Mientras Jesús, con Andrés y Pedro,
permanecía junto al lago cerca del taller de barcas, se les acercó un
recolector de impuestos del templo y, reconociendo a Jesús, llamó a
Pedro aparte y dijo: «¿Acaso no paga vuestro Maestro el impuesto del
templo?» Pedro estuvo tentado de manifestar indignación ante la
sugerencia de que Jesús debía contribuir al mantenimiento de las
actividades religiosas de sus enemigos jurados, pero, observando la
expresión peculiar del rostro del recolector de impuestos, supuso
justamente que su propósito era atraparlos en el acto de negarse a pagar
el acostumbrado medio siclo para el apoyo de los servicios del templo
en Jerusalén. Por consiguiente, Pedro contestó: «Por supuesto, el
Maestro paga el impuesto del templo. Espera junto al portón, enseguida
volveré con el dinero».
Pero, Pedro había hablado sin pensar. Judas
llevaba los fondos del grupo, y estaba del otro lado del lago. Ni él,
ni su hermano ni Jesús habían traído dinero alguno. Sabiendo además que los fariseos los
estaban buscando, no podían ir a Betsaida para obtener dinero. Cuando
Pedro le contó a Jesús lo del recolector y que le había prometido el
dinero, Jesús dijo: «Si has prometido, debes pagar. Pero ¿con qué
cumplirás tu promesa? ¿Volverás a ser pescador para poder honrar tu
palabra? Sin embargo, Pedro, está bien, que bajo las circunstancias
pagaremos el impuesto. No demos a estos hombres ocasión alguna de que
nuestra actitud los ofenda. Esperaremos aquí mientras tú vas con la
barca y echas la red, y cuando hayas vendido los peces en el mercado de
más allá, pagarás al recolector por nosotros tres».
El mensajero secreto de David, que estaba
ahí cerca, oyó esta conversación, e hizo una seña a un asociado, que
estaba pescando cerca de la costa, para que volviera pronto. Pedro se
preparaba para salir a pescar en la barca, cuando este mensajero y su
amigo pescador le dieron varias cestas grandes de peces y le ayudaron a
llevarlas hasta el vendedor de pescado que estaba cerca, quien compró
los peces, pagando suficiente más lo que agregó el mensajero de David,
para pagar el impuesto del templo para los tres. El recolector aceptó el
impuesto sin cobrar la multa por pago atrasado pues ellos habían estado
ausentes de Galilea por un tiempo.
No es extraño que tengáis escritos que
describen a Pedro pescando un pez que llevaba un siclo en la boca. En
aquellos días eran muy comunes los relatos de tesoros encontrados en la
boca de los peces; estas narraciones de seudomilagros eran frecuentes.
Así pues, cuando Pedro los dejó para dirigirse a la barca, Jesús
observó, con cierto humorismo: «Es extraño que los hijos del rey deban
pagar tributo; generalmente es el extranjero quien debe pagar el
impuesto para mantener la corte; pero es bueno que no seamos un escollo
para las autoridades. ¡Vete pues! tal vez pesques el pez que lleva un
siclo en la boca». Habiendo pues hablado así Jesús, y habiendo regresado
Pedro tan rápidamente con el impuesto para el templo, no es
sorprendente que este episodio más tarde se convirtiera en un milagro,
tal como se ve en las palabras del que escribió el evangelio según
Mateo.
Jesús, con Andrés y Pedro, esperó junto a
la orilla del mar prácticamente hasta el atardecer. Los mensajeros le
trajeron el mensaje de que la casa de María aún seguía estando bajo
vigilancia. Por consiguiente, cuando oscureció, los tres hombres que
aguardaban subieron a su barca y lentamente remaron hacia la costa este
del Mar de Galilea.