«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 15 de noviembre de 2012

En Jotapata.

Aunque la gente común de Jotapata escuchó a Jesús y sus apóstoles con alegría y muchos aceptaron el evangelio del reino, lo que distingue esta misión en Jotapata es el discurso que pronunció Jesús a los veinticuatro durante la segunda noche de su estadía en esta pequeña ciudad. Natanael tenía cierta confusión mental sobre las palabras del Maestro relativas a la oración, la acción de gracias, y la adoración, y en respuesta a su pregunta Jesús habló largamente ampliando y explicando sus enseñanzas. Resumida en idioma moderno, esta disertación puede ser presentada haciendo hincapié sobre los siguientes puntos:
      
1. La iniquidad albergada consciente y persistentemente en el corazón del hombre va destruyendo poco a poco la conexión establecida por la oración en el alma humana, con los circuitos espirituales de comunicación entre el hombre y su Hacedor. Naturalmente, Dios oye la súplica de su hijo, pero cuando el corazón humano alberga deliberada y constantemente los conceptos de iniquidad, se produce gradualmente una pérdida de comunión personal entre el hijo terrenal y su Padre celestial.
      
2. La oración en desacuerdo con las leyes de Dios conocidas y establecidas, es abominable para las Deidades del Paraíso. Si un hombre no escucha a los Dioses cuando hablan a su creación en las leyes del espíritu, de la mente y de la materia, tal acto de desprecio deliberado y consciente de la criatura, hace que las personalidades del espíritu ya no presten oído a las súplicas personales de tales mortales desobedientes y sin ley. Jesús citó a sus apóstoles las palabras del profeta Zacarías: «Pero se negaron a escuchar, volvieron la espalda y taparon sus oídos para no oír. Sí, endurecieron su corazón como una pierda, para no oír mi ley y las palabras que enviaba por mi espíritu por medio de los profetas; por los resultados de sus malos pensamientos vinieron como gran enojo sobre sus cabezas culpables. Y aconteció que clamaron por misericordia, pero nadie les escuchó». Y luego Jesús citó el refrán del hombre sabio que dijo: «El que aparta su oído para no oír la ley divina, aun su oración será abominable».
      
3. Al abrir los mortales el terminal humano del canal de comunicación entre Dios y el hombre, la corriente constante del ministerio divino a las criaturas de los mundos, se hace inmediatamente disponible. Cuando el hombre escucha las palabras del espíritu de Dios dentro del corazón humano, existe inherente a esta experiencia el hecho de que Dios escucha simultáneamente la súplica del hombre. Aun el perdón de los pecados también opera en esta misma forma infalible. El Padre en el cielo te ha perdonado aun antes de que hayas pensado en pedírselo, pero dicho perdón no es asequible en tu experiencia religiosa personal hasta tanto no perdones tú a tus semejantes. El perdón de Dios —como hecho — no depende de que perdones a tus semejantes, pero en experiencia depende en forma precisa de este factor. Y este hecho de la sincronía del perdón divino y humano fue así reconocido y vinculado en la oración que Jesús enseñó a los apóstoles.
      
4. Existe una ley básica de justicia en el universo que la misericordia encuentra impotente de eludir. No es posible que las generosas glorias del Paraíso sean recibidas por una criatura totalmente egoísta de los reinos del tiempo y del espacio. Ni siquiera el amor infinito de Dios podrá imponer la salvación de la vida eterna a una criatura mortal que no elija sobrevivir. La misericordia otorga dones con gran liberalidad, pero, después de todo, existen mandatos de la justicia que no pueden ser efectivamente abrogados ni siquiera por la fuerza combinada del amor y la misericordia. Nuevamente citó Jesús las escrituras hebreas: «Os llamé, y no quisisteis oír; extendí mi mano, y no hubo quien atendiese. Sino desechasteis mi consejo y mi reprensión rechazasteis, y por esta actitud rebelde es inevitable que cuando me llaméis no recibáis respuesta. Habéis rechazado el camino de la vida; y aunque me busquéis con diligencia en vuestro sufrimiento, no me hallaréis».
     
