«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 16 de julio de 2013

Josías antes el Sanedrín.

Al promediar la tarde, la curación de Josías había ocasionado tantos comentarios alrededor del templo que los líderes del sanedrín decidieron convocar el concilio en su acostumbrado lugar de reunión en el templo. E hicieron esto en violación de la regla vigente que prohibía la reunión del sanedrín el día sábado. Jesús sabía que el incumplimiento de la santificación del sábado constituiría una de las acusaciones principales contra él cuando llegara la prueba final, y quería que lo convocaran ante el sanedrín para acusarlo de haber curado a un ciego el día sábado, cuando la alta corte judía reunida para juzgar su acto de misericordia estuviera deliberando sobre estos asuntos el día sábado, en violación directa de sus propias leyes autoimpuestas.
      
Pero no llamaron a Jesús ante ellos; temían hacerlo. En cambio, mandaron llamar a Josías. Después de algunas preguntas preliminares, el portavoz del sanedrín (ante la presencia de unos cincuenta miembros) instruyó a Josías que les dijera lo que le había sucedido. Josías había escuchado, desde su curación esa mañana, de labios de Tomás, Natanael y otros que los fariseos estaban enojados por esta curación llevada a cabo un sábado, y que probablemente alborotarían a todos; pero Josías no percibía que Jesús era aquél llamado el Libertador. Por eso, cuando los fariseos lo interrogaron, dijo: «Este hombre vino, puso arcilla sobre mis ojos, me dijo que fuera a lavármelos en Siloé, y ahora yo veo».
      

Uno de los fariseos más viejos, después de pronunciar un largo discurso dijo: «No es posible que este hombre venga de Dios, pues, como podéis ver, no celebra el sábado. Desobedece la ley, en primer lugar porque prepara la arcilla, luego porque envía a este pordiosero a que se lave en Siloé el día sábado. Este hombre no puede ser un maestro enviado por Dios».
      
Entonces uno de los más jóvenes, que creía en secreto en Jesús, dijo: «Si este hombre no ha sido enviado por Dios, ¿cómo puede hacer estas cosas? Sabemos que un pecador común no puede realizar estos milagros. Todos conocemos a este pordiosero y sabemos que nació ciego; pero ahora ve. ¿Persistís en decir que este profeta hace estos portentos mediante el poder del príncipe de los diablos?» Por cada fariseo que se atrevía a acusar y denunciar a Jesús, había otro que se levantaba y planteaba preguntas difíciles y comprometedoras, de manera que se creó una grave división entre ellos. El presidente se dio cuenta de que lo que estaba sucediendo, y para apaciguar los ánimos se preparó a interrogar nuevamente al hombre. Volviéndose a Josías, le dijo: «¿Qué puedes decir de este hombre, este Jesús, quien tú dices que te abrió los ojos?» Y Josías respondió: «Creo que es un profeta».
      
Los líderes quedaron muy preocupados y, como no sabían qué otra cosa podían hacer, decidieron mandar a llamar a los padres de Josías para saber si realmente había nacido ciego. No querían creer que el pordiosero había sido curado.
      
Era bien sabido en Jerusalén no sólo que se había prohibido la entrada de Jesús a todas las sinagogas, sino también que todos los que creían en sus enseñanzas habían sido expulsados de las sinagogas, excomunicados de la congregación de Israel; esto significaba que les estaban negados todos los derechos y privilegios de toda índole del pueblo judío excepto el derecho de comprar las necesidades para la subsistencia.
      
Por consiguiente, cuando los padres de Josías, pobres y con almas temerosas, aparecieron ante el augusto sanedrín, tenían miedo de hablar libremente. Dijo el portavoz del tribunal: «¿Es éste vuestro hijo? ¿Hemos de entender que nació ciego? Si eso es verdad, ¿cómo puede ser que ahora vea?» Entonces el padre de Josías, secundado por de la madre, contestó: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego, pero, cómo llegó ahora a ver, o quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Preguntadle a él; es mayor de edad; que hable por sí mismo».
      
Entonces volvieron a llamar a Josías ante ellos. No conseguían cumplir con su plan de celebrar un juicio formal, y algunos se sentían molestos por estar haciendo esto el día sábado; por lo tanto, cuando volvieron a llamar a Josías, intentaron enredarlo mediante una forma diferente de ataque. El funcionario del tribunal habló al ex ciego diciéndole: «¿Por qué no le das gloria a Dios por este acontecimiento? ¿Por qué no nos dices toda la verdad sobre lo que sucedió? Todos nosotros sabemos que este hombre es un pecador. ¿Por qué te niegas a discernir la verdad? Bien sabes que tanto tú como este hombre, sois culpables de desobedecer la ley del sábado. ¿Por qué no expías tu pecado reconociendo que Dios fue el que te curó, si aún persistes en declarar que tus ojos se abrieron en este día?»
      
Pero Josías no era tonto ni le faltaba sentido del humor; por lo tanto respondió al funcionario del tribunal: «Si este hombre es un pecador, yo no lo sé; pero una cosa sí sé — que, así como antes era ciego, ahora veo». Como no conseguían hacer caer a Josías en la trampa, siguieron interrogándolo: «¿De qué manera te abrió los ojos? ¿Qué es lo que hizo en realidad? ¿Qué te dijo? ¿Te pidió que creyeras en él?»
      
Josías respondió, con cierta impaciencia: «Os he dicho exactamente lo que sucedió, y si no creéis en mi testimonio, ¿para qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis acaso también vosotros haceros sus discípulos?» Cuando Josías habló así, explotó en el sanedrín la confusión, casi la violencia, ya que los líderes se precipitaron sobre Josías exclamando airadamente: «Tú puedes hablar de ser discípulo de este hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés, y somos los instructores de las leyes de Dios. Sabemos que Dios nos habló a través de Moisés, pero en cuanto a este hombre Jesús, no sabemos de donde viene».
     
Entonces Josías, parado sobre un taburete, gritó a todos los que podían oír, diciendo: «Escuchad, vosotros que clamáis ser maestros de todo Israel, mientras os declaro que aquí hay una gran maravilla puesto que vosotros confeséis que no sabéis de dónde sea este hombre, y sin embargo sabéis con seguridad, por el testimonio que habéis oído, que a mí me abrió los ojos. Todos sabemos que Dios no hace tales obras para los impíos; que Dios sólo haría tal cosa a solicitud de un creyente auténtico —de aquél que es santo y recto. Sabéis que desde el principio del mundo no se ha oído que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. ¡Miradme pues, todos vosotros, y percataos qué se ha hecho en este día en Jerusalén! Yo os digo, que si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer esto». Y al disolverse la reunión del sanedrín y partir los miembros airados y confusos, le gritaron: «Naciste en pecado, ¿y ya tienes la presunción de enseñarnos a nosotros? Tal vez no naciste realmente ciego, y aunque tus ojos se abrieron en este día sábado, eso fue obra del príncipe de los diablos». Inmediatamente se fueron a la sinagoga para expulsar a Josías.
      
Josías llegó a este juicio con escasas ideas sobre Jesús y la naturaleza de su curación. La mayor parte del testimonio audaz que tan sagaz y valientemente presentó ante este tribunal supremo de todo Israel se formó en su mente a medida que el juicio procedía de una manera tan injusta y poco recta.