El esfuerzo hacia la madurez necesita trabajo, y el trabajo requiere
energía. ¿De dónde vendrá el poder para realizar todo esto? Se puede ver
las cosas físicas como algo evidente, pero el Maestro bien ha dicho:
«No sólo de pan vive el hombre». Una vez que poseamos un cuerpo normal y
una salud razonablemente buena, debemos buscar esas atracciones que
actúen como estímulos para despertar las durmientes fuerzas espirituales
del hombre. Jesús nos ha enseñado que Dios vive en el hombre; ¿cómo
podemos pues inducir al hombre a liberar esos poderes de divinidad e
infinidad de dentro del alma? ¿Cómo inducir a los hombres a liberar a
Dios para que él pueda salir adelante y refrescar nuestra alma al pasar
hacia afuera y luego esclarecer, elevar y bendecir innumerables otras
almas? ¿Cómo puedo yo de la mejor manera despertar estos poderes
latentes del bien que yacen durmientes en vuestra alma? De una cosa
estoy seguro: la excitación emocional no es el estímulo espiritual
ideal. La excitación no aumenta la energía; más bien agota los poderes
tanto de la mente como del cuerpo. ¿De dónde viene pues la energía para
hacer estas grandes cosas? Contemplad a vuestro Maestro. Aun ahora él
está allí en las colinas llenándose de fuerza mientras nosotros estamos
aquí gastando energía. El secreto de todo este problema se encuentra
encubierto en la comunión espiritual, en la adoración. Desde un punto de
vista humano es una cuestión de meditación y reposo combinados. La
meditación pone en contacto la mente con el espíritu. El reposo
determina la capacidad para la receptividad espiritual. Este intercambio
de fuerza en vez de debilidad, valor en vez de temor, voluntad de Dios
en vez de mente humana, constituye la adoración. Por lo menos, así es
como lo ve el filósofo.
Cuando estas experiencias se repiten
frecuentemente, se cristalizan en hábitos, hábitos vigorizantes y llenos
de adoración, y estos hábitos gradualmente se traducen en carácter
espiritual, y este carácter finalmente es reconocido por nuestros
semejantes como una personalidad madura. Estas prácticas son
difíciles y llevan mucho tiempo al principio, pero cuando se vuelven
habituales, son a la vez fuente de descanso y de ahorro de tiempo.
Cuánto más compleja se vuelva la sociedad, cuánto más se multipliquen
los alicientes y encantos de la civilización, más urgente será la
necesidad para los individuos conocedores de Dios de establecer tales
prácticas habituales de protección, con el objeto de conservar y
aumentar su energía espiritual.
Otro requisito para la obtención de la
madurez es el ajuste cooperativo de los grupos sociales a un medio
ambiente en constante cambio. El individuo inmaduro despierta el
antagonismo de sus semejantes; el hombre maduro gana la cooperación
sincera de sus asociados, multiplicando así muchas veces los frutos de
los esfuerzos de su vida.
Mi filosofía me dice que hay épocas en las
que debo pelear, si hace falta, para defender mi concepto de la
rectitud, pero no dudo de que el Maestro, con un tipo de personalidad
más madura, ganaría fácil y elegantemente una victoria igual mediante su
técnica superior y cautivante de tacto y tolerancia. Demasiado
frecuentemente, cuando luchamos por lo bien, ocurre que tanto el
vencedor como los vencidos han sido derrotados. Ayer mismo oí que el
Maestro dijo: «El hombre sabio, cuando trata de entrar por una puerta
cerrada, no destruye la puerta sino que busca la llave para abrirla».
Demasiado frecuentemente nos embrollamos en una lucha sólo para
convencernos de que no tenemos miedo.
Este nuevo evangelio del reino rinde un
gran servicio al arte de vivir en cuanto provee un incentivo nuevo y más
rico para un vivir más elevado. Presenta un nuevo y exaltado objetivo
de destino, un supremo propósito de la vida. Estos nuevos conceptos de
propósito eterno y divino de la existencia son por sí mismos estímulos
trascendentales, que sacan a relucir la reacción de lo mejor que existe
en la naturaleza superior del hombre. En cada cima del pensamiento
intelectual se encuentra reposo para la mente, fuerza para el alma y
comunión para el espíritu. Desde tales puntos ventajosos de vida
elevada, el hombre es capaz de trascender las irritaciones materiales de
los niveles más bajos del pensamiento: la preocupación, los celos, la
envidia, la venganza, y el orgullo de la personalidad inmadura. Estas
almas elevadas se liberan a sí mismas de una multitud de conflictos
entrecruzados de las cosas triviales del vivir, y así son libres de
alcanzar conciencia de las corrientes más altas del concepto espiritual y
de la comunicación celestial. Pero el propósito de la vida debe ser
celosamente protegido contra la tentación de buscar logros fáciles y
pasajeros; del mismo modo se lo debe promover de manera tal como para
que sea inmune a las desastrosas amenazas del fanatismo.