A fines de enero, las multitudes de los sábados
por la tarde eran casi de tres mil personas. El sábado 28 de enero,
Jesús predicó el sermón memorable sobre «Confianza y preparación espiritual». Después de las observaciones preliminares de Simón Pedro, el Maestro dijo:
«Lo que muchas veces he dicho a mis
apóstoles y a mis discípulos, declaro ahora a esta multitud: guardaos de
la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, nacida del prejuicio
y alimentada por la esclavitud de las tradiciones, aunque muchos de
estos fariseos sean de corazón honesto y algunos entre ellos permanecen
aquí como mis discípulos. Pronto todos vosotros comprenderéis mis
enseñanzas porque no hay nada que esté ahora escondido, que no será
revelado. Lo que se oculta de vosotros se os hará evidente cuando el
Hijo del Hombre haya completado su misión en la tierra y en la carne.
«Pronto, muy pronto, lo que nuestros
enemigos confabulan ahora en secreto, en las tinieblas, saldrá a la luz y
será proclamado desde las azoteas. Mas yo os digo, amigos míos, no les
temáis a ellos cuando traten de destruir al Hijo del Hombre. No temáis a
los que, aunque puedan matar el cuerpo, después ya no tendrán poder
alguno sobre vosotros. Yo os advierto que no temáis a nadie, ni en el
cielo ni en la tierra, sino que os regocijéis en el conocimiento de
Aquél que tiene el poder de liberaros de toda injusticia y de
presentaros sin culpa ante el asiento de justicia de todo el universo.
«¿No se venden cinco pajarillos por dos
cuartillos? Sin embargo, cuando estos pajaritos vuelan en busca de
alimento, ni uno de ellos existe sin el conocimiento del Padre, la
fuente de toda vida. Para los guardianes seráficos, hasta los cabellos
de vuestra cabeza están numerados. Si todo esto es verdad, ¿por qué
vivir temerosos de las muchas pequeñeces que surgen en vuestra vida
diaria? Yo os digo: no temáis; vosotros valéis mucho más que muchos
pajarillos.
«Todos los que entre vosotros habéis tenido
el valor de confesar vuestra fe en mi evangelio ante los hombres, yo
presentaré a los ángeles del cielo; pero el que rechace a sabiendas la
verdad de mis enseñanzas ante los hombres, será rechazado por el
guardián de su destino aun ante los ángeles del cielo.
«Digáis lo que digáis sobre el Hijo del
Hombre, se os perdonará; pero el que presuma blasfemar contra Dios,
difícilmente encontrará perdón. Cuando los hombres llegan hasta el
extremo de asignar las obras de Dios a las fuerzas del mal, esos
rebeldes deliberados difícilmente buscarán el perdón de sus pecados.
«Y cuando nuestros enemigos os lleven ante
los rectores de las sinagogas y ante otras altas autoridades, no os
preocupéis por lo que debéis decir, ni os aflijáis por cómo contestar a
sus preguntas, porque el espíritu que reside en vosotros os enseñará
certeramente en esa misma hora lo que debéis decir en honor del
evangelio del reino.
«¿Por cuánto tiempo permaneceréis en el
valle de la indecisión? ¿Por qué vaciláis entre dos opiniones? ¿Por qué
titubean los judíos o los gentiles en aceptar la buena nueva de que son
hijos del Dios eterno? ¿Cuánto tiempo nos llevará persuadiros que
entréis con regocijo en vuestra herencia espiritual? Yo vine a este
mundo para revelar a vosotros el Padre y conduciros al Padre. Lo primero
ya he hecho, pero lo segundo no puedo hacer sin vuestro consentimiento;
el Padre jamás obliga a nadie a entrar en el reino. La invitación
siempre existió y siempre existirá: el que quiera, que venga y que
comparta libremente del agua viva».
Cuando Jesús hubo terminado de hablar,
muchos salieron para ser bautizados por los apóstoles en el Jordán,
mientras él escuchaba las preguntas de los que se quedaban allí.