jesús respondió a esta pregunta: «Amigo mío, no es pecado poseer riquezas honorables; pero lo es si conviertes la riqueza de las posesiones materiales en tesoros que absorban tus intereses y desvíen tu afecto de la devoción a los asuntos espirituales del reino. No hay pecado ninguno en tener posesiones honestas en la tierra, siempre y cuando tu tesoro esté en el cielo, porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón. Hay una gran diferencia entre la riqueza que conduce a la avaricia y al egoísmo y la que tienen y dispensan en espíritu de fideicomiso los que tienen abundancia de bienes mundanos, y que tan generosamente contribuyen a mantener a los que dedican todas sus energías al trabajo del reino. Muchos de entre vosotros que estáis aquí sin dinero, recibís comida y albergue en la ciudad de tiendas, gracias a las contribuciones de hombres y mujeres generosos, de buena posición, que son dadas para estos fines a vuestro anfitrión, David Zebedeo.
«Pero, no olvidéis jamás que, después de todo, la riqueza no perdura. El amor por la riqueza ofusca demasiado a menudo, aun destruye, la visión espiritual. No dejéis de reconocer el peligro de que la riqueza se vuelva en vez de vuestro siervo vuestro amo».
Jesús no enseñó ni propició la negligencia, el ocio, ni la indiferencia en proveer las necesidades físicas para la familia; tampoco aconsejó depender de la limosna. Pero sí enseñó que las cosas materiales y temporales deben estar subordinadas al bienestar del alma y al progreso de la naturaleza espiritual en el reino del cielo.
Luego, mientras la gente bajó al río para presenciar el bautismo, el primer joven vino a ver en privado a Jesús para hablar de su herencia, porque le parecía que Jesús lo había tratado con cierta dureza; y cuando el Maestro le escuchó nuevamente, contestó: «Hijo mío, ¿por qué pierdes la oportunidad de comer el pan de la vida en un día como éste, cuando de veras podrías satisfacer tu avaricia? ¿Acaso no sabes que las leyes judías de la herencia serán administradas con justicia si compareces con tu queja ante el tribunal de la sinagoga? ¿Acaso no puedes ver que mi obra tiene que ver con asegurarme de que tú sepas sobre tu herencia celestial? No has leído en la Escritura: `Hay el que acumula riquezas con avaricia y sacrificio, y ésta es la porción de su recompensa: cuando dice, ya hallé reposo y ahora podré comerme mis bienes, pero no sabe lo que el tiempo le traerá, y que también deberá abandonar todas estas cosas a otros, cuando muera'. Acaso no has leído el mandamiento: `No codiciarás'. Y nuevamente: `Ellos comieron y se llenaron y engordaron, y luego se volvieron hacia otros dioses'. Has leído en los Salmos que `el Señor odia a los codiciosos' y que `mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos protervos'. `Si se aumentan las riquezas, no pongas el corazón en ellas'. Has leído lo que dice Jeremías: `Que no se alabe el rico en sus riquezas'; y Ezequiel habló la verdad cuando dijo: `sus labios hablan de amor, pero el corazón de ellos anda en pos de su avaricia».
Jesús despidió pues al joven, diciéndole: «Hijo mío, ¿de qué te valdrá ganar el mundo entero si pierdes tu propia alma?»
A otro que estaba cerca y que preguntó a Jesús cómo serían juzgados los ricos el día del juicio, él respondió: «Yo no he venido para juzgar ni a ricos ni a pobres, pero la vida que viven los hombres será el juez de todos. Aparte de cualquier otra cosa que concierna a los ricos en el juicio, los que adquieren grandes riquezas deben responder por lo menos tres preguntas, y estas preguntas son:
« 1. ¿Cuánta riqueza has acumulado?
« 2. ¿De qué manera conseguiste esta riqueza?
« 3. ¿Cómo usaste tu riqueza?»
Luego Jesús fue a su tienda para descansar un rato antes de la cena. Cuando los apóstoles terminaron de bautizar, también volvieron y querían hablar con él sobre la riqueza en la tierra y los tesoros en el cielo, pero él estaba dormido.
sábado, 20 de julio de 2013
El sermón del sábado en Pella.
A fines de enero, las multitudes de los sábados
por la tarde eran casi de tres mil personas. El sábado 28 de enero,
Jesús predicó el sermón memorable sobre «Confianza y preparación espiritual». Después de las observaciones preliminares de Simón Pedro, el Maestro dijo:
«Lo que muchas veces he dicho a mis apóstoles y a mis discípulos, declaro ahora a esta multitud: guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, nacida del prejuicio y alimentada por la esclavitud de las tradiciones, aunque muchos de estos fariseos sean de corazón honesto y algunos entre ellos permanecen aquí como mis discípulos. Pronto todos vosotros comprenderéis mis enseñanzas porque no hay nada que esté ahora escondido, que no será revelado. Lo que se oculta de vosotros se os hará evidente cuando el Hijo del Hombre haya completado su misión en la tierra y en la carne.
«Pronto, muy pronto, lo que nuestros enemigos confabulan ahora en secreto, en las tinieblas, saldrá a la luz y será proclamado desde las azoteas. Mas yo os digo, amigos míos, no les temáis a ellos cuando traten de destruir al Hijo del Hombre. No temáis a los que, aunque puedan matar el cuerpo, después ya no tendrán poder alguno sobre vosotros. Yo os advierto que no temáis a nadie, ni en el cielo ni en la tierra, sino que os regocijéis en el conocimiento de Aquél que tiene el poder de liberaros de toda injusticia y de presentaros sin culpa ante el asiento de justicia de todo el universo.
«¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartillos? Sin embargo, cuando estos pajaritos vuelan en busca de alimento, ni uno de ellos existe sin el conocimiento del Padre, la fuente de toda vida. Para los guardianes seráficos, hasta los cabellos de vuestra cabeza están numerados. Si todo esto es verdad, ¿por qué vivir temerosos de las muchas pequeñeces que surgen en vuestra vida diaria? Yo os digo: no temáis; vosotros valéis mucho más que muchos pajarillos.
«Todos los que entre vosotros habéis tenido el valor de confesar vuestra fe en mi evangelio ante los hombres, yo presentaré a los ángeles del cielo; pero el que rechace a sabiendas la verdad de mis enseñanzas ante los hombres, será rechazado por el guardián de su destino aun ante los ángeles del cielo.
