«Desde el primer momento de mi estancia entre vosotros os enseñé que mi único fin era revelar a mi Padre de los cielos a sus hijos en la Tierra. He vivido esta encarnación para que podáis acceder al conocimiento de ese Gran Dios. Os he revelado que Dios es vuestro Padre y vosotros sus hijos...»

martes, 18 de junio de 2013

La instrucción de maestros y creyentes.

En Edrei, donde trabajaban Tomás y sus asociados, Jesús pasó un día y una noche y, en el curso de la conversación vespertina, expresó los principios que debían guiar a los que predican la verdad y activar a todos los que enseñan el evangelio del reino. Resumidos y expresados en fraseología moderna, Jesús enseñó:

    
Respetad siempre la personalidad del hombre. Una causa recta no se ha de avanzar jamás por la fuerza; las victorias espirituales sólo se pueden alcanzar mediante el poder espiritual. Esta amonestación contra el empleo de influencias materiales atañe tanto a la fuerza psíquica como a la fuerza física. No se deben emplear argumentos avasalladores ni superioridad mental para obligar a los hombres y a las mujeres a entrar al reino. La mente del hombre no debe ser aplastada por el solo peso de la lógica ni sobrecogida por la elocuencia sagaz. Aunque no se puede del todo eliminar la emoción como factor en las decisiones humanas, los que quieran avanzar la causa del reino no deben apelar directamente a las emociones en sus enseñanzas. Apelad directamente al espíritu divino que habita en la mente de los hombres. No recurráis al temor, la piedad ni el mero sentimiento. Al apelar a los hombres, sed justos; ejerced autocontrol y exhibid discreción; mostrad respeto adecuado por la personalidad de vuestros alumnos. Recordad que yo he dicho: «He aquí que llego a la puerta y golpeo, y si alguien me abre, yo entraré».
      
Al atraer a los hombres al reino, no disminuyáis ni destruyáis su autorrespeto. Aunque un excesivo respeto de sí mismo puede llegar a destruir la humildad y culminar en orgullo, vanidad y arrogancia, la pérdida del respeto propio lleva a menudo a una parálisis de la voluntad. Es propósito de este evangelio, restaurar el autorrespeto en los que lo han perdido y controlarlo en los que lo tienen. No cometáis el error de limitaros a condenar las equivocaciones en la vida de vuestros alumnos; recordad que también debéis reconocer generosamente las cosas dignas de alabanza en su vida. No olvidéis que nada me detendrá en mis esfuerzos por restaurar el autorrespeto de los que lo han perdido y sinceramente desean recuperarlo.
      
Cuidad de no herir el respeto propio de las almas temerosas y miedosas. No empleéis sarcasmo con mis hermanos de mente sencilla. No os mostréis cínicos con mis hijos dominados por el temor. El ocio destruye el respeto a sí mismo; por lo tanto, advertid a vuestros hermanos que se mantengan ocupados en su tarea de elección, y esforzaos por asegurar trabajo a los que se encuentran sin empleo.
       
No cometáis el error de utilizar tácticas despreciables como por ejemplo, la de intentar por medio del terror que los hombres y las mujeres entren al reino. Un padre amante no aterroriza a sus hijos para conseguir que obedezcan sus exigencias justas.
      
Alguna vez comprenderán los hijos del reino que las sensaciones fuertes de emoción no equivalen a la guía del espíritu divino. Si se siente una fuerte y extraña emoción en pos de hacer algo o de ir a cierto lugar, no significa esto necesariamente que tales impulsos se originen en el espíritu residente.
      
Advertid de antemano a todos los creyentes que habrán de atravesar un mar de conflictos al pasar de la vida como se la vive en la carne, a la vida más elevada como se la vive en el espíritu. Los que moren exclusivamente en uno de los dos medios, sufrirán muy poco conflicto o confusión, pero todos están destinados a experimentar mayor o menor inseguridad en los tiempos de transición entre los dos niveles del vivir. Al entrar al reino, no podéis escapar sus responsabilidades ni evitar sus obligaciones, pero recordad: el yugo del evangelio es fácil y la carga de la verdad es ligera.
      
