«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

jueves, 10 de abril de 2014

La última hora antes de la traición.

Cuando los apóstoles regresaron al campamento se quedaron grandemente sorprendidos al darse cuenta de que Judas estaba ausente. Mientras los once discutían acaloradamente el asunto de este apóstol traidor, David Zebedeo y Juan Marcos apartaron a Jesús y le revelaron que habían estado observando a Judas por varios días, y que sabían que tenía la intención de traicionarlo entregándolo a manos de sus enemigos. Jesús los escuchó pero tan sólo dijo: «Amigos míos, nada puede suceder al Hijo del Hombre a menos que sea la voluntad del Padre en el cielo. Que no se atribule vuestro corazón; todas las cosas laborarán juntas para la gloria de Dios y la salvación de los hombres».
      
El estado jovial de Jesús se estaba desvaneciendo. A medida que pasaba la hora se tornó más y más serio, aun acongojado. Los apóstoles, que estaban muy agitados, no querían volver a sus tiendas aunque así se lo hubiera pedido el Maestro mismo. Volviendo de su conversación con David y Juan, dirigió sus últimas palabras a los once, diciendo: «Amigos míos, id a descansar. Preparaos para la tarea de mañana. Recordad, todos debemos someternos a la voluntad del Padre en el cielo. Mi paz os dejo con vosotros». Habiendo hablado así, les indicó que fueran a sus tiendas, pero al irse ellos, llamó a Pedro, Santiago y Juan, diciendo: «Deseo que vosotros permanezcáis conmigo por un corto tiempo».
      
Los apóstoles se quedaron dormidos tan sólo porque estaban literalmente exhaustos. Habían dormido poco desde su llegada a Jerusalén. Antes de que fueran a sus tiendas privadas, Simón el Zelote los condujo a todos a su propia tienda, donde guardaba las espadas y otras armas, y entregó a cada uno de ellos este equipo de lucha. Todos ellos recibieron estas armas y se las ciñeron a la cintura allí mismo, excepto Natanael. Natanael, al rehusar el arma, dijo: «Hermanos míos, el Maestro nos ha dicho repetidamente que su reino no es de este mundo, y que sus discípulos no deben pelear con la espada para establecerlo. Yo creo en esto; no creo que el Maestro necesite que usemos la espada para defenderlo. Todos hemos visto su gran poder y sabemos que él puede defenderse de sus enemigos si así lo desea. Si él no quiere resistir a sus enemigos, debe ser porque tal curso representa su intención de satisfacer la voluntad de su Padre. Yo oraré, pero no blandiré la espada». Cuando Andrés oyó estas palabras de Natanael, devolvió su espada a Simón el Zelote. Así pues, nueve de ellos estaban armados cuando se separaron para ir a su reposo.
      
Por el momento, el resentimiento por la traición de Judas eclipsó todo lo demás en la mente de los apóstoles. El comentario del Maestro con referencia a Judas, hablado en el curso de su última oración, les abrió los ojos al hecho de que él los había abandonado.
      
Cuando los ocho apóstoles finalmente volvieron a sus tiendas, y mientras Pedro, Santiago y Juan estaban esperando para recibir las órdenes del Maestro, Jesús llamó a David Zebedeo y le dijo: «Envíame tu mensajero más veloz y confiado». Cuando David condujo ante el Maestro a un tal Jacobo, anteriormente corredor del servicio de mensajería nocturna entre Jerusalén y Betsaida, Jesús, dirigiéndose a él, dijo: «Vete a toda prisa adonde Abner en Filadelfia y di: `El Maestro te envía salutaciones de paz y dice que ha llegado la hora en que será él entregado a las manos de sus enemigos, quienes lo matarán, pero que él se levantará de entre los muertos y aparecerá ante ti pronto, antes de ir al Padre, y que entonces te guiará hasta el momento en que el nuevo maestro venga a morar en tu corazón'». Después de repetir Jacobo este mensaje a satisfacción del Maestro, Jesús lo envió en su misión, diciendo: «No temas a ningún hombre, Jacobo, ya que esta noche un mensajero invisible correrá a tu lado».
      