«Digáis lo que digáis sobre el Hijo del Hombre, se os perdonará; pero el que presuma blasfemar contra Dios, difícilmente encontrará perdón. Cuando los hombres llegan hasta el extremo de asignar las obras de Dios a las fuerzas del mal, esos rebeldes deliberados difícilmente buscarán el perdón de sus pecados.
«Y cuando nuestros enemigos os lleven ante los rectores de las sinagogas y ante otras altas autoridades, no os preocupéis por lo que debéis decir, ni os aflijáis por cómo contestar a sus preguntas, porque el espíritu que reside en vosotros os enseñará certeramente en esa misma hora lo que debéis decir en honor del evangelio del reino.
«¿Por cuánto tiempo permaneceréis en el valle de la indecisión? ¿Por qué vaciláis entre dos opiniones? ¿Por qué titubean los judíos o los gentiles en aceptar la buena nueva de que son hijos del Dios eterno? ¿Cuánto tiempo nos llevará persuadiros que entréis con regocijo en vuestra herencia espiritual? Yo vine a este mundo para revelar a vosotros el Padre y conduciros al Padre. Lo primero ya he hecho, pero lo segundo no puedo hacer sin vuestro consentimiento; el Padre jamás obliga a nadie a entrar en el reino. La invitación siempre existió y siempre existirá: el que quiera, que venga y que comparta libremente del agua viva».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar, muchos salieron para ser bautizados por los apóstoles en el Jordán, mientras él escuchaba las preguntas de los que se quedaban allí.
«Lo que muchas veces he dicho a mis apóstoles y a mis discípulos, declaro ahora a esta multitud: guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, nacida del prejuicio y alimentada por la esclavitud de las tradiciones, aunque muchos de estos fariseos sean de corazón honesto y algunos entre ellos permanecen aquí como mis discípulos. Pronto todos vosotros comprenderéis mis enseñanzas porque no hay nada que esté ahora escondido, que no será revelado. Lo que se oculta de vosotros se os hará evidente cuando el Hijo del Hombre haya completado su misión en la tierra y en la carne.
«Pronto, muy pronto, lo que nuestros enemigos confabulan ahora en secreto, en las tinieblas, saldrá a la luz y será proclamado desde las azoteas. Mas yo os digo, amigos míos, no les temáis a ellos cuando traten de destruir al Hijo del Hombre. No temáis a los que, aunque puedan matar el cuerpo, después ya no tendrán poder alguno sobre vosotros. Yo os advierto que no temáis a nadie, ni en el cielo ni en la tierra, sino que os regocijéis en el conocimiento de Aquél que tiene el poder de liberaros de toda injusticia y de presentaros sin culpa ante el asiento de justicia de todo el universo.
«¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartillos? Sin embargo, cuando estos pajaritos vuelan en busca de alimento, ni uno de ellos existe sin el conocimiento del Padre, la fuente de toda vida. Para los guardianes seráficos, hasta los cabellos de vuestra cabeza están numerados. Si todo esto es verdad, ¿por qué vivir temerosos de las muchas pequeñeces que surgen en vuestra vida diaria? Yo os digo: no temáis; vosotros valéis mucho más que muchos pajarillos.
«Todos los que entre vosotros habéis tenido el valor de confesar vuestra fe en mi evangelio ante los hombres, yo presentaré a los ángeles del cielo; pero el que rechace a sabiendas la verdad de mis enseñanzas ante los hombres, será rechazado por el guardián de su destino aun ante los ángeles del cielo.
«Digáis lo que digáis sobre el Hijo del Hombre, se os perdonará; pero el que presuma blasfemar contra Dios, difícilmente encontrará perdón. Cuando los hombres llegan hasta el extremo de asignar las obras de Dios a las fuerzas del mal, esos rebeldes deliberados difícilmente buscarán el perdón de sus pecados.
«Y cuando nuestros enemigos os lleven ante los rectores de las sinagogas y ante otras altas autoridades, no os preocupéis por lo que debéis decir, ni os aflijáis por cómo contestar a sus preguntas, porque el espíritu que reside en vosotros os enseñará certeramente en esa misma hora lo que debéis decir en honor del evangelio del reino.
«¿Por cuánto tiempo permaneceréis en el valle de la indecisión? ¿Por qué vaciláis entre dos opiniones? ¿Por qué titubean los judíos o los gentiles en aceptar la buena nueva de que son hijos del Dios eterno? ¿Cuánto tiempo nos llevará persuadiros que entréis con regocijo en vuestra herencia espiritual? Yo vine a este mundo para revelar a vosotros el Padre y conduciros al Padre. Lo primero ya he hecho, pero lo segundo no puedo hacer sin vuestro consentimiento; el Padre jamás obliga a nadie a entrar en el reino. La invitación siempre existió y siempre existirá: el que quiera, que venga y que comparta libremente del agua viva».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar, muchos salieron para ser bautizados por los apóstoles en el Jordán, mientras él escuchaba las preguntas de los que se quedaban allí.
viernes, 19 de julio de 2013
El sermón del buen pastor.
Un grupo de más de trescientas personas de
Jerusalén, fariseos y otros, siguió a Jesús hacia el norte hasta Pella,
cuando rápidamente se alejó de la jurisdicción de los dirigentes judíos
al finalizar la fiesta de la consagración; y fue en presencia de estos
instructores y líderes judíos, así como también de los doce apóstoles,
que Jesús predicó el sermón del «Buen Pastor». Después de media hora de
conversaciones casuales, hablando a un grupo de unos cien, Jesús dijo:
«Esta noche tengo mucho que deciros, y puesto que muchos entre vosotros sois mis discípulos y algunos entre vosotros, mis amargos enemigos, presentaré mis enseñanzas en una parábola para que cada uno de vosotros tome de ella lo que encuentre acogida en su corazón.
«Esta noche, hay ante mí hombres que serían capaces de morir por mí y por el evangelio del reino, y algunos de entre ellos así lo harán en años venideros; y hay aquí también algunos entre vosotros, esclavos de la tradición, que me habéis seguido desde Jerusalén, y que, con vuestros líderes tenebrosos e ilusos, queréis matar al Hijo del Hombre. La vida que ahora vivo en la carne a ambos os juzgará, a los buenos pastores y a los falsos pastores. Si los falsos pastores fueran ciegos, no tendrían pecado; mas vosotros afirmáis que veis; vosotros profesáis ser maestros en Israel; por eso, vuestro pecado permanecerá en vosotros.