El mundo está lleno de almas que se mueren de hambre en la presencia misma del pan de la vida; los hombres mueren buscando a Dios, sin ver que él mora en ellos. Los hombres van en pos de los tesoros del reino con el corazón anhelante y los pies cansados, sin ver que esos tesoros están al alcance inmediato de la fe viviente. La fe es para la religión, lo que la vela es para la nave; es un aumento de poder, no una carga adicional en la vida. Para los que entran al reino, la lucha es una sola, o sea, trabar la buena lucha de la fe. El creyente tiene que dar una sola batalla: la batalla contra la duda —la incredulidad.
      
Al predicar el evangelio del reino, estáis enseñando, simplemente, la amistad con Dios. Y esta hermandad apela por igual a hombres y mujeres, porque ambos encontrarán en ella lo que más verdaderamente satisface sus anhelos e ideales característicos. Decid a mis hijos que, aunque me enternezca yo por sus sentimientos y tenga paciencia con sus debilidades, también soy despiadado con el pecado e intolerante de la iniquidad. Soy en verdad manso y humilde en la presencia de mi Padre, pero soy igual e implacablemente inexorable allí donde haya maldad deliberada y rebelión pecaminosa contra la voluntad de mi Padre en el cielo.
      
No describáis a vuestro Maestro como varón de dolores. Las futuras generaciones deben conocer también nuestra felicidad radiante, el entusiasmo de nuestra buena voluntad, y la inspiración de nuestro buen humor. Proclamamos un mensaje de buenas noticias, contagioso en su poder transformador. Nuestra religión late con nueva vida y nuevos significados. Los que aceptan esta enseñanza se llenan de alegría y su corazón los impulsa a regocijarse para siempre. Una felicidad en crecimiento constante es siempre la experiencia de todos los que están seguros de Dios.
     
Enseñad a todos los creyentes a que no se apoyen en las tablas inseguras de la falsa compasión. No podéis desarrollar caracteres fuertes si os entregáis a compadeceros a vosotros mismos; intentad honestamente evitar la influencia engañosa de compartir pesares. Ofreced vuestra compasión a los valientes y los valerosos, limitando vuestra piedad por aquellas almas cobardes que tan sólo enfrentan a medias las pruebas del vivir. No brindéis consuelo a los que sucumben a sus problemas sin luchar. No ofrezcáis simpatía a vuestros semejantes con el solo objeto de conseguir que ellos a su vez simpaticen con vosotros.
      
Cuando mis hijos tengan autoconciencia de la seguridad de la presencia divina, esa fe les expandirá la mente, les ennoblecerá el alma, les reforzará la personalidad, les aumentará la felicidad, les profundizará la percepción espiritual, y aumentará su capacidad para amar y ser amados.
       
Enseñad a todos los creyentes que los que entran al reino no se vuelven inmunes a los accidentes del tiempo ni a las catástrofes ordinarias de la naturaleza. El creer en el evangelio no prevendrá los problemas, pero sí asegurará que vosotros actuaréis sin miedo cuando los problemas ocurran. Si os atrevéis a creer en mí y procedéis de todo corazón en mis huellas, vosotros al así hacerlo os encaminaréis sin lugar a dudas por una senda certeramente dificultosa. No os prometo liberaros del mar de adversidades, pero sí os prometo que navegaré a través de todas ellas con vosotros.
      
Y mucho más enseñó Jesús a este grupo de creyentes antes de que se retiraran para descansar esa noche. Y los que oyeron sus palabras las atesoraron en su corazón, recitándolas a menudo para edificación de los apóstoles y discípulos que no habían estado presentes cuando fueron pronunciadas.