5. Aquellos que reciban misericordia, deberán mostrar misericordia; no juzguéis, para que no seáis juzgados. Se os juzgará con el mismo espíritu con el cual vosotros juzguéis al prójimo. La misericordia no abroga por completo la justicia universal. Finalmente será verdad, «el que cierra sus oídos al clamor del pobre, también él clamará algún día por ayuda, y nadie le oirá». La sinceridad de cualquier oración asegura que será escuchada; la sabiduría espiritual y la coherencia con el universo de una súplica, determina el momento, la manera y el grado de la respuesta. Un padre sabio no responde literalmente a las súplicas tontas de sus hijos ignorantes e inexpertos, aunque estos hijos pueden derivar gran placer y una real satisfacción del alma al hacer súplicas tan absurdas.
     
6. Cuando estés totalmente dedicado a hacer la voluntad del Padre en el cielo, recibirás respuesta a todas tus súplicas, porque orarás en total y pleno acuerdo con la voluntad del Padre, y la voluntad del Padre se manifiesta para siempre en todo su vasto universo. Lo que desea el hijo verdadero y lo que es voluntad del Padre infinito, SE HACE REALIDAD. Tal oración no puede permanecer sin respuesta, y no hay otro tipo de súplica que pueda ser contestado plenamente.
     
7. La súplica de los rectos es el acto de fe del hijo de Dios que abre la compuerta de la bodega Paterna llena de bondad, verdad y misericordia; y estos buenos dones aguardan desde hace mucho el acercamiento y apropiación personal del hijo. La oración no cambia la actitud divina hacia el hombre, pero sí cambia la actitud del hombre hacia el Padre inmutable. El motivo de la oración le presta acceso al oído divino, y no el estado social, económico o religioso exterior del ser que ora.
      
8. La oración no se puede emplear para evitar las postergaciones del tiempo ni para trascender los obstáculos del espacio. La oración no es una técnica para el engrandecimiento del yo ni para aprovecharse deslealmente de los semejantes. Un alma totalmente egoísta es incapaz de orar en el verdadero sentido de la palabra. Dijo Jesús: «Que tu supremo regocijo sea por el carácter de Dios, y él, con toda seguridad te otorgará los sinceros deseos de tu corazón». «Dedica tu camino al Señor; confía en él, y él actuará». «En efecto el Señor escucha el lamento de los menesterosos y contemplará la súplica de los desamparados».
      
9. «Yo he venido del Padre; si, por lo tanto, dudas sobre qué puedes pedirle al Padre, suplica en mi nombre y yo presentaré tu solicitud de acuerdo con tus necesidades y deseos reales y de acuerdo con la voluntad de mi Padre». Cuidate del grave peligro del tornarse egocéntrico en tus oraciones. Evita el mucho suplicar para ti mismo. Ora en cambio por el progreso espiritual de tus hermanos. Evita la oración materialista; ora en el espíritu y por la abundancia de los dones del espíritu.
      
10. Cuando oréis por los enfermos y los afligidos, no esperéis que vuestra súplica reemplace los cuidados amantes e inteligentes que estos seres afligidos necesitan. Orad por el bienestar de familiares, amigos y compañeros, pero especialmente orad por los que os maldicen, y haced súplicas amantes para los que os persiguen. «Pero no te diré cuándo debes orar. Sólo el espíritu que habita dentro de ti te puede instar a que pronuncies las súplicas que mejor expresen tu relación íntima con el Padre de los espíritus».
      
11. Muchos recurren a la oración sólo cuando están atribulados. Es una práctica engañosa e irreflexiva. Sí, haces bien en orar cuando algo te aflige, pero también debes, como un hijo, hablar con el Padre cuando tu alma está serena. Que todas tus súplicas sinceras sean siempre en secreto. No permitas que los hombres escuchen tus oraciones personales. Las oraciones en expresión de la gratitud son apropiadas para los grupos de adoradores pero la oración del alma es un asunto personal. No hay sino una sola forma de oración que es apropiada para todos los hijos de Dios, y ésa es, «a pesar de todo, se hará la voluntad tuya».
     