«El buen pastor junta su rebaño en el redil por la noche en tiempos de peligro. Y cuando llega la mañana, entra en el corral por la puerta, y cuando llama, las ovejas conocen su voz. Pero el pastor que entra al corral por otros medios y no por la puerta, es un ladrón y un salteador. El buen pastor entra al corral después que el portero le abre la puerta, y su rebaño, conociendo su voz, sale cuando llama; y cuando ha sacado afuera todas sus ovejas, el buen pastor va
delante de ellas; las conduce y las ovejas le siguen. Sus ovejas le siguen porque conocen su voz; no seguirían a un extraño. Huirán de un extraño porque no conocen su voz. Esta multitud que está aquí reunida a nuestro alrededor es como el rebaño sin pastor, pero cuando les hablamos ellos conocen la voz del pastor, y nos seguirán; por lo menos, los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud lo harán. Algunos entre vosotros no sois de mi redil; no conocéis mi voz y no me seguiréis. Puesto que sois pastores falsos, las ovejas no conocen vuestra voz y no os seguirán».
Cuando hubo Jesús dicho esta parábola, nadie preguntó nada. Después de un tiempo nuevamente comenzó a hablar, siguiendo la conversación sobre la parábola:
«Si vosotros queréis ser los ayudantes del pastor de los rebaños de mi Padre, debéis ser, no solamente líderes meritorios, sino que también debéis alimentar al rebaño con buena comida; no sois buenos pastores a menos que conduzcáis vuestro rebaño a los pastos verdes junto a las aguas calmas.
«Ahora bien, por miedo a que algunos entre vosotros comprendan demasiado fácilmente esta parábola, yo os declaro que soy a la vez la puerta del corral del Padre y el buen pastor de los rebaños de mi Padre. Todo pastor que busca entrar al corral sin mí fracasará, y las ovejas no oirán su voz. Yo, con los que ministran conmigo, soy la puerta. Toda alma que entre al camino eterno por los medios que yo he creado y ordenado, será salvada y podrá proseguir hasta llegar a los pastos eternos del Paraíso.
«Pero también soy yo el pastor verdadero que hasta es capaz de dar su vida por el rebaño. El ladrón se mete en el corral sólo para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que podáis tener vida y tenerla más abundantemente. El asalariado huye ante el peligro, y deja que las ovejas se dispersen y sean destruidas; pero el pastor verdadero no huye cuando viene el lobo; protege su rebaño, y si hace falta, da su vida por sus ovejas. De cierto, de cierto os digo, amigos y enemigos, yo soy el pastor verdadero; yo conozco a los míos y los míos me conocen a mí. No huiré frente al peligro. Completaré este servicio hasta que la voluntad de mi Padre sea hecha, y no abandonaré al rebaño que el Padre ha confiado a mis cuidados.
«Pero tengo muchas otras ovejas que no son de este redil, y estas palabras son verdaderas no sólo para este mundo. Estas otras ovejas también oyen y reconocen mi voz, y yo he prometido al Padre que todas serán conducidas a un mismo rebaño, a una sola hermandad de los hijos de Dios. Entonces todos vosotros conoceréis la voz de un solo pastor, el pastor verdadero, y todos reconocerán la paternidad de Dios.
«Así pues sabréis por qué el Padre me ama y ha puesto en mis manos todos sus rebaños de este dominio para que los cuide; es porque el Padre sabe que yo no dejaré de proteger mi rebaño ni abandonaré mis ovejas y que, si hace falta, no vacilaré en dar mi vida al servicio de sus muchos rebaños. Pero, recordad, que si doy mi vida, la tomaré de nuevo. Ningún hombre, ni ninguna otra criatura puede quitarme la vida. Tengo el derecho y el poder de dar mi vida, y tengo igual derecho y poder para tomarla nuevamente. Vosotros no podéis comprender esto, pero yo recibí esta autoridad de mi Padre, aun antes de que existiera este mundo».
Cuando oyeron estas palabras, sus apóstoles quedaron confundidos, sus discípulos estaban asombrados, mientras que los fariseos de Jerusalén y de los alrededores salieron en la noche diciendo: «Está fuera de sí o poseído por un diablo». Pero aun algunos de los maestros de Jerusalén dijeron: «Habla como quien tiene autoridad; además, ¿quién ha visto a uno poseído por un diablo abrir los ojos de un hombre que nació ciego y hacer todas las cosas maravillosas que este hombre ha hecho?»
Al día siguiente cerca de la mitad de estos maestros judíos profesaron su creencia en Jesús, y la otra mitad retornó espantada a Jerusalén y a sus hogares.
«Esta noche tengo mucho que deciros, y puesto que muchos entre vosotros sois mis discípulos y algunos entre vosotros, mis amargos enemigos, presentaré mis enseñanzas en una parábola para que cada uno de vosotros tome de ella lo que encuentre acogida en su corazón.
«Esta noche, hay ante mí hombres que serían capaces de morir por mí y por el evangelio del reino, y algunos de entre ellos así lo harán en años venideros; y hay aquí también algunos entre vosotros, esclavos de la tradición, que me habéis seguido desde Jerusalén, y que, con vuestros líderes tenebrosos e ilusos, queréis matar al Hijo del Hombre. La vida que ahora vivo en la carne a ambos os juzgará, a los buenos pastores y a los falsos pastores. Si los falsos pastores fueran ciegos, no tendrían pecado; mas vosotros afirmáis que veis; vosotros profesáis ser maestros en Israel; por eso, vuestro pecado permanecerá en vosotros.
«El buen pastor junta su rebaño en el redil por la noche en tiempos de peligro. Y cuando llega la mañana, entra en el corral por la puerta, y cuando llama, las ovejas conocen su voz. Pero el pastor que entra al corral por otros medios y no por la puerta, es un ladrón y un salteador. El buen pastor entra al corral después que el portero le abre la puerta, y su rebaño, conociendo su voz, sale cuando llama; y cuando ha sacado afuera todas sus ovejas, el buen pastor va
delante de ellas; las conduce y las ovejas le siguen. Sus ovejas le siguen porque conocen su voz; no seguirían a un extraño. Huirán de un extraño porque no conocen su voz. Esta multitud que está aquí reunida a nuestro alrededor es como el rebaño sin pastor, pero cuando les hablamos ellos conocen la voz del pastor, y nos seguirán; por lo menos, los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud lo harán. Algunos entre vosotros no sois de mi redil; no conocéis mi voz y no me seguiréis. Puesto que sois pastores falsos, las ovejas no conocen vuestra voz y no os seguirán».
