«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

miércoles, 9 de abril de 2014

La última oración en grupo.

Pocos momentos después de llegar al campamento, Jesús les dijo: «Amigos míos y hermanos, ya poco tiempo me queda con vosotros, y deseo que nos apartemos a solas mientras oramos a nuestro Padre en el cielo para pedirle la fuerza que nos sostenga en esta hora y de aquí en adelante en toda la obra que debemos hacer en su nombre».
     
Jesús, después de haber hablado así, los condujo a corta distancia por el Oliveto, y a plena vista de Jerusalén los invitó a que se arrodillaran en círculo sobre una gran roca plana, alrededor de él como lo habían hecho el día de su ordenación; luego, mientras estaba allí parado en el medio de ellos, glorificado por la suave luz de la luna, elevó los ojos al cielo y oró:
      
«Padre, ha llegado mi hora; glorifica ahora a tu Hijo para que el Hijo pueda glorificarte. Yo sé que me has dado autoridad plena sobre todos los seres vivos de mi reino, y daré vida eterna a todos los que se hagan hijos de Dios por la fe. Y la vida eterna significa que mis criaturas te conozcan como el único y verdadero Dios y Padre de todos, y crean en aquél a quien tú enviaste a este mundo. Padre, te he exaltado en la tierra y he cumplido la obra que me encargaste. Casi he terminado mi autootorgamiento sobre los hijos de nuestra creación; tan sólo me queda dar mi vida en la carne. Ahora, ¡oh! Padre mío, glorifícame con la gloria que tuve contigo antes de que este mundo fuera y recíbeme nuevamente a tu diestra.
     
«Te he revelado a los hombres que tú elegiste en el mundo para darme. Ellos son tuyos —así como toda la vida está en tus manos— tú me los diste, y yo he vivido entre ellos, les he enseñado el camino de la vida, y ellos han creído. Estos hombres están aprendiendo que todo lo que tengo viene de ti, y que la vida que vivo en la carne es para hacer conocer a mi Padre en los mundos. La verdad que tú me has dado, se la he revelado a ellos. Estos, mis amigos y embajadores, han querido sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que vine de ti, que tú me enviaste a este mundo, y que estoy a punto de volver a ti. Padre, oro por estos hombres elegidos. Y oro por ellos no como oraría por el mundo, sino como por aquellos a quienes he elegido del mundo para representarme ante el mundo después de que vuelva a tu obra, aun como te he representado en este mundo durante mi estadía en la carne. Estos hombres son míos; tú me los diste; pero todas las cosas que son mías son por siempre tuyas, y todo lo que era tuyo tú ahora has hecho mío. Tú has sido exaltado en mí, y yo ahora oro para que pueda ser honrado en estos hombres. Ya no puedo estar en este mundo; estoy por volver a la obra que tú me has dado para hacer. Debo dejar atrás a estos hombres para que nos representen a nosotros y a nuestro reino entre los hombres. Padre, mantén fieles a estos hombres mientras me preparo para dejar mi vida en la carne. Ayuda a éstos, amigos míos, para que sean uno en el espíritu, aun como nosotros somos uno. Mientras pude estar con ellos, pude vigilarlos y guiarlos, pero ahora estoy por irme. Permanece cerca de ellos, Padre, hasta que podamos enviar al nuevo maestro para que los consuele y los fortalezca.
     
«Tú me diste doce hombres, y los tengo a todos menos a uno, el hijo de la venganza, que ya no quiso tener hermandad con nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles, pero sé que podemos confiar en ellos; los he puesto a prueba; me aman, así como tienen reverencia por ti. Aunque mucho habrán de sufrir por mí, deseo que también puedan experimentar la plena medida de la felicidad en la certeza de la filiación en el reino celestial. He dado a estos hombres tu palabra y les he enseñado la verdad. El mundo puede odiarlos, aun como me ha odiado a mí, pero no pido que los saques del mundo, sino tan sólo que los protejas del mal en el mundo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Y así como tú me enviaste a este mundo, aun así estoy por enviar a estos hombres al mundo. Por el bien de ellos he vivido entre hombres y he consagrado mi vida a tu servicio para poder inspirarlos a que se purifiquen por la verdad que les he enseñado y el amor que les he revelado. Bien sé, Padre mío, que no hay necesidad de que te pida que vigiles a estos hermanos después de mi partida; sé que tú los amas así como yo, pero hago esto para que ellos puedan darse mejor cuenta de que el Padre ama a los hombres mortales así como los ama el Hijo.
      
