El día que salieron los setenta en su
primera misión fue una ocasión emocionante en el campamento de Magadán.
Temprano por la mañana, en su última conversación con los setenta, Jesús
hizo hincapié sobre lo siguiente:
1.
El evangelio del reino debe ser proclamado a todo el mundo, tanto a los gentiles como a los judíos.
2.
Al ministrar a los enfermos, no les enseñéis a esperar milagros.
3.
Proclamad una hermandad espiritual de los hijos de Dios, no un reino material de poder mundano y gloria temporal.
4.
Procurad no perder el tiempo en excesivas interacciones sociales y otras
trivialidades que puedan desmerecer vuestra devoción total a la
predicación del evangelio.
5.
Si la primer casa que seleccionéis como centro de operaciones es un
hogar digno, morad allí durante toda vuestra estadía en esa ciudad.
6.
Aclarad a todos los creyentes fieles que ya ha llegado el momento de una
ruptura completa con los líderes religiosos de los judíos de Jerusalén.
7.
Enseñad que el deber total del hombre se resume en este solo
mandamiento: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente y alma, y a tu
prójimo como a ti mismo. (Esto debían ellos enseñar como deber completo
del hombre, en lugar de las 613 reglas del vivir expuestas por los
fariseos.)
Cuando Jesús hubo hablado así a los setenta
en presencia de todos los apóstoles y discípulos, Simón Pedro se los
llevó consigo y les predicó su sermón de ordenación, que era una
elaboración del encargo del Maestro dado en el momento en que él puso
las manos sobre la cabeza de cada uno de ellos y los nombró mensajeros
del reino. Pedro exhortó a los setenta a que estimaran en su experiencia
las siguientes virtudes:
1. La devoción consagrada. Orar
constantemente para que se envíen más trabajadores a la cosecha del
evangelio. Explicó que, cuando así se ora, es más probable que uno diga:
«Aquí estoy; envíame». Los exhortó a que no olvidaran su adoración
diaria.
2. El coraje verdadero. Les advirtió
que encontrarán hostilidades y con seguridad serían perseguidos. Pedro
les dijo que su misión no era para cobardes y les advirtió que los que
tuvieran miedo se separaran antes de empezar. Pero nadie se separó.
3. La fe y la confianza. Debían
salir en esta corta misión sin provisiones algunas; debían confiar en
que el Padre los proveería con comida, techo, y demás cosas necesarias.
4. El celo y la iniciativa. Debían
estar poseídos de celo y entusiasmo inteligente. Debían ocuparse
estrictamente de los asuntos de su Maestro. La forma oriental de saludar
constituía una ceremonia prolongada y elaborada; por consiguiente, se
les había instruido que «no saludaran a nadie por el camino», lo que
comúnmente era el método usado para decir que se ocupara uno de su tarea
sin perder el tiempo. Nada tenía que ver esto con un saludo cordial.
5. La gentileza y la cortesía. El
Maestro les había instruido que evitaran pérdidas de tiempo innecesarias
en ceremonias sociales, pero les ordenó cortesía hacia todos aquellos
con los que se encontraran. Debían mostrar trato cordial para con los
que los recibían en su hogar. Tenían estricta advertencia contra
abandonar un hogar modesto en favor de uno más cómodo o de mayor
influencia social.
6. El ministerio a los enfermos.
Pedro encargó a los setenta que buscaran a los enfermos de mente y
cuerpo e hicieran todo lo posible para aliviar o curar sus enfermedades.
Después de haber recibido pues el cometido
y las instrucciones, partieron, de dos en dos, a su misión en Galilea,
Samaria y Judea.
Aunque los judíos tenían un respeto
especial por el número setenta, considerando a veces que las naciones de
paganismo sumaban setenta, y aunque estos setenta mensajeros debían
llevar el evangelio a todos los pueblos, aun así, por lo que nosotros
podemos discernir, fue tan sólo una coincidencia que este grupo
estuviera constituido por setenta personas. Es indudable que Jesús
hubiera aceptado a no menos de media docena más, pero ellos no estaban
dispuestos a pagar el precio de abandonar riqueza y familia.