Cuando hubo Jesús dicho esta parábola, nadie preguntó nada. Después de un tiempo nuevamente comenzó a hablar, siguiendo la conversación sobre la parábola:
«Si vosotros queréis ser los ayudantes del pastor de los rebaños de mi Padre, debéis ser, no solamente líderes meritorios, sino que también debéis alimentar al rebaño con buena comida; no sois buenos pastores a menos que conduzcáis vuestro rebaño a los pastos verdes junto a las aguas calmas.
«Ahora bien, por miedo a que algunos entre vosotros comprendan demasiado fácilmente esta parábola, yo os declaro que soy a la vez la puerta del corral del Padre y el buen pastor de los rebaños de mi Padre. Todo pastor que busca entrar al corral sin mí fracasará, y las ovejas no oirán su voz. Yo, con los que ministran conmigo, soy la puerta. Toda alma que entre al camino eterno por los medios que yo he creado y ordenado, será salvada y podrá proseguir hasta llegar a los pastos eternos del Paraíso.
«Pero también soy yo el pastor verdadero que hasta es capaz de dar su vida por el rebaño. El ladrón se mete en el corral sólo para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que podáis tener vida y tenerla más abundantemente. El asalariado huye ante el peligro, y deja que las ovejas se dispersen y sean destruidas; pero el pastor verdadero no huye cuando viene el lobo; protege su rebaño, y si hace falta, da su vida por sus ovejas. De cierto, de cierto os digo, amigos y enemigos, yo soy el pastor verdadero; yo conozco a los míos y los míos me conocen a mí. No huiré frente al peligro. Completaré este servicio hasta que la voluntad de mi Padre sea hecha, y no abandonaré al rebaño que el Padre ha confiado a mis cuidados.
«Pero tengo muchas otras ovejas que no son de este redil, y estas palabras son verdaderas no sólo para este mundo. Estas otras ovejas también oyen y reconocen mi voz, y yo he prometido al Padre que todas serán conducidas a un mismo rebaño, a una sola hermandad de los hijos de Dios. Entonces todos vosotros conoceréis la voz de un solo pastor, el pastor verdadero, y todos reconocerán la paternidad de Dios.
«Así pues sabréis por qué el Padre me ama y ha puesto en mis manos todos sus rebaños de este dominio para que los cuide; es porque el Padre sabe que yo no dejaré de proteger mi rebaño ni abandonaré mis ovejas y que, si hace falta, no vacilaré en dar mi vida al servicio de sus muchos rebaños. Pero, recordad, que si doy mi vida, la tomaré de nuevo. Ningún hombre, ni ninguna otra criatura puede quitarme la vida. Tengo el derecho y el poder de dar mi vida, y tengo igual derecho y poder para tomarla nuevamente. Vosotros no podéis comprender esto, pero yo recibí esta autoridad de mi Padre, aun antes de que existiera este mundo».
Cuando oyeron estas palabras, sus apóstoles quedaron confundidos, sus discípulos estaban asombrados, mientras que los fariseos de Jerusalén y de los alrededores salieron en la noche diciendo: «Está fuera de sí o poseído por un diablo». Pero aun algunos de los maestros de Jerusalén dijeron: «Habla como quien tiene autoridad; además, ¿quién ha visto a uno poseído por un diablo abrir los ojos de un hombre que nació ciego y hacer todas las cosas maravillosas que este hombre ha hecho?»
Al día siguiente cerca de la mitad de estos maestros judíos profesaron su creencia en Jesús, y la otra mitad retornó espantada a Jerusalén y a sus hogares.
jueves, 18 de julio de 2013
En el campamento de Pella.
A mediados de enero, se habían reunido más de mil doscientas personas
en Pella, y Jesús enseñaba a esta multitud por lo menos una vez cada
día cuando se encontraba en el campamento, hablando generalmente a las
nueve de la mañana si no se lo impedía la lluvia. Pedro y los demás
apóstoles enseñaban todas las tardes. Jesús reservaba las noches para
las sesiones usuales de preguntas y respuestas con los doce y otros
discípulos avanzados. Los grupos nocturnos eran, término medio, de unos
cincuenta.
A mediados del mes de marzo, época en la que inició Jesús su viaje hacia Jerusalén, más de cuatro mil personas componían el amplio público que escuchaba la prédica de Jesús o de Pedro cada mañana. El Maestro decidió poner fin a su obra en la tierra en el momento en que el interés en su mensaje alcanzaba una cumbre, la más alta cumbre de esta segunda fase, fase no milagrosa, del progreso del reino. Aunque tres cuartos de los integrantes de la multitud eran buscadores de la verdad, también había gran número de fariseos de Jerusalén y de otras partes, juntamente con muchas personas dudosas y cavilosas.
Jesús y los doce apóstoles dedicaron mucho de su tiempo a la multitud reunida en el campamento de Pella. Los doce casi no prestaron atención al trabajo en el terreno, limitándose a acompañar a Jesús de vez en cuando para visitar a los asociados de Abner. Abner conocía muy bien el distrito de Perea, puesto que éste fue el terreno en el cual su maestro anterior, Juan el Bautista, había realizado la mayor parte de su obra. Después del comienzo de la misión de Perea, Abner y los setenta no volvieron nunca más al campamento de Pella.
A mediados del mes de marzo, época en la que inició Jesús su viaje hacia Jerusalén, más de cuatro mil personas componían el amplio público que escuchaba la prédica de Jesús o de Pedro cada mañana. El Maestro decidió poner fin a su obra en la tierra en el momento en que el interés en su mensaje alcanzaba una cumbre, la más alta cumbre de esta segunda fase, fase no milagrosa, del progreso del reino. Aunque tres cuartos de los integrantes de la multitud eran buscadores de la verdad, también había gran número de fariseos de Jerusalén y de otras partes, juntamente con muchas personas dudosas y cavilosas.
Jesús y los doce apóstoles dedicaron mucho de su tiempo a la multitud reunida en el campamento de Pella. Los doce casi no prestaron atención al trabajo en el terreno, limitándose a acompañar a Jesús de vez en cuando para visitar a los asociados de Abner. Abner conocía muy bien el distrito de Perea, puesto que éste fue el terreno en el cual su maestro anterior, Juan el Bautista, había realizado la mayor parte de su obra. Después del comienzo de la misión de Perea, Abner y los setenta no volvieron nunca más al campamento de Pella.
miércoles, 17 de julio de 2013
Comienza la misión de Perea.
