Mucho antes de huir ellos de Galilea, los
seguidores de Jesús le habían implorado que fuera a Jerusalén para
proclamar el evangelio del reino, para que su mensaje tuviera el
prestigio de ser predicado en el centro de la cultura y de la sabiduría
judaicas; pero ahora que Jesús llegaba en realidad a Jerusalén a enseñar, temían por su vida. Sabiendo que el
sanedrín quería enjuiciar a Jesús en Jerusalén, y recordando las
declaraciones recientemente reiteradas por el Maestro sobre el tema de
que sería puesto a muerte, los apóstoles habían quedado literalmente
pasmados por la decisión imprevista del Maestro de asistir a la fiesta
de los tabernáculos. Siempre había contestado a las previas súplicas de
que él fuera a Jerusalén con: «La hora aún no ha llegado». Ahora, al
expresar ellos su temor, tan sólo respondió: «Pero ha llegado la hora».
Durante la fiesta de los tabernáculos,
Jesús fue intrépidamente a Jerusalén en varias ocasiones y enseñó
públicamente en el templo. Esto hizo a pesar de los esfuerzos de sus
apóstoles por disuadirlo. Aunque le habían urgido durante mucho tiempo
que proclamara su mensaje en Jerusalén, ahora temían verle entrar a la
ciudad, sabiendo muy bien que los escribas y fariseos estaban decididos a
ocasionar su muerte.
La audaz aparición de Jesús en Jerusalén
confundió aun más a sus seguidores. Muchos de sus discípulos, y aun
Judas Iscariote el apóstol, se habían atrevido a pensar que Jesús había
huido a Fenicia porque temía a los dirigentes judíos y a Herodes
Antipas. No comprendían el significado de los movimientos del Maestro.
Su presencia en Jerusalén en la fiesta de los tabernáculos, aun en
contra del consejo de sus seguidores, consiguió poner fin para siempre a
todo rumor sobre su temor y cobardía.
Durante la fiesta de los tabernáculos,
miles de creyentes de todas partes del imperio romano vieron a Jesús, lo
oyeron enseñar, y muchos aun fueron hasta Betania para dialogar con él
sobre el progreso del reino en sus tierras natales.
Muchas eran las razones por las cuales
Jesús pudo predicar públicamente en los patios del templo durante los
días de la fiesta, y la razón principal era el temor que había
sobrecogido a los oficiales del sanedrín como resultado de la división
secreta de sentimientos en sus propias filas. Era un hecho de que muchos
de los miembros del sanedrín creían secretamente en Jesús o si no,
estaban decididamente en contra de arrestarlo durante la fiesta, cuando
había tanta gente en Jerusalén, muchos entre los cuales creían en él o
por lo menos tenían simpatía por el movimiento espiritual que
patrocinaba.
Los esfuerzos de Abner y sus asociados en
Judea también habían hecho mucho por consolidar un sentimiento favorable
al reino, tanto que los enemigos de Jesús no se atrevían a expresar
demasiado abiertamente su oposición. Ésta fue una de las razones por las
cuales Jesús pudo visitar públicamente Jerusalén y salir de allí con
vida. Uno o dos meses antes de esto seguramente le hubieran dado muerte.
Pero el audaz atrevimiento de Jesús al
aparecer en público en Jerusalén sobrecogió a sus enemigos; no estaban
preparados para enfrentarse con un desafío tan abierto. Varias veces
durante este mes, el sanedrín hizo débiles intentos de arrestar al
Maestro, pero nada consiguieron con sus esfuerzos. Sus enemigos estaban
tan sorprendidos por la inesperada aparición pública de Jesús en
Jerusalén, que supusieron que las autoridades romanas le habían
prometido protección. Sabiendo que Felipe (el hermano de Herodes
Antipas) era casi un seguidor de Jesús, los miembros del sanedrín
especularon que Felipe había conseguido para Jesús promesas de
protección contra sus enemigos. Jesús ya había partido del territorio
bajo su jurisdicción, antes de que ellos despertaran al hecho de que se
habían equivocado en creer que su aparición repentina y audaz en
Jerusalén se debía a un convenio secreto con los oficiales romanos.
Sólo los doce apóstoles sabían que Jesús
planeaba asistir a la fiesta de los tabernáculos cuando partieron de
Magadán. Los demás seguidores del Maestro
mucho se sorprendieron cuando apareció en los patios del templo y
comenzó a enseñar públicamente, y las autoridades judías estuvieron
indescriptiblemente sorprendidas cuando se les informó que estaba
enseñando en el templo.
Aunque sus discípulos no anticipaban que
Jesús asistiera a la fiesta, la vasta mayoría de los peregrinos que
venían de lejos, que habían oído hablar de él, tenían la esperanza de
poder verlo en Jerusalén. No fueron desilusionados, porque en varias
ocasiones enseñó en la logia de Salomón y en otras partes de los patios
del templo. Estas enseñanzas fueron en realidad el anuncio oficial o
solemne al pueblo judío y a todo el mundo de la divinidad de Jesús.
Las multitudes que escucharon las
enseñanzas del Maestro se encontraban divididas en sus opiniones.
Algunos decían que era un buen hombre; otros, que un profeta; otros, que
era verdaderamente el Mesías; otros, que era un entrometido malicioso,
que conducía a la gente por el mal camino con sus extrañas doctrinas.
Sus enemigos titubeaban en denunciarlo abiertamente porque temían a sus
creyentes, mientras que sus amigos temían reconocerlo abiertamente por
temor de los líderes judíos, sabiendo que el sanedrín estaba decidido a
ponerlo a muerte. Pero aun sus enemigos se maravillaron de sus
enseñanzas, sabiendo que no había sido instruido en las escuelas
rabínicas.
Cada vez que iba Jesús a Jerusalén, sus
apóstoles vivían aterrorizados. Tenían tanto más miedo puesto que, día
tras día, escuchaban sus declaraciones cada vez más audaces sobre la
naturaleza de su misión en la tierra. No estaban acostumbrados a
escuchar a Jesús hacer declaraciones tan positivas y afirmaciones tan
sorprendentes aun cuando predicaba entre sus amigos.