Jesús había asistido a la fiesta de los tabernáculos para proclamar
el evangelio a los peregrinos de todas partes del imperio; ahora iba a
la fiesta de la consagración con un sólo propósito: el de ofrecer otra
oportunidad al sanedrín y a los líderes judíos para que vieran la luz.
El acontecimiento principal de estos pocos días en Jerusalén sucedió el
viernes por la noche en la casa de Nicodemo. Estaban aquí reunidos unos
veinticinco líderes judíos que creían en las enseñanzas de Jesús. En el
grupo había catorce hombres que eran en ese momento, o habían sido hasta
recientemente, miembros del sanedrín. Esta reunión fue presenciada por
Eber, Matadormo y José de Arimatea.
En esta ocasión, los oyentes de Jesús eran
hombres eruditos, y tanto ellos como los dos apóstoles se sorprendieron
de la amplitud y profundidad de las observaciones que el Maestro hizo
ante este grupo distinguido. No había él exhibido tal sabiduría y
conocimiento desde los tiempos en que enseñara en Alejandría, en Roma y
en las islas del Mediterráneo, ni había mostrado tal comprensión de los
asuntos de los hombres, tanto seculares como religiosos.
Cuando la pequeña reunión se disolvió,
todos se fueron impresionados por la personalidad del Maestro,
encantados con sus maneras desenvueltas, y enamorados del hombre. Habían
intentando asesorar a Jesús en relación con su deseo de ganar a los restantes miembros del
sanedrín. El Maestro escuchó atentamente, pero en silencio, sus
propuestas. Bien sabía que ninguno de los planes de ellos funcionaría.
Suponía que la mayoría de los líderes judíos jamás aceptaría el
evangelio del reino; sin embargo, les proporcionó otra oportunidad de
elección. Pero cuando salió esa noche, con Natanael y Tomás, para
alojarse en el Monte de los Olivos, no había decidido qué método
utilizar para llevar nuevamente su obra a la atención del sanedrín.
Esa noche, Natanael y Tomás poco durmieron;
estaban demasiado impresionados por todo lo que habían escuchado en la
casa de Nicodemo. Mucho pensaron sobre la declaración final de Jesús en
relación con la oferta de los miembros y ex miembros del sanedrín de
acompañarlo ante los setenta. El Maestro dijo: «No, hermanos míos, no
serviría para nada. Multiplicaríais vosotros la ira que recaerá sobre
vuestra cabeza, pero no mitigaríais en lo más mínimo el odio que ellos
me tienen. Id, cada uno de vosotros, cumplid con los asuntos del Padre
según os guíe el espíritu, mientras yo llevo nuevamente el reino a la
atención de ellos en la forma en que mi Padre me lo indique».