EL MARTES, 3 de enero del año 30 d. de J.C., Abner, el ex jefe de
los doce apóstoles de Juan el Bautista, un nazareo, anteriormente jefe
de la escuela nazarea de En-Gedi, ahora jefe de los setenta mensajeros
del reino, reunió a sus asociados y les dio las instrucciones finales
antes de enviarlos en misión a todas las ciudades y aldeas de Perea.
Esta misión de Perea duró casi tres meses y fue el último ministerio del
Maestro. Jesús pasó directamente de esta labor a Jerusalén para vivir
su experiencia final en la carne. Los setenta, ayudados por la labor
periódica de Jesús y de los doce apóstoles, trabajaron en las siguientes
ciudades y aldeas, además de unas cincuenta aldeas adicionales: Zafón,
Gadara, Macad, Arbela, Ramat, Edrei, Bosora, Caspin, Mispé, Gérasa,
Ragaba, Sucot, Amatus, Adam, Penuel, Capitolias, Dion, Hatita, Gada,
Filadelfia, Jogbeha, Galaad, Bet-Nimra, Tiro, Eleale, Livias, Hesbón,
Callirhue, Bet-Peor, Sitim, Sibma, Medeba, Bet-Meón, Areópolis y Aroer.
Durante toda esta gira en Perea, el cuerpo de mujeres, que ya contaba con sesenta y dos miembros, se hizo cargo de la mayor parte de la tarea de ministrar a los enfermos. Este fue el período final del desarrollo de los aspectos espirituales más elevados del evangelio del reino, y por lo tanto, no hubo milagros. En ninguna otra parte de Palestina trabajaron los apóstoles y discípulos de Jesús tan a fondo, y en ninguna otra región aceptaron en forma tan general los mejores grupos de ciudadanos las enseñanzas del Maestro.
En esta época, la población de Perea era aproximadamente mitad gentil y mitad judía, porque en general los judíos habían sido desalojados de estas regiones durante los tiempos de Judas Macabeo. Perea era la provincia más bella y pintoresca de toda Palestina. Los judíos se referían en general a ella como «las tierras más allá del Jordán».
Durante este período, Jesús repartió su tiempo entre el campamento de Pella y giras realizadas con los doce para ayudar a los setenta en las diversas ciudades en las que éstos enseñaban y predicaban. Bajo la dirección de Abner, los setenta bautizaban a los creyentes a pesar de que Jesús no les había encargado que lo hicieran.
Durante toda esta gira en Perea, el cuerpo de mujeres, que ya contaba con sesenta y dos miembros, se hizo cargo de la mayor parte de la tarea de ministrar a los enfermos. Este fue el período final del desarrollo de los aspectos espirituales más elevados del evangelio del reino, y por lo tanto, no hubo milagros. En ninguna otra parte de Palestina trabajaron los apóstoles y discípulos de Jesús tan a fondo, y en ninguna otra región aceptaron en forma tan general los mejores grupos de ciudadanos las enseñanzas del Maestro.
En esta época, la población de Perea era aproximadamente mitad gentil y mitad judía, porque en general los judíos habían sido desalojados de estas regiones durante los tiempos de Judas Macabeo. Perea era la provincia más bella y pintoresca de toda Palestina. Los judíos se referían en general a ella como «las tierras más allá del Jordán».
Durante este período, Jesús repartió su tiempo entre el campamento de Pella y giras realizadas con los doce para ayudar a los setenta en las diversas ciudades en las que éstos enseñaban y predicaban. Bajo la dirección de Abner, los setenta bautizaban a los creyentes a pesar de que Jesús no les había encargado que lo hicieran.
martes, 16 de julio de 2013
La enseñanza en la logia de Salomón.
Mientras se desenvolvía toda esta sesión del sanedrín en una de las
cámaras del templo, en violación de la ley del sábado, Jesús andaba por
las cercanías, enseñando a la gente en la logia de Salomón, con la
esperanza de que lo llamaran ante el sanedrín, para que pudiera
comunicarles la buena nueva de la libertad y el gozo de la filiación
divina en el reino de Dios. Pero el sanedrín temía enviar por él. Estas
apariciones repentinas y públicas de Jesús en Jerusalén, siempre los
desconcertaban. Ahora, Jesús les brindaba la oportunidad que ellos tan
ardientemente habían buscado, pero temían mandarlo traer ante el
sanedrín aun como testigo, y más todavía temían arrestarlo.
Promediaba el invierno en Jerusalén, y la gente buscaba el refugio parcial de la logia de Salomón; mientras allí se encontraba Jesús, las multitudes le hacían muchas preguntas y él les enseñó durante más de dos horas. Algunos de los instructores judíos intentaron hacerlo caer en una trampa preguntándole públicamente: «¿Por cuánto tiempo nos dejarás en la incertidumbre? ¿Si tú eres el Mesías, por qué no nos lo dices claramente?» Dijo Jesús: «Muchas veces os he hablado de mí y de mi Padre, pero no queréis creerme. ¿Acaso no podéis ver que las obras que hago en nombre de mi Padre atestiguan por mí? Pero muchos entre vosotros no creéis porque no pertenecéis a mi redil. El instructor de la verdad atrae solamente a los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud. Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen. A todos los que siguen mis enseñanzas, yo concedo vida eterna; jamás perecerán, ni nadie los arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me ha dado a estos hijos, es más grande que todos, y nadie los puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno». Algunos de los judíos descreídos corrieron allí donde aún se estaba construyendo el templo para buscar piedras y arrojárselas a Jesús, pero los creyentes los detuvieron.
