«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

miércoles, 30 de abril de 2014

El interrogatorio privado de Pilato.

Pilato llevó a Jesús y a Juan Zebedeo a su aposento privado, dejando afuera a los guardianes, e indicándole al prisionero que se sentara, se sentó a su lado y le hizo varias preguntas. Pilato comenzó su conversación con Jesús, asegurándole que no creía que la primera acusación contra él fuera verdad: que era él un pervertidor de la nación e incitador a la rebelión. Luego le preguntó: «¿Enseñaste alguna vez que se le ha de negar el tributo al César?» Jesús, indicando a Juan, dijo: «Pregúntale a él o a cualquier otro que haya oído mis enseñanzas». Entonces Pilato interrogó a Juan sobre el asunto del tributo y Juan atestiguó sobre las enseñanzas del Maestro y explicó que Jesús y sus apóstoles pagaban impuestos tanto al César como al templo. Cuando Pilato hubo interrogado a Juan, dijo: «Asegúrate de no decirle a nadie que yo hablé contigo». Y Juan jamás reveló este asunto.
      
Entonces Pilato se dio vuelta para preguntar a Jesús: «En cuanto a la tercera acusación contra ti, ¿eres tú el rey de los judíos?» Puesto que había un tono de interrogación posiblemente sincera en la voz de Pilato, Jesús sonrió al procurador y dijo: «Pilato, ¿dices tú esto por ti mismo, o tomas esta pregunta de los lábios de otros, los de mis acusadores?» Por lo cual, en tono parcialmente indignado, el gobernador respondió: «¿Soy yo acaso judío? Tu pueblo y los principales sacerdotes te han entregado a mí, y me han pedido que te sentencie a muerte. Yo pongo en duda la validez de sus acusaciones y tan sólo estoy tratando de averiguar por mí mismo qué has hecho. Dime, ¿has dicho tú que eres el rey de los judíos, y has tratado de fundar un nuevo reino?»
     

Entonces le dijo Jesús a Pilato: «¿Acaso no percibes que mi reino no es de este mundo? Si mi reino fuera de este mundo, con toda seguridad mis discípulos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Mi presencia aquí ante ti en estas ataduras es suficiente para mostrar a todos los hombres que mi reino es de un dominio espiritual, aun la hermandad de los hombres que, a través de la fe y por el amor, se han vuelto hijos de Dios. Y esta salvación es tanto para los gentiles como para los judíos».
      
«Luego, ¿eres tú rey después de todo?» dijo Pilato. Jesús respondió: «Sí, soy tal rey, y mi reino es la familia de los hijos por fe de mi Padre que está en el cielo. Para este fin nací yo en el mundo, aun para mostrar a mi Padre a todos los hombres y atestiguar la verdad de Dios. Y aun ahora te declaro que todo el que ama la verdad, oye mi voz».
      
Entonces dijo Pilato, medio en broma y medio sinceramente: «La verdad, ¿qué es la verdad —quién lo sabe?»
      
Pilato no podía comprender las palabras de Jesús, ni tampoco podía entender la naturaleza de su reino espiritual, pero estaba ahora seguro de que el prisionero nada había hecho que lo hiciera reo de muerte. Mirar a Jesús cara a cara, fue suficiente para convencer aun a Pilato de que este hombre tierno y agotado, pero majestuoso y recto, no era un revolucionario salvaje y peligroso que quería establecerse en el trono temporal de Israel. Pilato creyó entender algo de lo que Jesús significaba cuando se llamó a sí mismo rey porque conocía las enseñanzas de los estoicos, quienes declaran que «el sabio es rey». Pilato estaba plenamente convencido de que, en vez de ser un sedicioso peligroso, Jesús no era más ni menos que un visionario inocuo, un fanático inocente.
      
Después de interrogar al Maestro, Pilato regresó adonde los altos sacerdotes y los acusadores de Jesús y dijo: «He interrogado a este hombre, y no hallo en él ningún delito. No creo que sea culpable de las acusaciones que habéis dirigido contra él; creo que debe ser puesto en libertad». Cuando los judíos escucharon esto, se airaron grandemente, tanto que gritaron violentamente que Jesús debía morir; y uno de los sanedristas se adelantó atrevidamente al lado de Pilato, diciendo: «Este hombre revoluciona al pueblo, comenzando en Galilea y siguiendo por toda Judea. Es un malhechor y comete fechorías. Mucho te arrepentirás si dejas en libertad a este hombre protervo».
      
Pilato no sabía qué hacer con Jesús; por lo tanto, cuando les oyó decir que había empezado su trabajo en Galilea, pensó en sacarse de encima la responsabilidad de decidir el caso, por lo menos para ganar tiempo y pensar en el asunto, enviando a Jesús a que compareciera ante Herodes, quien estaba por ese entonces en la ciudad para asistir a la Pascua. Pilato también pensó que este gesto contribuiría tal vez a suavizar ciertos sentimientos amargos que existían desde hacía un tiempo entre él y Herodes, por numerosos malentendidos sobre asuntos de jurisdicción.
      
Pilato, después de llamar a los guardianes, dijo: «Este hombre es galileo. Llevadlo inmediatamente ante Herodes, y cuando él lo haya interrogado, informadme de lo que él halle». Entonces llevaron a Jesús ante Herodes.