La primera tarde que enseñó Jesús en el templo,
un grupo considerable estaba sentado escuchando sus palabras que
ilustraban la libertad del nuevo evangelio y el regocijo de los que
creen en la buena nueva, cuando un oyente curioso le interrumpió para
preguntar: «Maestro, ¿cómo puede ser que tú puedas citar las Escrituras y
enseñar a la gente con tanta elocuencia cuando me dicen que no has sido
instruido en las enseñanzas de los rabinos?» Jesús contestó: «Ningún
hombre me ha enseñado las verdades que os declaro. Esta enseñanza no es
mía, sino de Aquél que me envió. Todo hombre que desee realmente hacer
la voluntad de mi Padre, verdaderamente sabrá de mi enseñanza, si es la
de Dios, o bien si hablo por mi propia cuenta. El que habla por sí mismo
busca su propia gloria, pero cuando yo declaro las palabras del Padre,
busco la gloria de Aquél que me envió. Pero antes de que intentéis
entrar a la nueva luz, ¿no debéis acaso seguir la luz que ya tenéis?
Moisés os dio la ley, sin embargo, ¿cuántos entre vosotros buscáis
honestamente satisfacer sus exigencias? Moisés os manda en esta ley, `no
matarás'; a pesar de este mandato, algunos entre vosotros queréis matar
al Hijo del Hombre».
Cuando la multitud escuchó estas palabras,
empezaron a argüir entre ellos. Algunos dijeron que estaba loco; otros,
que tenía un diablo. Otros dijeron que éste era en verdad el profeta de
Galilea a quien los escribas y fariseos querían matar desde hacía mucho
tiempo. Algunos dijeron que las autoridades religiosas tenían miedo de
molestarlo; otros pensaban que no lo arrestaban porque creían en él. Después de un prolongado debate, uno
desde el gentío se adelantó y preguntó a Jesús: «Por qué los potentados
buscan matarte?» El respondió: «Los potentados buscan matarme porque
resienten mi enseñanza sobre las buenas nuevas del reino, un evangelio
que libera a los hombres de las pesadas tradiciones de una religión
formal de ceremonias que estos maestros quieren mantener a toda costa.
Hacen la circuncisión según la ley el día sábado pero quieren matarme
porque yo cierta vez, un sábado, liberé a un hombre esclavo de su
aflicción. Me siguen el sábado, para espiarme, pero quieren matarme
porque, en otra ocasión, elegí curar el día sábado a un hombre
gravemente enfermo. Buscan matarme porque bien saben que, si creéis
honestamente y os atrevéis a aceptar mis enseñanzas, su sistema de
religión tradicional será derrocado, destruido para siempre. Así pues,
perderán ellos su autoridad sobre aquello a lo que han dedicado su vida,
puesto que se niegan firmemente a aceptar este evangelio nuevo y más
glorioso del reino de Dios. Ahora, apelo a cada uno de vosotros: no
juzguéis de acuerdo con las apariencias exteriores, sino más bien juzgad
por el espíritu verdadero de estas enseñanzas; juzgad con rectitud».
Entonces dijo otro oyente: «Sí, Maestro,
buscamos al Mesías, pero cuando llegue, sabemos que su aparición será en
misterio. Sabemos de dónde eres tú. Tú has estado entre tus hermanos
desde el comienzo. El libertador llegará en poder para restaurar el
trono del reino de David. ¿Es que realmente dices ser el Mesías?» Jesús
respondió: «Dices que me conoces y que sabes de dónde vengo. Ojalá que
tus palabras fueran verdaderas porque entonces realmente encontrarías
vida abundante en ese conocimiento. Pero yo declaro que no he venido a
vosotros por mí mismo; he sido enviado por el Padre, y aquél que me
envió es verdadero y fiel. Al negaros a escucharme, os estáis negando a
recibir a aquél que me envía. Tú, si recibes este evangelio, llegarás a
conocer a aquél que me envió. Yo conozco al Padre, porque vengo del
Padre para declararlo y revelarlo a vosotros».
Los agentes de los escribas querían
apresarlo, pero temían la multitud porque muchos creían en él. La obra
de Jesús desde su bautismo se había vuelto bien conocida por todo el
pueblo judío, y a medida que esta gente recordaba estas cosas, decían
entre ellos: «Aunque este Maestro sea de Galilea, y aunque no satisfaga
nuestras expectativas del Mesías, no sabemos si el libertador, cuando
llegue, verdaderamente hará cosas más maravillosas de las que ya ha
hecho este Jesús de Nazaret».
