Cuando Jesús oyó este relato, tocó al padre arrodillado y le ordenó que se levantara mientras miraba uno tras otro a los apóstoles que estaban cerca. Luego dijo Jesús a todos los que estaban de pie ante él: «Oh generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo tendré que teneros paciencia? ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Cuándo aprenderéis que las obras de la fe no surgen si se las manda con descreimiento y duda?» Luego, señalando al padre consternado, Jesús dijo: «Trae pues a tu hijo». Y cuando Santiago hubo traído al muchacho ante Jesús, él preguntó: «¿Cuánto hace que este niño está así afligido?» El padre respondió: «Desde que era muy pequeño». Mientras hablaban, el joven sufrió un violento ataque y cayó ante ellos, rechinando los dientes y echando espuma por la boca. Después de una sucesión de convulsiones violentas, estaba tendido como si estuviera muerto, a los pies de ellos. Nuevamente se arrodilló el padre a los pies de Jesús, mientras imploraba al Maestro, diciendo: «Si puedes curarlo, te suplico que tengas compasión de nosotros y nos liberes de esta aflicción». Cuando Jesús escuchó estas palabras, bajó la mirada al rostro ansioso del padre, diciendo: «No dudes del poder amante de mi Padre, sino tan sólo de la sinceridad y alcance de tu fe. Para el que cree de veras, todo es posible». Entonces Santiago de Safad habló esas palabras inolvidables, mezcla de fe y duda: «Señor, yo creo. Te oro que me ayudes en mi incredulidad».
Cuando Jesús escuchó estas palabras, se
adelantó y, tomando al niño de la mano, dijo: «Esto haré de acuerdo con
la voluntad de mi Padre y en honor de la fe viviente. Hijo mío,
¡levántate! Vete, espíritu desobediente, y no vuelvas a él». Colocando
luego la mano del niño en la de su padre, Jesús dijo: «Idos por vuestro
camino. El Padre ha otorgado el deseo de vuestra alma». Todos los que
estaban presentes, aun los enemigos de Jesús, se asombraron de lo que
veían.Fue realmente una desilusión para los tres apóstoles que tan recientemente habían disfrutado del éxtasis espiritual de las escenas y experiencias de la transfiguración, regresar así ante este espectáculo de derrota y frustración de los demás apóstoles. Pero así ocurrió siempre, con estos doce embajadores del reino. No hacían sino pasar constantemente de la exaltación a la humillación en las experiencias de su vida.
Fue ésta una curación verdadera de una doble aflicción: una enfermedad física y una enfermedad espiritual. A partir de ese momento, el muchacho estuvo permanentemente curado. Cuando Santiago hubo partido con su hijo sanado, Jesús dijo: «Ahora vamos a Cesarea de Filipo; aprontaos de inmediato». Formaban ellos un grupo callado al encaminarse hacia el sur con la multitud que los seguía.