Esa noche Andrés decidió celebrar diálogos personales indagatorios
con cada uno de sus hermanos, y tuvo conversaciones provechosas y
consoladoras con todos sus asociados, excepto con Judas Iscariote.
Andrés no había tenido nunca con Judas la asociación personal e íntima
que compartía con los demás apóstoles; por consiguiente, no le había
dado importancia al hecho de que Judas no abría nunca su corazón libre y
confidencialmente al jefe del cuerpo apostólico. Pero en esta ocasión
estaba Andrés tan preocupado por la actitud de Judas que, más tarde esa
noche, cuando todos los apóstoles estuvieron profundamente dormidos,
buscó a Jesús y le planteó la causa de su ansiedad. Dijo Jesús: «No es
erróneo, Andrés, que tú vengas a mí con este asunto; pero ya no podemos
hacer nada más. Tan sólo sigue brindándole la máxima confianza a este
apóstol. Y nada digas a tus hermanos sobre esta conversación conmigo».
Esto fue todo lo que pudo sacarle Andrés a
Jesús. Siempre había habido una sensación extraña entre este judío y sus
hermanos galileos. Judas mucho sufrió por la muerte de Juan el
Bautista, se sintió gravemente herido por los reproches del Maestro en
varias ocasiones, sufrió gran desencanto cuando Jesús se negó a ser rey,
se sintió humillado cuando Jesús huyó de los fariseos, dolorido porque
se negó a aceptar el desafío de los fariseos que le pedían un signo,
confundido porque su Maestro no quería manifestar su poder, y más
recientemente, deprimido y a veces desalentado porque las arcas estaban
vacías. Además, Judas extrañaba el estímulo de las multitudes.
Los demás apóstoles también estaban
afectados en mayor o menor grado por estas mismas pruebas y
tribulaciones, pero amaban a Jesús. Por lo menos, deben haber amado al
Maestro más de lo que lo amaba Judas, porque le siguieron hasta el
amargo fin.
Siendo de Judea, Judas tomó como ofensa
personal la reciente advertencia de Jesús a los apóstoles, «guardaos del
fermento de los fariseos»; se inclinaba a considerar esta declaración
como una referencia velada a él mismo. Pero el gran error de Judas fue:
una y otra vez, cuando Jesús enviaba a sus apóstoles a que oraran a
solas, Judas, en vez de buscar una comunión sincera con las fuerzas
espirituales del universo, se dejaba llevar por pensamientos basados en
el temor humano y persistía en albergar dudas insidiosas sobre la misión
de Jesús, dejándose llevar por su tendencia desafortunada a cobijar
sentimientos de venganza.
Ahora pues, Jesús quería llevar a sus
apóstoles consigo al Monte Hermón, donde había decidido inaugurar la
cuarta fase de su ministerio terrenal como Hijo de Dios. Algunos de
ellos habían estado presentes en su bautismo en el Jordán y habían
presenciado el comienzo de su carrera como Hijo del Hombre, y él deseaba
que algunos de ellos también estuvieran presentes para escuchar su
autoridad para la asunción del nuevo y público papel de Hijo de Dios.
Por consiguiente, en la mañana del viernes 12 de agosto, Jesús dijo a
los doce: «Preparad provisiones y preparaos para viajar allende la
montaña, donde el espíritu me pide que vaya para ser provisto para
terminar mi obra en la tierra. Y deseo llevar conmigo a mis hermanos
para que también puedan ser fortalecidos para los tiempos difíciles de
esta experiencia que se aproxima».