Pasaron la noche con Celsus, y esa tarde en el jardín, después de
haber comido y descansado, los doce se reunieron alrededor de Jesús, y
Tomás dijo: «Maestro, puesto que los que nos quedamos atrás permanecemos
ignorantes de lo que transcendió en la montaña, y que tan grandemente
regocijó a nuestros hermanos que te acompañaron, anhelamos que nos
hables de nuestra derrota y nos instruyas en estos asuntos, ya que las
cosas que ocurrieron en la montaña no pueden ser reveladas en este
momento».
Jesús le respondió a Tomás, diciendo: «Todo
lo que tus hermanos escucharon en la montaña os será revelado en el
momento apropiado. Pero, os mostraré ahora la causa de vuestra derrota
en vuestro tan imprudente intento. Mientras vuestro Maestro y sus
compañeros, vuestros hermanos, ayer ascendían la montaña para mejor
conocer la voluntad del Padre y pedir una más rica dote de sabiduría,
para poder así hacer eficazmente esa voluntad divina, vosotros quienes
permanecisteis aquí en vigilia, con instrucciones de ampliar la visión
espiritual de vuestra mente y de orar con nosotros para una revelación
más plena de la voluntad del Padre, en vez de ejercitar la fe que está a
vuestra disposición, caísteis en la tentación de sucumbir a las viejas
malas tendencias de buscar para vosotros una posición de preferencia en
el reino del cielo —el reino material y temporal que persistís en
discurrir. Y os aferráis a estos conceptos erróneos, a pesar de mi
declaración reiterada de que mi reino no es de este mundo.
«Ni bien capta vuestra fe la identidad del
Hijo del Hombre, vuestro deseo egoísta de favoritismos mundanos os posee
nuevamente, y os encontráis conversando entre vosotros, tratando de
decidir quién será el mayor en el reino del cielo, un reino que, así
como vosotros persistís en concebirlo, no existe, ni existirá jamás.
¿Acaso no os he dicho que el que quiere ser el mayor en el reino de la
hermandad espiritual de mi Padre, ha de ser humilde ante sus propios
ojos y así ser el servidor de sus hermanos? La grandeza espiritual
consiste en un amor comprensivo que es semejante al amor de Dios, no en
el goce de un poderío material en pos de la exaltación del yo. En lo que
vosotros intentasteis, fracasasteis tan completamente porque vuestro
propósito no era puro. Vuestro motivo no era divino. Vuestro ideal no
era espiritual. Vuestra ambición no era altruista. Vuestro procedimiento
no estaba basado en el amor, y vuestro objetivo no era la voluntad del
Padre en el cielo.
«Cuánto tiempo os llevará aprender que no
podéis acortar el tiempo que requiere el curso de los fenómenos
naturales establecidos, a menos que estas cosas estén de acuerdo con la
voluntad del Padre? Tampoco podéis hacer obra espiritual, sin poder
espiritual. Y nada de esto podéis hacer, aunque exista el potencial, sin
la existencia de ese tercer y esencial factor humano, la experiencia
personal de la posesión de la fe viviente. ¿Es que siempre necesitáis
manifestaciones materiales para atraer a las realidades espirituales del
reino? ¿Acaso no sois capaces de captar el significado espiritual de
mi misión sin exhibiciones visibles de obras inusitadas? ¿Cuándo se
podrá confiar en que os adhiráis a las realidades espirituales más
elevadas del reino sin prestar atención a la apariencia exterior de
todas las manifestaciones materiales?»
Luego de hablar así Jesús a los doce,
agregó: «Ahora pues, id a vuestro descanso, porque mañana volveremos a
Magadán y allí discutiremos nuestra misión en las ciudades y aldeas de
la Decápolis. Concluyendo pues las experiencias de este día, dejadme
declarar a cada uno de vosotros lo que hablé a vuestros hermanos en la
montaña; y que estas palabras se graben profundamente en vuestro
corazón: el Hijo del Hombre comprende ahora la última fase de su
autootorgamiento. Estamos por comenzar las labores que finalmente
conducirán a la gran prueba final de vuestra fe y devoción, cuando seré
entregado a las manos de los hombres que buscan mi destrucción. Y
recordad lo que os estoy diciendo: darán muerte al Hijo del Hombre, pero
resucitará».
Se retiraron tristemente para irse a
dormir. Estaban confundidos; no podían comprender estas palabras. Aunque
no se atrevieron a hacer preguntas sobre lo que había dicho, recordaron
cada una de sus palabras después de su resurrección.