«Ahora, Padre mío, quiero orar no sólo por estos once hombres sino también por todos los otros que ahora creen, o que más adelante puedan creer en el evangelio del reino por la palabra de su ministerio futuro. Quiero que todos ellos sean uno, así como tú y yo somos uno. Tú estás en mí, y yo estoy en ti, y deseo que estos creyentes del mismo modo estén en nosotros; que nuestros dos espíritus residan en ellos. Si mis hijos son uno como nosotros somos uno, y si ellos se aman los unos a los otros como los he amado a ellos, todos los hombres creerán entonces que he venido de ti y estarán dispuestos a recibir la revelación de la verdad y de la gloria que he hecho. La gloria que tú me diste la he revelado a estos creyentes. Así como tú has vivido conmigo en espíritu, así he vivido yo con ellos en la carne. Así como tú has sido uno conmigo, así he sido yo uno con ellos, así será uno el nuevo maestro con ellos y en ellos. Todo esto he hecho para que mis hermanos en la carne puedan conocer que el Padre los ama así como los ama el Hijo, y que tú los amas así como me amas a mí. Padre, obra conmigo para salvar a estos creyentes para que en el presente lleguen a estar conmigo en la gloria y luego proseguir y unirse a ti en el abrazo del Paraíso. A los que sirven conmigo en humildad, los quiero tener conmigo en la gloria para que puedan ver todo lo que tú has puesto en mis manos como la cosecha eterna de la sembradura del tiempo en la semejanza de la carne mortal. Anhelo mostrar a mis hermanos terrestres la gloria que tenía contigo antes de la fundación de este mundo. Este mundo muy poco sabe de ti, Padre recto, pero yo te conozco, y te he hecho conocer por estos creyentes, y ellos harán conocer tu nombre a las generaciones venideras. Ahora les prometo que tú estarás con ellos en el mundo aun como has estado conmigo —aun así».
      
Los once permanecieron arrodillados en este círculo alrededor de Jesús por varios minutos antes de levantarse y volver en silencio al campamento cercano.
      
Jesús oró pidiendo unidad entre sus seguidores, pero no deseaba uniformidad. El pecado crea un nivel muerto de inercia maligna, pero la rectitud alimenta el espíritu creador de la experiencia individual en las realidades vivas de la verdad eterna y en la comunión progresiva de los espíritus divinos del Padre y del Hijo. En la comunidad espiritual del hijo-creyente con el Padre divino nunca puede haber finalidad doctrinal ni superioridad sectaria de conciencia grupal.
      
El Maestro, durante el curso de esta oración final con sus apóstoles, aludió al hecho de que él había manifestado el nombre del Padre al mundo. Y eso es en verdad lo que él hizo, al revelar a Dios mediante su vida perfeccionada en la carne. El Padre en el cielo trató de revelarse a Moisés, pero sólo conseguió causar que se dijera: «YO SOY». Y cuando se le suplicó una mayor revelación de sí mismo, tan sólo se reveló: «YO SOY el que YO SOY». Pero, una vez terminada la vida terrenal de Jesús, este nombre del Padre se había revelado de tal manera que el Maestro, que era el Padre encarnado, podía en verdad decir:
      
Yo soy el pan de la vida.
      
Yo soy el agua viva.
     
Yo soy la luz del mundo.

Yo soy el anhelo de todas las eras.
     
Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna.
     
Yo soy la realidad de la vida sin fin.
     
Yo soy el buen pastor.
     
Yo soy el camino a la perfección infinita.
      
Yo soy la resurrección y la vida.
      
Yo soy el secreto de la sobrevivencia eterna.
      
Yo soy el camino, la verdad y la vida.
      
Yo soy el Padre infinito de mis hijos finitos.
      
Yo soy la verdadera vid, vosotros sois las ramas.
      
Yo soy la esperanza de todos los que conocen la verdad viva.
      
Yo soy el puente vivo entre un mundo y otro.
      
Yo soy el vínculo vivo entre tiempo y eternidad.
      
Así pues amplió Jesús la revelación viva del nombre de Dios para todas las generaciones. Así como el amor divino revela la naturaleza de Dios, la verdad eterna revela su nombre en proporciones por siempre en expansión.