«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 12 de febrero de 2013

El lunático de Queresa.

Aunque la mayor parte de la cercana orilla oriental del lago estaba integrada por suaves pendientes que subían a las colinas que las rodeaban en este sitio en el que se encontraban había una colina empinada que en algunos puntos bajaba abruptamente hasta el lago. Señalando la ladera de la colina cercana, Jesús dijo: «Trepemos esta ladera para desayunar allí y reposar y conversar en un refugio».
      
Toda esta pendiente estaba llena de grutas forjadas en la roca. Muchos de estos nichos eran antiguos sepulcros. Aproximadamente a mitad de camino por la ladera en una pequeña planicie se encontraba el cementerio de la pequeña aldea de Queresa. Cuando Jesús y sus asociados pasaron junto a este cementerio, un lunático que vivía en estas cuevas de la ladera corrió a su encuentro. Este hombre demente era bien conocido en esas regiones, habiendo estado en una época atado con sogas y cadenas y confinado en una de las grutas. Hacía mucho tiempo que había roto sus cadenas y vagabundeaba a su antojo entre las tumbas y los sepulcros abandonados.
 Este hombre, cuyo nombre era Amós, estaba afligido por una forma periódica de locura. Había períodos considerablemente largos durante los cuales buscaba abrigo y se conducía relativamente bien entre sus semejantes. Durante uno de estos intervalos de lucidez, había ido a Betsaida, donde había escuchado la predicación de Jesús y de los apóstoles, y en ese momento se había vuelto medio creyente en el evangelio del reino. Pero poco después una etapa tormentosa de su enfermedad reapareció, y huyó a las tumbas, donde gemía, gritaba a voz en cuello y se conducía de un modo que aterrorizaba a todos los que al azar pasaban por allí.
     
Cuando Amós reconoció a Jesús, cayó a sus pies y exclamó: «Yo te conozco, Jesús, pero estoy poseído por muchos diablos, y te imploro que no me atormentes». Este hombre creía verdaderamente que su aflicción mental periódica era debida al hecho de que, en esos momentos, lo penetraban espíritus malignos o impuros que dominaban su mente y cuerpo. Pero su afección era más que nada de carácter emocional —su cerebro no estaba gravemente enfermo.
     
Jesús, bajando la mirada al hombre agazapado como un animal a sus pies, se inclinó y, tomándolo de la mano, hizo que se pusiera de pie y le dijo: «Amós, tú no estás poseído por diablo ninguno; ya has oído la buena nueva de que eres hijo de Dios. Te ordeno que salgas de este ataque». Cuando Amós escuchó a Jesús hablar estas palabras ocurrió tal transformación de su intelecto que inmediatamente se restableció su mente sana y el control normal de sus emociones. Ya para entonces se había congregado una muchedumbre considerable proveniente de la aldea cercana, y esta gente, además de un grupo de pastores de cerdos que venían de la meseta más arriba, se sorprendieron al ver al lunático sentado junto a Jesús y a sus seguidores en posesión de su mente sana y conversando libremente con ellos.

     
Mientras los pastores de cerdos se precipitaron a la aldea para comunicar la nueva de que el lunático había sido domado, los perros atacaron una pequeña manada de unos treinta cerdos que habían quedado sin atención, y los empujaron hasta el precipicio de modo tal que la mayoría cayó al mar. Y este acontecimiento incidental en relación con la presencia de Jesús y la curación supuestamente milagrosa del lunático, dio origen a la leyenda de que Jesús había curado a Amós echando de su ser a una legión de diablos, y que esos diablos se habían metido en una manada de cerdos, obligándolos a caer de cabeza por un precipicio hasta su muerte en el lago. Antes de que terminara ese día, este episodio fue trasmitido a los cuatro vientos por los pastores de cerdos, y la aldea entera lo creyó. Amós ciertamente creía en esta historia pues bien había visto él a los cerdos caer de cabeza desbarrancándose por el precipicio momentos después de recobrar él la lucidez, y siempre creyó que los cerdos se habían llevado a los mismos espíritus malos que durante tanto tiempo lo habían atormentado y afligido. Mucho tuvo esto que ver con el hecho de que su curación fue permanente. Es igualmente cierto que todos los apóstoles de Jesús (salvo Tomás) creyeron que el episodio de los cerdos estaba directamente relacionado con la curación de Amós.
     
Jesús no consiguió el descanso que estaba buscando. La mayor parte de ese día estuvo asediado por los que vinieron en respuesta a la noticia de que Amós había sido curado, y atraídos por la historia de que los diablos se habían escapado del lunático metiéndose en la manada de cerdos. Así pues, después de sólo una noche de descanso, el martes por la mañana temprano Jesús y sus amigos fueron despertados por una delegación de esos gentiles criadores de cerdos, que venían a solicitarle que se fuera desde la región. Les dijo el portavoz a Pedro y Andrés: «Pescadores de Galilea, idos de aquí y llévaos a vuestro profeta. Sabemos que es un santo varón, pero los dioses de nuestro país no lo conocen, y corremos el riesgo de perder muchos cerdos. El temor de vosotros ha descendido sobre nosotros, por eso rogamos que os vayáis». Y cuando Jesús les oyó, le dijo a Andrés: «Volvamos a nuestro lugar».
     
Cuando estaban a punto de partir, Amós imploró a Jesús que le permitiese volver con ellos, pero el Maestro no consintió. Dijole Jesús a Amós: «No olvides que eres hijo de Dios. Vuélvete con tu pueblo y muéstrales qué grandes cosas ha hecho Dios por ti». Amós anduvo contando a diestra y siniestra que Jesús había echado a una legión de diablos de su alma atribulada, y que estos malos espíritus se habían metido en una manada de cerdos, arrastrándolos a una destrucción repentina. Y no paró hasta no haber ido a todas las ciudades de la Decápolis declarando qué grandes cosas Jesús había hecho por él.