«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

sábado, 3 de noviembre de 2012

En las ciudades de la Decápolis.

A través de los meses de noviembre y diciembre, Jesús y los veinticuatro trabajaron tranquilamente en las ciudades griegas de la Decápolis, en especial en Escitópolis, Gerasa, Abila y Gadara. Fue éste en realidad el final del período preliminar en que se hicieron cargo del trabajo y la organización de Juan. La religión de una nueva revelación, al socializarse, siempre ha de pagar el precio de un compromiso con las formas y usos ya establecidos de la religión precedente a la cual procura salvar. El bautismo fue el precio que pagaron los seguidores de Jesús para llevar consigo, como grupo religioso socializado, a los seguidores de Juan el Bautista. Los seguidores de Juan, al unirse con los seguidores de Jesús, renunciaron a casi todo excepto el bautismo con agua.
      
Jesús hizo poca enseñanza pública durante esta misión en las ciudades de la Decápolis. Pasó mucho tiempo enseñando a los veinticuatro y tuvo muchas reuniones especiales con los doce apóstoles de Juan. Con el tiempo comenzaron a comprender por qué Jesús no iba a visitar a Juan en la cárcel, y por qué no había hecho esfuerzo alguno para liberarlo. Pero nunca pudieron comprender por qué Jesús no realizaba obras milagrosas, por qué rehusaba a mostrar signos exteriores de su autoridad divina. Antes de ir al campamento de Gilboa, ellos creían en Jesús sobre todo por el testimonio de Juan, pero pronto empezaron a creer como resultado del contacto con el Maestro y sus enseñanzas.
      
Durante estos dos meses el grupo trabajó la mayor parte del tiempo en pares, saliendo del campamento uno de los apóstoles de Jesús con uno de los de Juan. El apóstol de Juan bautizaba, el de Jesús enseñaba, y ambos predicaban el evangelio del reino tal como lo entendían. Así ganaron muchas almas entre estos gentiles y judíos apóstatas.
      
Abner, el jefe de los apóstoles de Juan, se convirtió en creyente devoto de Jesús y más adelante fue nombrado dirigente de un grupo de setenta instructores a quienes el Maestro encomendó la predicación del evangelio.