Mientras se desenvolvía toda esta sesión del sanedrín en una de las
cámaras del templo, en violación de la ley del sábado, Jesús andaba por
las cercanías, enseñando a la gente en la logia de Salomón, con la
esperanza de que lo llamaran ante el sanedrín, para que pudiera
comunicarles la buena nueva de la libertad y el gozo de la filiación
divina en el reino de Dios. Pero el sanedrín temía enviar por él. Estas
apariciones repentinas y públicas de Jesús en Jerusalén, siempre los
desconcertaban. Ahora, Jesús les brindaba la oportunidad que ellos tan
ardientemente habían buscado, pero temían mandarlo traer ante el
sanedrín aun como testigo, y más todavía temían arrestarlo.
Promediaba el invierno en Jerusalén, y la
gente buscaba el refugio parcial de la logia de Salomón; mientras allí
se encontraba Jesús, las multitudes le hacían muchas preguntas y él les
enseñó durante más de dos horas. Algunos de los instructores judíos
intentaron hacerlo caer en una trampa preguntándole públicamente: «¿Por
cuánto tiempo nos dejarás en la incertidumbre? ¿Si tú eres el Mesías,
por qué no nos lo dices claramente?» Dijo Jesús: «Muchas veces os he
hablado de mí y de mi Padre, pero no queréis creerme. ¿Acaso no podéis
ver que las obras que hago en nombre de mi Padre atestiguan por mí? Pero
muchos entre vosotros no creéis porque no pertenecéis a mi redil. El
instructor de la verdad atrae solamente a los que tienen hambre de
verdad y sed de rectitud. Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y
ellas me siguen. A todos los que siguen mis enseñanzas, yo concedo vida
eterna; jamás perecerán, ni nadie los arrebatará de mi mano. Mi Padre,
que me ha dado a estos hijos, es más grande que todos, y nadie los puede
arrebatar de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno». Algunos de
los judíos descreídos corrieron allí donde aún se estaba construyendo el
templo para buscar piedras y arrojárselas a Jesús, pero los creyentes
los detuvieron.
Jesús continuó sus enseñanzas: «Muchas
obras amantes os he mostrado de mi Padre, y ahora quiero preguntaros
¿por cuál de ésas queréis apedrearme?» Entonces respondió uno de los
fariseos: «Por buena obra no queremos apedrearte sino por la blasfemia,
porque tú, siendo un hombre, te atreves a considerarte igual a Dios». Y
Jesús respondió: «Acusas al Hijo del Hombre de blasfemia porque te
niegas a creer en mí cuando yo declaro que Dios me ha enviado. Si no
hago las obras de Dios, no me creas, pero si hago las obras de
Dios aunque no creas en mí, por lo menos deberías creer en las obras.
Pero para que estés seguro de lo que yo proclamo, déjame que nuevamente
afirme que el Padre está en mí y yo en el Padre y que, así como el Padre
está en mí, así moraré yo en cada uno de los que creen este evangelio».
Y cuando la gente oyó estas palabras, muchos de entre ellos corrieron a
buscar piedras para arrojárselas, pero él se alejó por los precintos
del templo; y encontrándose con Natanael y Tomás, que habían asistido a
la sesión de sanedrín, aguardó con ellos cerca del templo hasta que
salió Josías de la cámara del concilio.
Jesús y los dos apóstoles no fueron a
buscar a Josías a su casa hasta que oyeron que había sido expulsado de
la sinagoga. Cuando llegaron a su casa, Tomás lo llamó al patio, y
Jesús, hablándole, dijo: «Josías, ¿crees tú en el Hijo de Dios?» Josías
contestó: «Dime quién es, para que yo crea en él». Jesús dijo: «Le has
visto y le has oído, y es aquél que ahora te habla». Y Josías dijo:
«Señor, yo creo», y cayendo de rodillas, lo adoró.
Cuando Josías se enteró de que había sido
expulsado de la sinagoga, al principio se deprimió grandemente pero
mucho se consoló cuando Jesús le ordenó que se preparara para ir
inmediatamente con ellos al campamento de Pella. Este hombre de
Jerusalén, de mente simple, en efecto había sido expulsado de una
sinagoga judía, pero he aquí que el Creador de un universo lo llevó a
que se asociara con la nobleza espiritual de ese día y generación.
Ahora Jesús abandonó Jerusalén, para no
regresar hasta poco antes de la época en que se preparaba para abandonar
este mundo. Con los dos apóstoles y Josías, el Maestro regresó a Pella.
Josías demostró ser uno de los que dieron frutos entre los que
recibieron el ministerio milagroso del Maestro porque se volvió
predicador del evangelio del reino por toda su vida.