Una tarde en Hipos, en respuesta a la pregunta de uno de los
discípulos, Jesús enseñó la lección sobre el perdón. Dijo el Maestro:
«Si un hombre de corazón tierno tiene cien
ovejas y una de ellas se extravía, ¿acaso no dejará inmediatamente a las
noventa y nueve para ir en busca de la que se ha extraviado? Y si es un
buen pastor, ¿acaso no perseverará en su búsqueda de la oveja
extraviada hasta hallarla? Y luego cuando encuentre el pastor su oveja
perdida, se la echará al hombro y camino a su casa con regocijo llamará a
sus amigos y vecinos, diciéndoles: `regocijaos conmigo, porque hallé a
mi oveja perdida'. Os declaro que hay más felicidad en el cielo cuando
se arrepiente un pecador que por noventa y nueve personas rectas que no
necesitan arrepentimiento. Aun así, no es la voluntad de mi Padre en el
cielo que se extravíe uno de estos pequeños, mucho menos, que perezca.
En vuestra religión, Dios puede recibir a los pecadores arrepentidos; en
el evangelio del reino, el Padre sale a buscarlos aun antes de que
ellos hayan pensado seriamente en arrepentirse.
«El Padre en el cielo ama a sus hijos, por
eso debéis vosotros aprender a amaros los unos a los otros; el Padre en
el cielo os perdona vuestros pecados, por lo tanto, debéis aprender a
perdonaros los unos a los otros. Si tu hermano peca contra ti, ve,
háblale con tacto y paciencia y muéstrale su error. Y haz todo esto a
solas con él. Si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si tu hermano
no te escucha, si persiste en el error, ve, háblale nuevamente,
llevándote a uno o dos amigos comunes, para así contar con dos o aun tres testigos que
confirmen tu testimonio y establezcan el hecho de que has tratado con
justicia y misericordia a tu hermano ofensor. Si tampoco escucha él a
vuestros hermanos, podrás relatar todo el hecho a la congregación, y si
él se niega a escuchar a la hermandad, deja que el grupo decida una
acción justa; que este miembro rebelde se vuelva un paria del reino.
Aunque no podáis pretender sentaros en juicio del alma de vuestros
semejantes, aunque no podáis perdonar pecados ni de otra manera presumir
usurpar las prerrogativas de los supervisores de las huestes
celestiales, sin embargo el mantener el orden temporal del reino sobre
la tierra está en vuestras manos. Aunque no podáis entrometeros en los
decretos divinos sobre la vida eterna, vosotros determinaréis los
asuntos de conducta que se refieren al bienestar temporal de la
hermandad en la tierra. Así pues, en todos estos asuntos relacionados
con la disciplina de la hermandad, lo que decretéis en la tierra será
reconocido en el cielo. Aunque no podáis determinar el hado eterno del
individuo, podréis legislar la conducta del grupo, porque, cuando dos o
tres de vosotros estéis de acuerdo sobre una de estas cosas y me elevéis
vuestra solicitud, así se hará por vosotros, siempre y cuando vuestro
pedido no esté en desacuerdo con la voluntad de mi Padre en el cielo.
Todo esto es por siempre verdad, porque toda vez que se reúnan dos o
tres creyentes, allí estaré yo entre ellos».
Simón Pedro era el apóstol a cargo de los
trabajadores en Hipos, y cuando oyó así hablar a Jesús, preguntó:
«Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí, y yo le perdonaré?
¿Hasta siete veces?» Jesús le respondió a Pedro: «No sólo siete veces,
sino aun setenta veces y siete veces más. Así pues, se puede comparar el
reino del cielo con cierto rey que, cierta vez, se puso a hacer las
cuentas con sus mayordomos de palacio. En cuanto empezaron a rendir
cuentas, trajeron ante su presencia al mayordomo principal que confesó
que debía a su rey diez mil talentos. Pero este funcionario de la corte
del rey se lamentó que estaba pasando por un período difícil, y que no
tenía con qué pagar su obligación. Así pues, el rey mandó que sus
propiedades fueran confiscadas y que sus hijos fueran vendidos para
pagar su deuda. Al escuchar este mayordomo tan duro decreto, cayó de
bruces ante el rey y le imploró que tuviera misericordia y que le diera
un poco más de tiempo, diciendo, `Señor, ten un poco más de paciencia
conmigo, y yo te lo pagaré todo'. Cuando el rey contempló a este siervo
negligente y a su familia, se despertó su compasión. Ordenó que fuera
liberado y que se le perdonara completamente el préstamo.
«Este mayordomo, habiendo recibido así
misericordia y perdón de las manos del rey, se fue por su camino, y al
toparse con uno de mayordomos subordinados que le debía tan sólo cien
denarios, lo detuvo, lo aferró por el cuello y le dijo: `págame todo lo
que me debes'. El subordinado cayó de rodillas ante él implorándole:
`tenme un poco de paciencia, y pronto podré pagarte'. Pero este
funcionario no supo mostrar misericordia sobre su subalterno, sino que
lo arrojó en un calabozo hasta que pagara su deuda. Cuando los demás
funcionarios vieron lo que había ocurrido, tanto les dolió que fueron y
le relataron el hecho a su señor y maestro, el rey. Al oír el rey el
comportamiento de este mayordomo, hizo llamar a este hombre sin gratitud
ni perdón ante su presencia y le dijo: `eres un siervo malvado e
indigno. Cuando buscabas compasión, yo te perdoné generosamente toda tu
deuda. ¿Por qué no tratas a tu subalterno con misericordia, así como yo
te traté a ti con misericordia?' Tan airado estaba el rey, que mandó
entregar a este siervo indigno a los carceleros para que lo metieran en
un calabozo hasta que pagara todo lo que debía. Así pues, derramará mi
Padre celestial la más
abundante misericordia sobre los que son generosamente misericordiosos
para con sus semejantes. ¿Cómo puedes implorar a Dios que te tenga
consideración por tus imperfecciones, si castigas a tus hermanos
culpables de las mismas debilidades humanas? Yo os digo a todos
vosotros: habéis recibido generosamente las cosas buenas del reino; dad
pues generosamente a vuestros semejantes en la tierra».
Así enseñó Jesús los peligros e ilustró la
injusticia de presumir juzgar a los semejantes. La disciplina debe ser
mantenida, la justicia debe ser administrada, pero en todos estos
asuntos debe prevalecer la sabiduría de la hermandad. Jesús impartió la
autoridad legislativa y judicial al grupo, no al individuo.
Aun esta autoridad del grupo no debe ser ejercida como autoridad
personal. Siempre existe el peligro de que la decisión de un individuo
se vea distorsionada por el prejuicio o por la pasión. El juicio del
grupo puede prevenir más fácilmente los peligros y eliminar las
injusticias de la opinión personal. Jesús trató siempre de minimizar los
elementos de la injusticia, la venganza y la represalia.
[El uso del término setenta y siete como
ilustración de la misericordia y perdón, se derivó de las Escrituras,
allí donde se lee el júbilo de Lamec por las armas de metal con que
contaba su hijo Tubal-Caín, quien, comparando estos instrumentos
superiores con los de sus enemigos, exclamó: «Si Caín, sin armas en la
mano, fue vengado siete veces, yo seré ahora vengado setenta y siete».]