Jesús continuó sus enseñanzas: «Muchas obras amantes os he mostrado de mi Padre, y ahora quiero preguntaros ¿por cuál de ésas queréis apedrearme?» Entonces respondió uno de los fariseos: «Por buena obra no queremos apedrearte sino por la blasfemia, porque tú, siendo un hombre, te atreves a considerarte igual a Dios». Y Jesús respondió: «Acusas al Hijo del Hombre de blasfemia porque te niegas a creer en mí cuando yo declaro que Dios me ha enviado. Si no hago las obras de Dios, no me creas, pero si hago las obras de Dios aunque no creas en mí, por lo menos deberías creer en las obras. Pero para que estés seguro de lo que yo proclamo, déjame que nuevamente afirme que el Padre está en mí y yo en el Padre y que, así como el Padre está en mí, así moraré yo en cada uno de los que creen este evangelio». Y cuando la gente oyó estas palabras, muchos de entre ellos corrieron a buscar piedras para arrojárselas, pero él se alejó por los precintos del templo; y encontrándose con Natanael y Tomás, que habían asistido a la sesión de sanedrín, aguardó con ellos cerca del templo hasta que salió Josías de la cámara del concilio.
Jesús y los dos apóstoles no fueron a buscar a Josías a su casa hasta que oyeron que había sido expulsado de la sinagoga. Cuando llegaron a su casa, Tomás lo llamó al patio, y Jesús, hablándole, dijo: «Josías, ¿crees tú en el Hijo de Dios?» Josías contestó: «Dime quién es, para que yo crea en él». Jesús dijo: «Le has visto y le has oído, y es aquél que ahora te habla». Y Josías dijo: «Señor, yo creo», y cayendo de rodillas, lo adoró.
Cuando Josías se enteró de que había sido expulsado de la sinagoga, al principio se deprimió grandemente pero mucho se consoló cuando Jesús le ordenó que se preparara para ir inmediatamente con ellos al campamento de Pella. Este hombre de Jerusalén, de mente simple, en efecto había sido expulsado de una sinagoga judía, pero he aquí que el Creador de un universo lo llevó a que se asociara con la nobleza espiritual de ese día y generación.
Ahora Jesús abandonó Jerusalén, para no regresar hasta poco antes de la época en que se preparaba para abandonar este mundo. Con los dos apóstoles y Josías, el Maestro regresó a Pella. Josías demostró ser uno de los que dieron frutos entre los que recibieron el ministerio milagroso del Maestro porque se volvió predicador del evangelio del reino por toda su vida.
Promediaba el invierno en Jerusalén, y la gente buscaba el refugio parcial de la logia de Salomón; mientras allí se encontraba Jesús, las multitudes le hacían muchas preguntas y él les enseñó durante más de dos horas. Algunos de los instructores judíos intentaron hacerlo caer en una trampa preguntándole públicamente: «¿Por cuánto tiempo nos dejarás en la incertidumbre? ¿Si tú eres el Mesías, por qué no nos lo dices claramente?» Dijo Jesús: «Muchas veces os he hablado de mí y de mi Padre, pero no queréis creerme. ¿Acaso no podéis ver que las obras que hago en nombre de mi Padre atestiguan por mí? Pero muchos entre vosotros no creéis porque no pertenecéis a mi redil. El instructor de la verdad atrae solamente a los que tienen hambre de verdad y sed de rectitud. Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen. A todos los que siguen mis enseñanzas, yo concedo vida eterna; jamás perecerán, ni nadie los arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me ha dado a estos hijos, es más grande que todos, y nadie los puede arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno». Algunos de los judíos descreídos corrieron allí donde aún se estaba construyendo el templo para buscar piedras y arrojárselas a Jesús, pero los creyentes los detuvieron.
Jesús continuó sus enseñanzas: «Muchas obras amantes os he mostrado de mi Padre, y ahora quiero preguntaros ¿por cuál de ésas queréis apedrearme?» Entonces respondió uno de los fariseos: «Por buena obra no queremos apedrearte sino por la blasfemia, porque tú, siendo un hombre, te atreves a considerarte igual a Dios». Y Jesús respondió: «Acusas al Hijo del Hombre de blasfemia porque te niegas a creer en mí cuando yo declaro que Dios me ha enviado. Si no hago las obras de Dios, no me creas, pero si hago las obras de Dios aunque no creas en mí, por lo menos deberías creer en las obras. Pero para que estés seguro de lo que yo proclamo, déjame que nuevamente afirme que el Padre está en mí y yo en el Padre y que, así como el Padre está en mí, así moraré yo en cada uno de los que creen este evangelio». Y cuando la gente oyó estas palabras, muchos de entre ellos corrieron a buscar piedras para arrojárselas, pero él se alejó por los precintos del templo; y encontrándose con Natanael y Tomás, que habían asistido a la sesión de sanedrín, aguardó con ellos cerca del templo hasta que salió Josías de la cámara del concilio.
Jesús y los dos apóstoles no fueron a buscar a Josías a su casa hasta que oyeron que había sido expulsado de la sinagoga. Cuando llegaron a su casa, Tomás lo llamó al patio, y Jesús, hablándole, dijo: «Josías, ¿crees tú en el Hijo de Dios?» Josías contestó: «Dime quién es, para que yo crea en él». Jesús dijo: «Le has visto y le has oído, y es aquél que ahora te habla». Y Josías dijo: «Señor, yo creo», y cayendo de rodillas, lo adoró.
Cuando Josías se enteró de que había sido expulsado de la sinagoga, al principio se deprimió grandemente pero mucho se consoló cuando Jesús le ordenó que se preparara para ir inmediatamente con ellos al campamento de Pella. Este hombre de Jerusalén, de mente simple, en efecto había sido expulsado de una sinagoga judía, pero he aquí que el Creador de un universo lo llevó a que se asociara con la nobleza espiritual de ese día y generación.
Ahora Jesús abandonó Jerusalén, para no regresar hasta poco antes de la época en que se preparaba para abandonar este mundo. Con los dos apóstoles y Josías, el Maestro regresó a Pella. Josías demostró ser uno de los que dieron frutos entre los que recibieron el ministerio milagroso del Maestro porque se volvió predicador del evangelio del reino por toda su vida.
Josías antes el Sanedrín.
Al promediar la tarde, la curación de Josías
había ocasionado tantos comentarios alrededor del templo que los líderes
del sanedrín decidieron convocar el concilio en su acostumbrado lugar
de reunión en el templo. E hicieron esto en violación de la regla
vigente que prohibía la reunión del sanedrín el día sábado. Jesús sabía
que el incumplimiento de la santificación del sábado constituiría una de
las acusaciones principales contra él cuando llegara la prueba final, y
quería que lo convocaran ante el sanedrín para acusarlo de haber curado
a un ciego el día sábado, cuando la alta corte judía reunida para
juzgar su acto de misericordia estuviera deliberando sobre estos asuntos
el día sábado, en violación directa de sus propias leyes autoimpuestas.
