«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 4 de febrero de 2013

La parábola del sembrador.

Por esta época empezó Jesús a emplear por primera vez el método de la parábola en sus enseñanzas a las multitudes que tan frecuentemente se congregaban a su alrededor. Puesto que Jesús había hablado con los apóstoles y otros casi hasta la madrugada, este domingo por la mañana muy pocos del grupo estaban levantados a la hora del desayuno; por eso se dirigió a la orilla del mar y se sentó solo en una barca, la vieja barca de pesca de Andrés y Pedro, que se mantenía siempre a su disposición, y meditó sobre el paso siguiente en la tarea de expandir el reino. Pero el Maestro no permaneció a solas mucho tiempo. Muy pronto empezó a llegar gente de Capernaum y de las aldeas cercanas, y para las diez de la mañana, se habían congregado casi mil personas en la orilla del mar cerca de la barca de Jesús y clamaban su atención. Pedro ya se había levantado y, dirigiéndose a la barca, dijo a Jesús: «Maestro, ¿debo hablarles?» Pero Jesús respondió: «No, Pedro, yo les contaré un cuento». Entonces Jesús comenzó el relato de la parábola del sembrador, una de las primeras en una larga serie de dichas parábolas que enseñó a las multitudes que le seguían. Esta barca tenía un asiento elevado en el que él se sentó (porque era costumbre entonces enseñar sentados) mientras hablaba a la multitud congregada a lo largo de la costa. Una vez que Pedro habló unas palabras, Jesús dijo:
    
«Un sembrador salió a sembrar, y ocurrió que al sembrar, algunas de las semillas cayeron en el camino y fueron pisadas y devoradas por los pájaros del cielo.
Otra semilla cayó entre las rocas, donde había poca tierra, e inmediatamente esa semilla brotó porque la tierra no era muy honda, pero pronto brilló el sol y la quemó porque como no tenía raíz no podía absorber humedad. Otra semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que no dio grano. Pero otra semilla cayó en buena tierra y, al crecer, dio buenas espigas, y algunas espigas dieron treinta granos, otras setenta, y algunas cien». Cuando terminó de hablar esta parábola, dijo a la multitud: «El que tiene oído para oír, que oiga».
     
Los apóstoles y los que estaban con ellos, cuando oyeron a Jesús enseñar a la gente de esta manera, estuvieron grandemente perplejos; y después de mucho conversar entre ellos, esa noche en el jardín de Zebedeo, Mateo dijo a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el significado de las obscuras palabras que hablas a la multitud? ¿Por qué les hablas en parábolas a los que buscan la verdad?» Jesús contestó:
     
«Con paciencia os he instruido todo este tiempo. A vosotros os han sido dados a conocer los misterios del reino del cielo, pero a las muchedumbres que no disciernen y a aquellos que buscan nuestra destrucción, los misterios del reino les serán presentados de ahora en adelante en parábolas. Así lo haremos, para que los que realmente desean entrar al reino puedan discernir el significado de la enseñanza y de este modo hallar la salvación, mientras que los que escuchan con la intención de tendernos una trampa queden aún más confundidos, porque verán sin ver y oirán sin oír. Hijos míos, acaso no percibís la ley del espíritu que decreta que al que tiene, se le dará aún más y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará. Por lo tanto, de aquí en adelante mucho hablaré yo a la gente en parábolas, para que nuestros amigos y los que desean conocer la verdad puedan encontrar lo que buscan, y nuestros enemigos y los que no aman la verdad puedan oír sin comprender. Mucha de esta gente no siguen el camino de la verdad. El profeta realmente supo describir todas estas almas sin discernimiento cuando dijo: `Porque engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no discierna la verdad, ni la entienda en su corazón'».
     
Los apóstoles no comprendieron plenamente el significado de las palabras del Maestro. Mientras Andrés y Tomás siguieron conversando con Jesús, Pedro y los demás apóstoles se retiraron a otra parte del jardín, y allí se pusieron a discutir intensa y largamente.