Alrededor del mediodía del domingo 24 de
julio, Jesús y los doce salieron de la casa de José, al sur de Tiro,
bajando a Tolemaida por la costa. Allí permanecieron durante un día,
hablando palabras de consuelo al grupo de creyentes que allí residían.
Pedro les predicó la noche del 25 de julio.
El martes partieron de Tolemaida,
dirigiéndose tierra adentro al este, hasta cerca de Jotapa, por el
camino de Tiberias. El miércoles se detuvieron en Jotapata y dieron más
instrucciones a los creyentes sobre las cosas del reino. El jueves
salieron de Jotapata, dirigiéndose al norte por el camino de
Nazaret—Monte Líbano a la aldea de Zabulón, por el camino de Ramá.
Celebraron reuniones en Ramá el viernes y se quedaron el sábado.
Llegaron a Zabulón el domingo 31, celebraron una reunión esa noche y
partieron a la mañana siguiente.
Al partir de Zabulón, caminaron hasta
encontrar el camino de Magdala— Sidón cerca de Giscala, y de ahí se
abrieron camino a Genesaret por la costa occidental del lago de Galilea,
al sur de Capernaum, donde planeaban encontrarse con David Zebedeo, y
donde tenían la intención de consultar sobre el próximo paso a tomar en
el trabajo de predicación del evangelio del reino.
Durante una breve reunión con David se
enteraron de que muchos líderes estaban en ese momento reunidos en el
lado opuesto del lago, cerca de Queresa, y por consiguiente, esa misma
noche cruzaron el lago en barca. Descansaron tranquilamente en las
colinas un día entero, dirigiéndose al día siguiente al parque cercano,
donde el Maestro alimentó a los cinco mil. Aquí descansaron unos tres
días y celebraron conferencias diarias, a las que asistieron unos
cincuenta hombres y mujeres, los que quedaban del grupo otrora numeroso
de creyentes que residían en Capernaum y sus alrededores.
Durante la ausencia de Jesús de Capernaum y
Galilea, el período de su estadía en Fenicia, sus enemigos concluyeron
que todo el movimiento había sido destruido, que la prisa de Jesús en
alejarse de allí era prueba de su gran temor, y que probablemente ya
nunca más volvería a importunarlos. Había amainado, prácticamente, toda
oposición activa a sus enseñanzas. Nuevamente los creyentes reanudaban
sus reuniones públicas, y se estaba cimentando una consolidación gradual
pero eficaz de los sobrevivientes probados y sinceros después del gran
torbellino que acababan de pasar los creyentes del evangelio.
Felipe, el hermano de Herodes, se había
vuelto un creyente a medias en Jesús y envió un mensaje al Maestro
informándole que podía vivir y trabajar libremente en sus tierras.
El mandato de cerrar las sinagogas de todo
el mundo judío a las enseñanzas de Jesús y sus seguidores había tenido
un efecto adverso sobre los escribas y fariseos. Al desaparecer Jesús
como objeto de controversia, inmediatamente se produjo una reacción en
todo el pueblo judío; hubo un resentimiento general contra los fariseos y
los líderes del sanedrín de Jerusalén. Muchos de los rectores de las
sinagogas comenzaron subrepticiamente a abrir sus sinagogas a Abner y a
sus asociados, declarando que estos instructores eran seguidores de Juan
y no discípulos de Jesús.
Aun Herodes Antipas experimentó un cambio
de sentimiento y, al enterarse de que Jesús estaba residiendo al otro
lado el lago en el territorio de su hermano Felipe, le envió un mensaje que decía que, aunque él
había firmado órdenes para su captura en Galilea, no había autorizado su
arresto en Perea, indicando de esta manera que Jesús no sería molestado
si permanecía fuera de Galilea; y comunicó esta misma decisión a los
judíos de Jerusalén.
Ésa era pues la situación alrededor del 1
de agosto del año 29 d. de J.C., cuando el Maestro retornó de la misión
fenicia y comenzó la reorganización de sus fuerzas desparramadas,
probadas y diezmadas para el último y memorable año de su misión en la
tierra.
Al prepararse el Maestro y sus asociados
para comenzar la proclamación de una nueva religión, la religión del
espíritu del Dios viviente que reside en la mente de los hombres, las
cuestiones a batallarse están bien definidas.