Luego Jesús se volvió al jefe del grupo de griegos que estaban acampados con ellos y dijo: «Hermano mío, no te turbes por lo que está por suceder, puesto que ya te he avisado de antemano. El Hijo del Hombre será matado por instigación de sus enemigos, los altos sacerdotes y los potentados de los judíos, pero me levantaré para estar con vosotros un corto tiempo antes de ir al Padre. Y cuando hayas visto todo esto, glorifica a Dios y fortalece a tus hermanos».
      
En circunstancias ordinarias los apóstoles le hubieran deseado personalmente las buenas noches al Maestro, pero esta noche estaban tan preocupados por la realización repentina de la deserción de Judas y tan sobrecogidos por la naturaleza insólita de la oración de despedida del Maestro que escucharon su salutación de adiós y se alejaron en silencio.
      
Fue esto lo que Jesús le dijo a Andrés al alejarse éste de su lado esa noche: «Andrés, haz lo que puedas para mantener juntos a tus hermanos hasta que yo vuelva adonde vosotros después de haber bebido esta copa. Fortalece a tus hermanos, ya que te lo he dicho todo. Que la paz sea contigo».
      
Ninguno de los apóstoles esperaba que pasara nada fuera de lo ordinario durante esa noche puesto que ya era muy tarde. Trataron de dormirse para poder levantarse temprano por la mañana y estar preparados para lo peor. Pensaban que los altos sacerdotes tratarían de arrestar al Maestro por la mañana temprano porque no se realizaba tarea secular alguna después del mediodía del día de preparación para la Pascua. Sólo David Zebedeo y Juan Marcos comprendieron que los enemigos de Jesús vendrían con Judas esa misma noche.
      
David había dispuesto que él vigilaría esa noche en el sendero alto que conducía al camino de Betania a Jerusalén, mientras que Juan Marcos vigilaría junto al camino que subía de Cedrón a Getsemaní. Antes de ir David a su tarea autoimpuesta de centinela, se despidió de Jesús diciendo: «Maestro, he conocido gran felicidad al servir contigo. Mis hermanos son tus apóstoles, pero yo me he regocijado en las cosas menores que se debían hacer, y te echaré de menos con todo mi corazón cuando tú te hayas ido». Entonces dijo Jesús a David: «David, hijo mío, otros han hecho lo que se les indicó que hicieran, pero este servicio tú lo has hecho de tu propio corazón, y conozco tu devoción. Tú también algún día servirás conmigo en el reino eterno».
      
Luego, al prepararse para ir a su puesto de centinela en el sendero alto, David le dijo a Jesús: «Sabes Maestro que envié por tu familia, y tengo noticias por un mensajero de que ellos están esta noche en Jericó. Estarán aquí mañana temprano antes del mediodía puesto que sería peligroso para ellos recorrer el camino sangriento por la noche». Y Jesús, bajando la mirada hacia David, sólo dijo: «Que así sea, David».
     
Cuando David se hubo ido por el Oliveto, Juan Marcos tomó su lugar de vigilia junto al camino que corría a lo largo del río hacia Jerusalén. Juan habría permanecido en su puesto si no hubiese sido por su gran deseo de estar cerca de Jesús y de saber qué estaba sucediendo. Poco después de que David lo dejara, y al observar Juan Marcos que Jesús se retiraba, con Pedro, Santiago y Juan, a una hondonada cercana, se apoderó de él una mezcla de devoción y curiosidad hasta tal punto que abandonó su puesto de centinela y los siguió, ocultándose entre los arbustos, desde donde vio y escuchó todo lo que sucedió durante estos últimos momentos en el jardín y justo antes de que Judas y los guardias armados aparecieran para arrestar a Jesús.
       
Mientras todo esto ocurría en el campamento del Maestro, Judas Iscariote conferenciaba con el capitán de los guardianes del templo, quien había reunido a sus hombres preparándose para salir, bajo el liderazgo del traidor, a arrestar a Jesús.