Cuando los fariseos y sus agentes
escucharon a la gente hablar así, se asesoraron con sus líderes y
decidieron que había que hacer algo inmediatamente para impedir estas
apariciones públicas de Jesús en los patios del templo. Los líderes de
los judíos, en general, preferían evitar un enfrentamiento con Jesús,
porque creían que las autoridades romanas le habían prometido inmunidad.
No podían explicarse de otra manera su audacia al venir en esta época a
Jerusalén; pero los funcionarios del sanedrín no creían completamente
en este rumor. Razonaban que los gobernadores romanos no harían tal cosa
en secreto y sin el conocimiento del grupo gobernante más elevado de la
nación judía.
Por consiguiente, Eber, el oficial del
sanedrín, con dos asistentes, fue enviado a arrestar a Jesús. Mientras
Eber se abría camino hacia Jesús, el Maestro dijo: «No temas acercarte a
mí. Acércate mientras escuchas mis enseñanzas. Sé que se os ha enviado
para que me arrestéis, pero debéis comprender que nada le pasará al Hijo
del Hombre hasta que llegue su hora. No estáis dispuestos en contra de
mí; tan sólo venís por orden de vuestros amos, y aun estos dirigentes de
los judíos, en verdad piensan que están haciendo el servicio de Dios al
buscar secretamente mi destrucción.
«Yo no desprecio a ninguno de vosotros. El
Padre os ama, y por lo tanto deseo vuestra liberación de las cadenas del
prejuicio y de las tinieblas de la tradición. Os ofrezco la libertad de
la vida y el regocijo de la salvación. Proclamo un nuevo camino
viviente, la liberación del mal y la rotura de las cadenas del pecado.
He venido para que tengáis vida, para que la tengáis eternamente.
Vosotros buscáis liberaros de mí y de mis enseñanzas inquietantes. ¡Si
tan sólo pudierais ver que estaré con vosotros solamente poco tiempo!
Dentro de muy poco tiempo volveré a Aquél que me envió a este mundo.
Entonces muchos entre vosotros me buscaréis diligentemente, pero no
descubriréis mi presencia porque adonde yo iré, vosotros no podéis
venir. Pero todos los que buscan verdaderamente encontrarme, alguna vez
alcanzarán la vida que conduce ante la presencia de mi Padre».
Algunos de los que se burlaban dijeron
entre ellos: «¿Adónde irá este hombre donde no lo podremos encontrar?
¿Se irá acaso a vivir entre los griegos? ¿Se destruirá a sí mismo? ¿Qué
significa cuando declara que pronto se saldrá de entre nosotros, y que
nosotros no podemos ir adonde vaya él?»
Eber y sus asistentes se negaron a arrestar
a Jesús; volvieron a su lugar de reunión sin él. Entonces, cuando los
altos sacerdotes y los fariseos recriminaron a Eber y sus asistentes
porque no habían traído a Jesús con ellos, Eber tan sólo replicó:
«Tuvimos temor de arrestarlo en el medio de la multitud, porque muchos
creen en él. Además, jamás habíamos oído a un hombre hablar como este
hombre. Hay en este instructor algo fuera de lo ordinario. Haríais bien
todos vosotros en ir y escucharlo». Y cuando los principales oyeron
estas palabras, se sorprendieron y dijeron burlonamente a Eber: «¿Acaso
tú también te has extraviado? ¿Estás a punto de creer en este impostor?
¿Acaso oíste decir que algunos de nuestros sabios y nuestros rectores
creen en él? ¿Es que alguno de los escribas o de los fariseos ha sido
engañado por sus astutas enseñanzas? ¿Cómo puede ser que estés tú
influido por la conducta de esta multitud ignorante que no conoce la ley
ni los profetas? ¿No sabes acaso que tal gente ignorante está maldita?»
Entonces respondió Eber: «Aun así, amos míos, este hombre habla a la
multitud palabras de misericordia y esperanza. Levanta el ánimo de los
deprimidos, y sus palabras consuelan aun nuestras almas. ¿Qué puede
haber de malo en estas enseñanzas aunque no sea el Mesías de las
Escrituras? Y aun así, ¿es que nuestra ley no requiere justicia? ¿Acaso
condenamos a un hombre antes de escucharlo?» El jefe del sanedrín se
enfureció contra Eber y, volviéndose hacia él, dijo: «¿Te has vuelto
loco? ¿Acaso eres tú también de Galilea? Busca en las Escrituras, y
descubrirás que de Galilea no surge ningún profeta, y mucho menos el
Mesías».
El sanedrín se dispersó en confusión, y Jesús se retiró a Betania para pasar la noche.