Fue durante esta visita a Jerusalén durante la que Jesús trató con
cierta mujer de mala reputación traída ante su presencia por los
acusadores de ella y los enemigos de él. Los escritos distorsionados que
tenéis de este episodio sugieren que esta mujer fue traída ante Jesús
por los escribas y fariseos, y que Jesús trató con ellos de manera tal
como para indicar que estos líderes religiosos de los judíos podían ser
ellos mismos culpables de inmoralidad. Jesús bien sabía que, aunque los
escribas y fariseos eran ciegos espiritualmente y llenos de prejuicios
intelectuales debido a su lealtad a la tradición, se contaban sin
embargo entre los hombres más completamente morales de ese día y
generación.
Lo que realmente sucedió fue esto: temprano
durante la tercera mañana de la fiesta, cuando Jesús se acercó al
templo, se encontró con un grupo de agentes mercenarios del sanedrín que
arrastraban a una mujer. Cuando se acercaron, el portavoz dijo:
«Maestro, a esta mujer la descubrieron cometiendo adulterio —in
fraganti. Ahora bien, la ley de Moisés manda que debemos apedrearla.
¿Qué dices tú que deberíamos hacer con ella?»
Los enemigos de Jesús pensaban que, si éste
acataba la ley de Moisés que requería que la pecadora confesa fuera
apedreada, tendría dificultades con los dirigentes romanos, quienes
negaban a los judíos el derecho de infligir la pena de muerte sin la
aprobación de un tribunal romano. Si prohibía apedrear a la mujer,
entonces lo acusarían ante el sanedrín por considerarse a sí mismo por
encima de Moisés y de la ley judía. Si permanecía en silencio, lo
acusarían de cobardía. Pero el Maestro manejó la situación de manera tal
que el plan entero se despedazó por su propio peso sórdido.
Esta mujer, que alguna ocasión fue hermosa,
era la esposa de un ciudadano de clase baja de Nazaret, un hombre que
había creado problemas para Jesús durante toda su juventud. El hombre,
habiéndose casado con esta mujer, la forzó descaradamente a que se
ganara la vida haciendo comercio de su cuerpo. Había traído a su esposa a
la fiesta de Jerusalén, para que prostituyera sus encantos físicos por
dinero. Había negociado con los mercenarios de los dirigentes judíos,
para traicionar de esta manera a su propia esposa en el vicio
comercializado de ella. Así pues, trajeron ellos a la mujer y su
compañero de transgresión, con el objeto de hacer caer a Jesús en una
trampa obligándolo a hacer una declaración que se pudiera usar contra él
en caso de su arresto.
Jesús, paseando la mirada sobre el gentío,
vio al marido, parado detrás de los demás. Sabía qué tipo de hombre era
él y percibió que formaba parte de esta transacción vergonzosa. Jesús
caminó alrededor de la multitud para acercarse al sitio donde se
encontraba parado este marido degenerado y escribió unas pocas palabras
sobre la arena que motivaron su apresurada partida. Luego, volvió ante
la mujer y nuevamente escribió en la tierra para beneficio de sus
supuestos acusadores; y cuando ellos leyeron sus palabras, también se
alejaron, uno por uno. Cuando el Maestro escribió por tercera vez en la
arena, el compañero malvado de la mujer también se alejó, de manera que,
cuando el Maestro se incorporó del suelo, después de escribir,
contempló a la mujer sola, parada frente a él. Jesús dijo: «Mujer,
¿adonde están tus acusadores? ¿Es que no ha quedado nadie para
apedrearte?» La mujer, levantando la mirada, respondió: «Nadie, Señor».
Entonces dijo Jesús: «Yo sé de ti; y no te condeno. Vete en paz». Y esta
mujer, Hildana, abandonó a su malvado marido y se unió a los discípulos
del reino.