Pero no llamaron a Jesús ante ellos; temían hacerlo. En cambio, mandaron llamar a Josías. Después de algunas preguntas preliminares, el portavoz del sanedrín (ante la presencia de unos cincuenta miembros) instruyó a Josías que les dijera lo que le había sucedido. Josías había escuchado, desde su curación esa mañana, de labios de Tomás, Natanael y otros que los fariseos estaban enojados por esta curación llevada a cabo un sábado, y que probablemente alborotarían a todos; pero Josías no percibía que Jesús era aquél llamado el Libertador. Por eso, cuando los fariseos lo interrogaron, dijo: «Este hombre vino, puso arcilla sobre mis ojos, me dijo que fuera a lavármelos en Siloé, y ahora yo veo».
Uno de los fariseos más viejos, después de pronunciar un largo discurso dijo: «No es posible que este hombre venga de Dios, pues, como podéis ver, no celebra el sábado. Desobedece la ley, en primer lugar porque prepara la arcilla, luego porque envía a este pordiosero a que se lave en Siloé el día sábado. Este hombre no puede ser un maestro enviado por Dios».
Entonces uno de los más jóvenes, que creía en secreto en Jesús, dijo: «Si este hombre no ha sido enviado por Dios, ¿cómo puede hacer estas cosas? Sabemos que un pecador común no puede realizar estos milagros. Todos conocemos a este pordiosero y sabemos que nació ciego; pero ahora ve. ¿Persistís en decir que este profeta hace estos portentos mediante el poder del príncipe de los diablos?» Por cada fariseo que se atrevía a acusar y denunciar a Jesús, había otro que se levantaba y planteaba preguntas difíciles y comprometedoras, de manera que se creó una grave división entre ellos. El presidente se dio cuenta de que lo que estaba sucediendo, y para apaciguar los ánimos se preparó a interrogar nuevamente al hombre. Volviéndose a Josías, le dijo: «¿Qué puedes decir de este hombre, este Jesús, quien tú dices que te abrió los ojos?» Y Josías respondió: «Creo que es un profeta».
Era bien sabido en Jerusalén no sólo que se había prohibido la entrada de Jesús a todas las sinagogas, sino también que todos los que creían en sus enseñanzas habían sido expulsados de las sinagogas, excomunicados de la congregación de Israel; esto significaba que les estaban negados todos los derechos y privilegios de toda índole del pueblo judío excepto el derecho de comprar las necesidades para la subsistencia.
Por consiguiente, cuando los padres de Josías, pobres y con almas temerosas, aparecieron ante el augusto sanedrín, tenían miedo de hablar libremente. Dijo el portavoz del tribunal: «¿Es éste vuestro hijo? ¿Hemos de entender que nació ciego? Si eso es verdad, ¿cómo puede ser que ahora vea?» Entonces el padre de Josías, secundado por de la madre, contestó: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego, pero, cómo llegó ahora a ver, o quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Preguntadle a él; es mayor de edad; que hable por sí mismo».
Entonces volvieron a llamar a Josías ante ellos. No conseguían cumplir con su plan de celebrar un juicio formal, y algunos se sentían molestos por estar haciendo esto el día sábado; por lo tanto, cuando volvieron a llamar a Josías, intentaron enredarlo mediante una forma diferente de ataque. El funcionario del tribunal habló al ex ciego diciéndole: «¿Por qué no le das gloria a Dios por este acontecimiento? ¿Por qué no nos dices toda la verdad sobre lo que sucedió? Todos nosotros sabemos que este hombre es un pecador. ¿Por qué te niegas a discernir la verdad? Bien sabes que tanto tú como este hombre, sois culpables de desobedecer la ley del sábado. ¿Por qué no expías tu pecado reconociendo que Dios fue el que te curó, si aún persistes en declarar que tus ojos se abrieron en este día?»
Pero Josías no era tonto ni le faltaba sentido del humor; por lo tanto respondió al funcionario del tribunal: «Si este hombre es un pecador, yo no lo sé; pero una cosa sí sé — que, así como antes era ciego, ahora veo». Como no conseguían hacer caer a Josías en la trampa, siguieron interrogándolo: «¿De qué manera te abrió los ojos? ¿Qué es lo que hizo en realidad? ¿Qué te dijo? ¿Te pidió que creyeras en él?»
Josías respondió, con cierta impaciencia: «Os he dicho exactamente lo que sucedió, y si no creéis en mi testimonio, ¿para qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis acaso también vosotros haceros sus discípulos?» Cuando Josías habló así, explotó en el sanedrín la confusión, casi la violencia, ya que los líderes se precipitaron sobre Josías exclamando airadamente: «Tú puedes hablar de ser discípulo de este hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés, y somos los instructores de las leyes de Dios. Sabemos que Dios nos habló a través de Moisés, pero en cuanto a este hombre Jesús, no sabemos de donde viene».
Entonces Josías, parado sobre un taburete, gritó a todos los que podían oír, diciendo: «Escuchad, vosotros que clamáis ser maestros de todo Israel, mientras os declaro que aquí hay una gran maravilla puesto que vosotros confeséis que no sabéis de dónde sea este hombre, y sin embargo sabéis con seguridad, por el testimonio que habéis oído, que a mí me abrió los ojos. Todos sabemos que Dios no hace tales obras para los impíos; que Dios sólo haría tal cosa a solicitud de un creyente auténtico —de aquél que es santo y recto. Sabéis que desde el principio del mundo no se ha oído que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. ¡Miradme pues, todos vosotros, y percataos qué se ha hecho en este día en Jerusalén! Yo os digo, que si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer esto». Y al disolverse la reunión del sanedrín y partir los miembros airados y confusos, le gritaron: «Naciste en pecado, ¿y ya tienes la presunción de enseñarnos a nosotros? Tal vez no naciste realmente ciego, y aunque tus ojos se abrieron en este día sábado, eso fue obra del príncipe de los diablos». Inmediatamente se fueron a la sinagoga para expulsar a Josías.
Josías llegó a este juicio con escasas ideas sobre Jesús y la naturaleza de su curación. La mayor parte del testimonio audaz que tan sagaz y valientemente presentó ante este tribunal supremo de todo Israel se formó en su mente a medida que el juicio procedía de una manera tan injusta y poco recta.
