«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

lunes, 28 de abril de 2014

Jesús comparece ante Pilato.

Cuando Jesús y sus acusadores se reunieron frente a la sala de juicio de Pilato, el gobernador romano salió y, dirigiéndose a la compañía reunida, preguntó: «¿Qué acusación traéis contra este tipo?» Los saduceos y los consejeros que habían decidido ocuparse de eliminar a Jesús tenían decidido presentarse ante Pilato y pedirle la confirmación de la sentencia de muerte pronunciada contra él, sin voluntariamente mencionar ningún cargo definido. Por lo tanto, el portavoz del tribunal de los sanedristas contestó a Pilato: «Si éste hombre no fuera malhechor, no te lo habríamos traído».
      
Cuando Pilato observó que titubeaban en declarar sus acusaciones contra Jesús, aunque sabía que habían pasado toda la noche deliberando sobre sus culpas, les contestó: «Puesto que no estáis de acuerdo en ninguna acusación definida, ¿por qué no hacéis cargo de él y lo juzgáis según vuestras leyes?»
      
Entonces habló el escribano del tribunal del sanedrín a Pilato: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie, y este revoltoso de nuestra nación se merece morir por las cosas que ha dicho y hecho. Por lo tanto hemos venido ante ti para que confirmes este decreto».
      
Presentarse ante el gobernador romano con esta actitud tan evasiva revela tanto la mala voluntad y el odio de los sanedristas hacia Jesús como su falta de respeto por la justicia, honor y dignidad de Pilato. ¡Qué atrevimiento el de estos ciudadanos súbditos, al comparecer ante su gobernador provincial pidiendo un decreto de ejecución contra un hombre antes de permitirle un juicio justo y sin siquiera pronunciar acusaciones criminales definidas contra él!
      
Pilato algo sabía del trabajo de Jesús entre los judíos, y supuso que las acusaciones contra él tenían que ver con infracciones a las leyes eclesiásticas judías; por lo tanto, trató de referir el caso al propio tribunal de ellos. Otra vez más, Pilato se deleitaba en hacerles confesar públicamente que no tenían ellos el poder para pronunciar y llevar a cabo sentencias de muerte, aun contra uno de su propia raza que habían llegado a aborrecer con un odio tan amargo y envidioso.
      
A esto hacía pocas horas, cuando cerca de medianoche y después de haber dado permiso de usar soldados romanos para el arresto secreto de Jesús, había oído Pilato más hechos sobre Jesús y sus enseñanzas de labios de su mujer, Claudia, que era una conversa parcial al judaísmo, y que más tarde creyó plenamente en el evangelio de Jesús.
      
Pilato hubiera querido posponer esta audiencia, pero vio que los líderes judíos estaban decididos a proceder con el caso. Sabía que este día no era tan sólo la mañana de preparación para la Pascua, sino que también, siendo viernes, era el día de preparación para el sábado judío de reposo y adoración.
      
Pilato, siendo muy sensible a la falta de respeto de estos judíos para con él, no estaba deseoso de cumplir con sus demandas de que Jesús fuera sentenciado a muerte sin juicio. Por lo tanto, después de esperar unos momentos para que ellos pudieran presentar sus acusaciones contra el prisionero, se volvió hacia ellos y dijo: «No condenaré a este hombre a muerte sin juicio; tampoco lo interrogaré antes de que hayáis presentado por escrito vuestras acusaciones contra él».
     
Cuando el sumo sacerdote y los demás escucharon estas palabras de Pilato, hicieron una señal al escribano del tribunal, quien entonces entregó a Pilato las acusaciones escritas contra Jesús. Y estas acusaciones eran:
     
«Es decisión del tribunal sanedrista que este hombre es un malhechor y embaucador de nuestra nación porque es culpable de:
      
1. Pervertir a nuestra nación e incitar a nuestro pueblo a la rebelión.
     
2. Prohibir al pueblo que le pague tributo a César.
     
3. Llamarse a sí mismo rey de los judíos y enseñar la fundación de un nuevo reino».
      
Jesús no había sido enjuiciado en forma regular ni sentenciado legalmente de ninguna de estas acusaciones. Ni siquiera había escuchado las acusaciones cuando fueron declaradas por primera vez, pero Pilato lo hizo traer del pretorio, donde era vigilado por los guardianes, e insistió en que estas acusaciones se repitieran en presencia de Jesús.
      
Cuando escuchó Jesús estas acusaciones, bien sabía que no le habían pedido que declarara ante la corte judía sobre estos asuntos, así como también lo sabían Juan Zebedeo y sus acusadores, pero nada respondió él a estas falsas acusaciones. Aun cuando Pilato le ordenó que les respondiera a sus acusadores, él no abrió la boca. Pilato tanto se sorprendió de la injusticia del procedimiento y tanto se impresionó por el silencio de Jesús y su conducta noble, que decidió llevar al prisionero a la sala e interrogarlo privadamente.
      
La mente de Pilato estaba en estado de confusión, les temía él a los judíos en su corazón, y su espíritu estaba altamente desasosegado por el espectáculo de Jesús, majestuosamente de pie ante sus acusadores sanguinarios, contemplándolos, no con desprecio silencioso, sino con una expresión de piedad genuina y afecto acongojado.