«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

miércoles, 23 de abril de 2014

La segunda reunión del tribunal.

A las cinco y media de la mañana volvió a reunirse la corte, y Jesús fue conducido al cuarto adyacente, donde esperaba Juan. Aquí, el soldado romano y los guardianes del templo vigilaron a Jesús mientras el tribunal comenzó a formular los cargos que serían presentados a Pilato. Anás aclaró a sus asociados que el cargo de blasfemia no tendría peso alguno ante Pilato. Judas estuvo presente durante esta segunda reunión del tribunal, pero no dio testimonio alguno.
     
Esta sesión de la corte duró tan sólo media hora, y cuando levantaron la sesión para comparecer ante Pilato, habían preparado una acusación contra Jesús, declarándolo reo de muerte, bajo tres títulos:
     
1. Que era un pervertidor de la nación judía; que engañaba al pueblo y los incitaba a la rebelión.
     
2. Que enseñaba al pueblo a que no pagara tributo al César.
      
3. Que, al sostener que él era un rey y el fundador de un nuevo tipo de reino, incitaba a la traición contra el emperador.
      
Este procedimiento fue enteramente irregular y completamente contrario a las leyes judías. No hubo dos testigos que estuvieran de acuerdo en ningún asunto, excepto los que testificaron en cuanto a la declaración de Jesús sobre la destrucción del templo y su reconstrucción en tres días. Y aun sobre este punto, no habló ningún testigo en nombre de la defensa, tampoco se le pidió a Jesús que explicara lo que él había querido significar.
     
El único punto sobre el que el tribunal podría haberlo juzgado era el de la blasfemia, y eso habría sido enteramente sobre la base de su propio testimonio. Aun en cuanto a la blasfemia, no consiguieron votar formalmente la pena de muerte.
      
Tenían ahora la presunción de formular tres cargos, con los cuales irían ante Pilato, sin haber interrogado testigos, y habiéndolos discutido en ausencia del prisionero. Cuando esto ocurrió, tres de los fariseos se levantaron y se fueron; querían ver a Jesús destruido, pero no querían formular cargos contra él sin testigos y en su ausencia.
      
Jesús no volvió a aparecer ante la corte del sanedrín. No querían ellos contemplar nuevamente su rostro mientras juzgaban su vida inocente. Jesús no supo (como hombre) de los cargos levantados contra él hasta que los escuchó por boca de Pilato.
      
Cuando Jesús estaba en el cuarto con Juan y los guardias, y mientras la corte estaba en su segunda sesión, vinieron algunas de las mujeres del palacio del sumo sacerdote, juntamente con sus amigas, para contemplar al extraño prisionero, y una de ellas le preguntó: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios?» Y Jesús respondió: «Si yo te lo digo, tú no me creerás; si te pregunto, no contestarás».
      
A las seis de esa mañana, Jesús fue llevado fuera de la casa de Caifás, para aparecer ante Pilato para que éste confirmara la sentencia de muerte que el tribunal de los sanedristas tan injusta e irregularmente había decretado.