Pero no llamaron a Jesús ante ellos; temían hacerlo. En cambio, mandaron llamar a Josías. Después de algunas preguntas preliminares, el portavoz del sanedrín (ante la presencia de unos cincuenta miembros) instruyó a Josías que les dijera lo que le había sucedido. Josías había escuchado, desde su curación esa mañana, de labios de Tomás, Natanael y otros que los fariseos estaban enojados por esta curación llevada a cabo un sábado, y que probablemente alborotarían a todos; pero Josías no percibía que Jesús era aquél llamado el Libertador. Por eso, cuando los fariseos lo interrogaron, dijo: «Este hombre vino, puso arcilla sobre mis ojos, me dijo que fuera a lavármelos en Siloé, y ahora yo veo».
Uno de los fariseos más viejos, después de pronunciar un largo discurso dijo: «No es posible que este hombre venga de Dios, pues, como podéis ver, no celebra el sábado. Desobedece la ley, en primer lugar porque prepara la arcilla, luego porque envía a este pordiosero a que se lave en Siloé el día sábado. Este hombre no puede ser un maestro enviado por Dios».
Entonces uno de los más jóvenes, que creía en secreto en Jesús, dijo: «Si este hombre no ha sido enviado por Dios, ¿cómo puede hacer estas cosas? Sabemos que un pecador común no puede realizar estos milagros. Todos conocemos a este pordiosero y sabemos que nació ciego; pero ahora ve. ¿Persistís en decir que este profeta hace estos portentos mediante el poder del príncipe de los diablos?» Por cada fariseo que se atrevía a acusar y denunciar a Jesús, había otro que se levantaba y planteaba preguntas difíciles y comprometedoras, de manera que se creó una grave división entre ellos. El presidente se dio cuenta de que lo que estaba sucediendo, y para apaciguar los ánimos se preparó a interrogar nuevamente al hombre. Volviéndose a Josías, le dijo: «¿Qué puedes decir de este hombre, este Jesús, quien tú dices que te abrió los ojos?» Y Josías respondió: «Creo que es un profeta».
Los líderes quedaron muy preocupados y,
como no sabían qué otra cosa podían hacer, decidieron mandar a llamar a
los padres de Josías para saber si realmente había nacido ciego. No
querían creer que el pordiosero había sido curado.
Era bien sabido en Jerusalén no sólo que se había prohibido la entrada de Jesús a todas las sinagogas, sino también que todos los que creían en sus enseñanzas habían sido expulsados de las sinagogas, excomunicados de la congregación de Israel; esto significaba que les estaban negados todos los derechos y privilegios de toda índole del pueblo judío excepto el derecho de comprar las necesidades para la subsistencia.
Por consiguiente, cuando los padres de Josías, pobres y con almas temerosas, aparecieron ante el augusto sanedrín, tenían miedo de hablar libremente. Dijo el portavoz del tribunal: «¿Es éste vuestro hijo? ¿Hemos de entender que nació ciego? Si eso es verdad, ¿cómo puede ser que ahora vea?» Entonces el padre de Josías, secundado por de la madre, contestó: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego, pero, cómo llegó ahora a ver, o quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Preguntadle a él; es mayor de edad; que hable por sí mismo».
Entonces volvieron a llamar a Josías ante ellos. No conseguían cumplir con su plan de celebrar un juicio formal, y algunos se sentían molestos por estar haciendo esto el día sábado; por lo tanto, cuando volvieron a llamar a Josías, intentaron enredarlo mediante una forma diferente de ataque. El funcionario del tribunal habló al ex ciego diciéndole: «¿Por qué no le das gloria a Dios por este acontecimiento? ¿Por qué no nos dices toda la verdad sobre lo que sucedió? Todos nosotros sabemos que este hombre es un pecador. ¿Por qué te niegas a discernir la verdad? Bien sabes que tanto tú como este hombre, sois culpables de desobedecer la ley del sábado. ¿Por qué no expías tu pecado reconociendo que Dios fue el que te curó, si aún persistes en declarar que tus ojos se abrieron en este día?»
Pero Josías no era tonto ni le faltaba sentido del humor; por lo tanto respondió al funcionario del tribunal: «Si este hombre es un pecador, yo no lo sé; pero una cosa sí sé — que, así como antes era ciego, ahora veo». Como no conseguían hacer caer a Josías en la trampa, siguieron interrogándolo: «¿De qué manera te abrió los ojos? ¿Qué es lo que hizo en realidad? ¿Qué te dijo? ¿Te pidió que creyeras en él?»
Josías respondió, con cierta impaciencia: «Os he dicho exactamente lo que sucedió, y si no creéis en mi testimonio, ¿para qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis acaso también vosotros haceros sus discípulos?» Cuando Josías habló así, explotó en el sanedrín la confusión, casi la violencia, ya que los líderes se precipitaron sobre Josías exclamando airadamente: «Tú puedes hablar de ser discípulo de este hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés, y somos los instructores de las leyes de Dios. Sabemos que Dios nos habló a través de Moisés, pero en cuanto a este hombre Jesús, no sabemos de donde viene».
Entonces Josías, parado sobre un taburete, gritó a todos los que podían oír, diciendo: «Escuchad, vosotros que clamáis ser maestros de todo Israel, mientras os declaro que aquí hay una gran maravilla puesto que vosotros confeséis que no sabéis de dónde sea este hombre, y sin embargo sabéis con seguridad, por el testimonio que habéis oído, que a mí me abrió los ojos. Todos sabemos que Dios no hace tales obras para los impíos; que Dios sólo haría tal cosa a solicitud de un creyente auténtico —de aquél que es santo y recto. Sabéis que desde el principio del mundo no se ha oído que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. ¡Miradme pues, todos vosotros, y percataos qué se ha hecho en este día en Jerusalén! Yo os digo, que si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer esto». Y al disolverse la reunión del sanedrín y partir los miembros airados y confusos, le gritaron: «Naciste en pecado, ¿y ya tienes la presunción de enseñarnos a nosotros? Tal vez no naciste realmente ciego, y aunque tus ojos se abrieron en este día sábado, eso fue obra del príncipe de los diablos». Inmediatamente se fueron a la sinagoga para expulsar a Josías.
Josías llegó a este juicio con escasas ideas sobre Jesús y la naturaleza de su curación. La mayor parte del testimonio audaz que tan sagaz y valientemente presentó ante este tribunal supremo de todo Israel se formó en su mente a medida que el juicio procedía de una manera tan injusta y poco recta.
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