Jesús había ido al Monte Hermón en su primera experiencia con los asuntos del reino, y ahora, al ingresar en la etapa final de su obra, deseaba retornar a este monte de prueba y triunfo, donde esperaba que los apóstoles pudieran alcanzar una nueva visión de sus responsabilidades y adquirir nuevas fuerzas para los tiempos difíciles que se avecinaban. Al viajar por el camino, aproximadamente cuando estaban por pasar al sur de las Aguas de Merom, los apóstoles empezaron a conversar entre ellos sobre las recientes experiencias en Fenicia y en otros lugares y a relatar cómo había sido recibido su mensaje, y de qué manera consideraban al Maestro los diferentes pueblos.
Al pausar para almorzar, Jesús repentinamente planteó a los doce la primera pregunta sobre sí mismo que jamás les hubiera dirigido. Les hizo esta sorprendente pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
Jesús había pasado largos meses enseñando a estos apóstoles sobre la naturaleza y carácter del reino del cielo, y bien sabía que había llegado el momento en que debía comenzar a enseñarles más sobre su propia naturaleza y su relación personal con el reino. Ahora pues, mientras estaban todos ellos sentados bajo las moreras, el Maestro se preparó para celebrar una de las más importantes sesiones de su larga asociación con los apóstoles elegidos.

Después de señalarles Jesús que se sentaran nuevamente, estando él aún de pie frente a ellos, dijo: »Esto os ha sido revelado por mi Padre. Ha llegado la hora de que vosotros conozcáis la verdad sobre mí. Pero, por ahora, os encargo que no digáis nada de esto a ningún hombre. Vayámonos de aquí».
Así pues reanudaron su viaje a Cesarea de Filipo. Llegaron tarde esa noche y se alojaron en la casa de Celsus, quien los estaba esperando. Los apóstoles durmieron poco esa noche; parecían sentir que había ocurrido un acontecimiento trascendental en su vida y en la obra del reino.