La característica nueva y vital de la
confesión de fe de Pedro fue el reconocimiento claro de que Jesús era el
Hijo de Dios, de su divinidad incuestionable. Desde su bautismo y la
boda de Caná, estos apóstoles le consideraban de varias maneras el
Mesías, pero no formaba parte del concepto judío del libertador
nacional, que él fuera divino. Los judíos no habían enseñado que
el Mesías surgiría de la divinidad; él sería «el ungido», pero apenas
si habían considerado que era «el Hijo de Dios». En la segunda
confesión, se subrayó el hecho de la naturaleza combinada, la realidad excelsa de que él era a la vez el Hijo del Hombre y
el Hijo de Dios, y sobre esta gran verdad de la unión de la naturaleza
humana con la naturaleza divina declaró Jesús que construiría el reino
del cielo.
Jesús había tratado de vivir su vida en la
tierra y completar su misión de autootorgamiento como el Hijo del
Hombre. Sus seguidores se inclinaban a considerarlo el Mesías esperado.
Sabiendo que no satisfaría jamás esas expectativas mesiánicas, él
intentó modificar el concepto de ellos sobre el Mesías en una forma que
le permitiera satisfacer parcialmente las ansias de ellos. Pero ahora se
había dado cuenta de que ese plan casi no podía ser llevado a cabo con
éxito. Por consiguiente, eligió audazmente revelar un tercer plan
—anunciar abiertamente su divinidad, reconocer la verdad de la confesión
de fe de Pedro, y proclamar directamente a los doce que él era el Hijo
de Dios.
Durante tres años había proclamado Jesús
que él era el «Hijo del Hombre» mientras que durante esos mismos tres
años, los apóstoles insistieron en opinar con creciente convencimiento
que él era el Mesías judío esperado. Ahora pues, él revelaba que era el
Hijo de Dios, y que construiría el reino del cielo sobre el concepto de
la naturaleza combinada del Hijo del Hombre y del Hijo de Dios.
Había decidido que ya no se esforzaría por convencerlos de que él no era
el Mesías. Se proponía en cambio revelar audazmente lo que él es, sin
prestar atención a la determinación de ellos de persistir en
considerarlo el Mesías.