«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

sábado, 17 de noviembre de 2012

De vuelta en Caná.

El grupo apostólico se alegró mucho cuando Jesús anunció: «Mañana vamos a Caná». Sabían que en Caná tendrían un público comprensivo, porque Jesús era muy conocido allí. Estaban trabajando bien en su obra de atraer a las gentes al reino, cuando, al tercer día, llegó a Caná cierto ciudadano prominente de Capernaum, llamado Tito, que creía a medias, y cuyo hijo estaba gravemente enfermo. Oyó que Jesús estaba en Caná, y de prisa fue a verlo. Los creyentes de Capernaum pensaban que Jesús podía curar cualquier enfermedad.
      
Cuando este noble ubicó a Jesús en Caná, le suplicó que se apresurara camino a Capernaum para curar a su hijo afligido. Mientras los apóstoles lo rodeaban anhelantes de esperanza, Jesús, contemplando al padre del muchacho enfermo, dijo: «¿Cuánta paciencia debo teneros? El poder de Dios está en vuestro medio, pero si vosotros no veis signos de milagros ni contempláis maravillas os negáis a creer». Pero el noble hombre le encareció a Jesús: «Señor mío, yo sí creo, pero ven adonde mi hijo que se está muriendo, porque cuando le dejé ya estaba a punto de perecer». Y después de inclinar Jesús la cabeza por un momento en meditación silenciosa, repentinamente habló: «Vuelve a tu hogar; tu hijo vivirá». Tito creyó las palabras de Jesús y de prisa se encaminó de vuelta a Capernaum. Mientras caminaba sus siervos salieron a su encuentro diciendo: «Regocíjate, pues tu hijo está mejor —vive». Tito les preguntó a qué hora había empezado la mejoría del muchacho, y cuando los siervos respondieron, «ayer alrededor de la hora séptima bajó la fiebre», el padre recordó pues que alrededor de esa hora le había dicho Jesús: «Tu hijo vivirá». De allí en adelante Tito creyó de todo corazón, y su familia entera también creyó. Este hijo llegó a ser un poderoso ministro del reino y más tarde inmoló su vida con los que sufrían en Roma. Aunque todos los familiares de Tito, sus amigos y aun los apóstoles consideraron este episodio un milagro, no lo fue. Por lo menos no
fue un milagro de curación de una enfermedad física. Fue simplemente un caso de preconocimiento de los procesos de la ley natural, el tipo de conocimiento previo al cual Jesús recurrió frecuentemente después de su bautismo.

     
Nuevamente tuvo Jesús que salir apresuradamente de Caná debido a la excesiva atención atraída por el segundo episodio de este tipo ocurrido durante su ministerio en esta aldea. Los habitantes de la ciudad recordaban el asunto del agua y el vino, y ahora decían que había curado a distancia al hijo del noble. Por eso acudían a él ya no tan sólo con los enfermos y afligidos, sino que también le enviaban mensajeros para que curara a distancia a los dolientes. Y cuando Jesús vio que toda la región era presa de tanta excitación dijo: «Vamos a Naín».