12. Todos los que creen en este evangelio deben orar sinceramente por la expansión del reino del cielo. De todas las oraciones contenidas en las Escrituras hebreas, él comentó favorablemente sobre la siguiente súplica del salmista: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Purifícame de los pecados secretos y protégeme de las transgresiones presuntuosas». Jesús habló largo y tendido sobre la vinculación del rezo con un lenguaje ligero y ofensivo, citando: «Oh Señor, pon guarda ante mi boca, y guarda la puerta de mis labios». «La lengua humana», dijo Jesús, «es un algo que muy pocos hombres pueden domar; pero el espíritu interior puede transformar este órgano poco dócil, en una dulce voz de tolerancia y un ministro inspirador de misericordia».
      
13. Jesús enseñó que la oración por la guía divina a través del camino de la vida en este mundo, le seguía en importancia a la súplica por el conocimiento de la voluntad del Padre. En realidad esto significa orar por la sabiduría divina. Jesús nunca enseñó que pudieran obtenerse conocimientos y artes específicas humanas mediante la oración. Pero sí enseñó que la oración contribuye a ampliar la capacidad del ser para recibir la presencia del espíritu divino. Cuando Jesús enseñó a sus asociados a que oraran en el espíritu y en la verdad, explicó que eso significaba orar con sinceridad y de acuerdo con el esclarecimiento de cada cual, orar de todo corazón y con inteligencia, con honestidad y con constancia.
      
14. Jesús advirtió a sus seguidores que las oraciones no se volverían más eficaces mediante repeticiones elegantes, una fraseología elocuente, el ayuno, la penitencia o los sacrificios. Exhortó a sus creyentes a que emplearan la oración como medio para llegar a la verdadera adoración mediante la acción de gracias. Jesús lamentaba el hecho de que se encontrara tan poco del espíritu de gratitud en las oraciones y culto de sus seguidores. Citó en esta ocasión de las Escrituras, diciendo: «Bueno es dar gracias al Señor y cantar alabanzas al nombre del Altísimo, anunciar por la mañana su compasión amante y su fidelidad cada noche, porque Dios me ha dado la dicha con su obra. Daré pues gracias por todas las cosas según la voluntad de Dios».
      
15. Luego dijo Jesús: «No estés constantemente con ansiedad excesiva en cuanto a tus necesidades diarias. No os atribules por los problemas de tu existencia terrestre; en todas estas cosas, orando y suplicando con un espíritu sincero de gratitud, despliega tus necesidades ante los ojos de tu Padre que está en el cielo». Citó luego de las Escrituras: «Alabaré yo el nombre de Dios con cántico y lo engrandeceré en gratiutud. Y agradará al Señor más que sacrificio de buey o becerro con cuernos y pezuñas».
      
16. Jesús enseñó a sus seguidores a que, después de elevar sus oraciones al Padre, permanecieran en acallada receptividad por un tiempo ofreciendo así al espíritu residente una mejor oportunidad para hablar al alma dispuesta a escuchar. El espíritu del Padre se comunica mejor con el hombre cuando la mente humana está en actitud de verdadera adoración. Adoramos a Dios con ayuda del espíritu residente del Padre y por el esclarecimiento de la mente humana mediante el ministerio de la verdad. La adoración, enseñó Jesús, lo hace a uno cada vez más semejante al ser que está adorando. La adoración es una experiencia transformadora por medio de la cual lo finito se va gradualmente acercando hasta finalmente alcanzar la presencia de lo Infinito.
      
Y muchas otras verdades dijo Jesús a sus apóstoles sobre la comunión del hombre con Dios, pero no muchos de ellos fueron capaces de abarcar plenamente sus enseñanzas.