«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

viernes, 12 de julio de 2013

La despedida de los setenta.

El día que salieron los setenta en su primera misión fue una ocasión emocionante en el campamento de Magadán. Temprano por la mañana, en su última conversación con los setenta, Jesús hizo hincapié sobre lo siguiente:


    
1. El evangelio del reino debe ser proclamado a todo el mundo, tanto a los gentiles como a los judíos.
      
2. Al ministrar a los enfermos, no les enseñéis a esperar milagros.
       
3. Proclamad una hermandad espiritual de los hijos de Dios, no un reino material de poder mundano y gloria temporal.
      
4. Procurad no perder el tiempo en excesivas interacciones sociales y otras trivialidades que puedan desmerecer vuestra devoción total a la predicación del evangelio.
      
5. Si la primer casa que seleccionéis como centro de operaciones es un hogar digno, morad allí durante toda vuestra estadía en esa ciudad.
      
6. Aclarad a todos los creyentes fieles que ya ha llegado el momento de una ruptura completa con los líderes religiosos de los judíos de Jerusalén.
      
7. Enseñad que el deber total del hombre se resume en este solo mandamiento: Ama al Señor tu Dios con toda tu mente y alma, y a tu prójimo como a ti mismo. (Esto debían ellos enseñar como deber completo del hombre, en lugar de las 613 reglas del vivir expuestas por los fariseos.)
      
Cuando Jesús hubo hablado así a los setenta en presencia de todos los apóstoles y discípulos, Simón Pedro se los llevó consigo y les predicó su sermón de ordenación, que era una elaboración del encargo del Maestro dado en el momento en que él puso las manos sobre la cabeza de cada uno de ellos y los nombró mensajeros del reino. Pedro exhortó a los setenta a que estimaran en su experiencia las siguientes virtudes:
      
1. La devoción consagrada. Orar constantemente para que se envíen más trabajadores a la cosecha del evangelio. Explicó que, cuando así se ora, es más probable que uno diga: «Aquí estoy; envíame». Los exhortó a que no olvidaran su adoración diaria.
     
2. El coraje verdadero. Les advirtió que encontrarán hostilidades y con seguridad serían perseguidos. Pedro les dijo que su misión no era para cobardes y les advirtió que los que tuvieran miedo se separaran antes de empezar. Pero nadie se separó.
      
3. La fe y la confianza. Debían salir en esta corta misión sin provisiones algunas; debían confiar en que el Padre los proveería con comida, techo, y demás cosas necesarias.
      
4. El celo y la iniciativa. Debían estar poseídos de celo y entusiasmo inteligente. Debían ocuparse estrictamente de los asuntos de su Maestro. La forma oriental de saludar constituía una ceremonia prolongada y elaborada; por consiguiente, se les había instruido que «no saludaran a nadie por el camino», lo que comúnmente era el método usado para decir que se ocupara uno de su tarea sin perder el tiempo. Nada tenía que ver esto con un saludo cordial.
      
5. La gentileza y la cortesía. El Maestro les había instruido que evitaran pérdidas de tiempo innecesarias en ceremonias sociales, pero les ordenó cortesía hacia todos aquellos con los que se encontraran. Debían mostrar trato cordial para con los que los recibían en su hogar. Tenían estricta advertencia contra abandonar un hogar modesto en favor de uno más cómodo o de mayor influencia social.
      
6. El ministerio a los enfermos. Pedro encargó a los setenta que buscaran a los enfermos de mente y cuerpo e hicieran todo lo posible para aliviar o curar sus enfermedades.
      
Después de haber recibido pues el cometido y las instrucciones, partieron, de dos en dos, a su misión en Galilea, Samaria y Judea.
      
Aunque los judíos tenían un respeto especial por el número setenta, considerando a veces que las naciones de paganismo sumaban setenta, y aunque estos setenta mensajeros debían llevar el evangelio a todos los pueblos, aun así, por lo que nosotros podemos discernir, fue tan sólo una coincidencia que este grupo estuviera constituido por setenta personas. Es indudable que Jesús hubiera aceptado a no menos de media docena más, pero ellos no estaban dispuestos a pagar el precio de abandonar riqueza y familia.